La teoría del crecimiento unificado, de Oded Galor, nos hace remontarnos a los albores de la humanidad para intentar explicar el origen de la desigualdad. En su ensayo El viaje de la humanidad: el big bang de las civilizaciones: el misterio del crecimiento y la desigualdad, Galor divide el desarrollo de la humanidad en tres épocas: la malthusiana, la post malthusiana y la que comienza hace 200 años. Y es en esa última etapa, según el economista, cuando la sociedad eclosiona y empieza a prosperar (en términos de renta per cápita y nivel de vida) tras miles de años de estancamiento. Esta prosperidad no se produce, sin embargo, en todas las zonas por igual y esa desigualdad, lejos de diluirse, se ha ido reforzando con el tiempo.
Galor divide la desigualdad en dos capas: una superficial en la que se encuentran los efectos de la globalización y la colonización, y otra más profunda en la que estarían factores más arraigados como la geografía. Por ejemplo, una tierra apta para las grandes explotaciones como Centroamérica, dice Galor, fomentó la aparición de instituciones políticas extractivas caracterizadas por la explotación y la esclavitud. Por otro lado, el entorno de enfermedades del África subsahariana, contribuyó a una menor productividad.
A partir de ese inicio del crecimiento, allí donde lo hubo, la prosperidad se multiplicó, sin embargo, y en palabras de Galor “no hemos conseguido redistribuirla”. Y es ahí, en la redistribución, donde tienen que poner el foco las decisiones sociales, políticas y económicas, pero siempre teniendo en cuenta las particularidades que originaron la desigualdad en cada zona.
Desde otro lado, desde la genética, Carles Lalueza-Fox nos lanza el concepto de “desigualdad justa” como una idea que se desprende de la meritocracia y que viene a decir que la desigualdad, a pesar de ser un problema social de nuestro siglo, es ampliamente aceptada. “Tú eres más rico, porque te lo has ganado” es la rúbrica de la meritocracia. Una idea que se desmonta leyendo a Galor y a Lalueza, porque tanto uno como otro establecen que la desigualdad, no solo se remonta a tiempos antiguos, sino que depende de muchos factores. En el caso de Lalueza, tal y como sostiene en su ensayo Desigualdad. Una historia genética, el estatus y la riqueza es algo que se transmite más que algo que se genere de motu proprio.
Lo que más ha llamado la atención de este ensayo, no obstante, y lo que lo acompaña en todos los titulares, es la hipótesis probable de que la humanidad desciende de aquellos poderosos que practicaron la desigualdad. Una hipótesis que tiene bastante lógica incluso sin analizar los vestigios de los que disponemos para llegar a ella. Es evidente que los hombres poderosos han sido (aún lo son) los que tenían más posibilidades de procrear con diferentes mujeres y sus vástagos los que tenían más posibilidades de sobrevivir. Ya lo sufría Hollin Vanceur, canadiense de nacimiento, pero de antepasados franceses, en la serie Doctor en Alaska. Conocedor de la historia de abuso, violencia y barbarie de su linaje nobiliario, se niega a perpetuar sus genes y enferma cuando su mujer se queda embarazada.
Si cada persona descendemos de alguien que practicó la desigualdad, seguramente un rey o un noble, la única forma de acabar con ella sería acabar con la vida y no dejar que continúe ninguna estirpe, como quiso hacer Hollin. Sin embargo, la vida se abre paso y es mejor adoptar una visión menos radical. De entrada, podemos quedarnos con el lado optimista de las cosas, ese que dice que ahora ya es posible interrogarse sobre la desigualdad y tenemos herramientas para erradicarla. Con estos mimbres no tenemos más remedio que pensar que Oded Galor tiene razón cuando afirma que el ingenio humano es la solución para los desastres y que la educación puede corregir la desigualdad.
Referencias
Oded, G. (2022), El viaje de la humanidad: el big bang de las civilizaciones: el misterio del crecimiento y la desigualdad. Barcelona, Destino.
Lalueza-Fox, C. (2023), Desigualdad. Una historia genética. Barcelona, Crítica.
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