Tercer trimestre de 2018. 43.560 denuncias. 40.718 mujeres son reconocidas por la Justicia como víctimas de violencia de género. Según las estadísticas, este año hemos superado en un 2,3% al mismo período de 2017. Los datos son desoladores y, cuando apenas quedan unas semanas para terminar el año, la triste noticia de Laura Luelmo vuelve a recordarnos (por si lo habíamos olvidado) un problema que se alimenta día tras día. En este caso no hay fiestas ni deshoras, no hay embriaguez. No hay nada que la pueda culpabilizar. ¿En qué se escudarán todos aquellos que en otras situaciones disparaban contra la víctima?
Respecto a la violencia machista, al acoso o a la discriminación, toda excusa y todo argumento que exima de la culpa a los delincuentes no son más que palabras patéticas e indignas. Una sociedad que mira hacia el progreso se hunde en su propio fango cuando da voz a ideas perniciosas para la igualdad y para la libertad del ser humano. Todos cuantos se obstinan en pensar que la víctima tiene parte de la culpa («si no saliera tan tarde…», «había bebido mucho…», «con la ropa que llevaba iba provocando…», etc.) deben tener claro que el miedo corta de raíz la libertad y que esas defensas absurdas e infantiles son garantes de la preocupante desigualdad que existe entre hombres y mujeres. Si nuestro objetivo es el progreso, de nada nos sirven las palabras de aliento (acaso de desaliento) tras un escándalo semejante ni tampoco pensar que «habría algún motivo» o «habría dado pie a…», las fastidiosas excusas que intentan restarle importancia. Todo ello saca a la luz la miseria de una sociedad convencida de que cambiar el mundo es imposible y que erradicar la violencia y la discriminación no sucederá, porque así ha sido siempre.
Tal vez lleven razón. El inmovilismo nos mantendrá en el mismo lugar. Siempre.
Cuantos creen que toda lucha por la igualdad y la libertad es una utopía, que jamás se conseguirá, no sólo añaden un eslabón a esta pesada cadena, sino que se equivocan. Debemos actuar.
Basta ya de culpabilizar a la víctima. Basta ya de enseñar a tener miedo en lugar de educar contra el acoso. Basta ya de intentos baldíos para rebajar a la mujer. ¿Acaso no somos conscientes de lo humillante que resulta? Con todos estos actos nos degradamos. Primero como sociedad y después como personas.
La Justicia se encarga cada día de darnos motivos para luchar, no para resignarnos. Si nos quedamos quietos, si no alzamos la voz, estaremos condenados a ver cómo los violadores y los acosadores son condenados (si lo son) a penas mínimas si las medimos con la magnitud del delito, mientras la víctima, si sobrevive, sentirá cómo se polarizan los debates y cómo habrá dedos que aún la señalen y le hagan cargar con parte de la culpa. Asimismo, la educación se encarga de infundirle miedo a las mujeres que, ante el peligro, sienten la necesidad de ir acompañadas para mayor seguridad. Protegerse cobra más importancia y tiene más sentido que educar contra el acoso. Si ocurriera al contrario, ¿qué pasaría? ¿Crecería el porcentaje de denuncias cada año? Tal vez no. Probablemente, se conseguiría romper la cadena.
Lograr una utopía de igualdad y libertad no es imposible. Es cuestión de solidaridad y de dignidad humana poner fin a los asesinatos y a las violaciones. En nuestras manos reside el poder de acabar con el miedo de una vez. Debemos hablar y debemos luchar.
Nada que atente contra la vida, contra la dignidad y contra la libertad de una persona es legítimo. Nada lo justifica.
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