El genocidio en el Congo Belga: una mirada filosófica y antropológica

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Tras largos años de torturas y horrendas prácticas laborales, una luz de esperanza se iluminaba en el Congo Belga a principios del siglo XX. Bertrand Russell señaló al rey Leopoldo II de Bélgica como un genocida al que solo le preocupaba del territorio congoleño la recolección del caucho para su exportación. La intervención de Russell, junto a Edmund Morel o Émile Vandervelde, entre otros, logró que Leopoldo dejara la colonia, cesando los abusos de forma drástica, pero sin renunciar al trabajo forzoso.

A lo largo de la historia, los grandes filósofos han denunciado las aberraciones que en nombre del progreso y a favor de la integridad humana se cometían. Platón, por ejemplo, y teniendo la muerte de su maestro Sócrates en la cabeza el cual había dado su vida por defender sus ideales sobre la justicia, establece que el Estado debe de estar gobernado por filósofos (metáfora del filósofo-rey) que son aquellos que conocen la autentica felicidad; ascendieron al mundo de las Ideas y poseen la sabiduría necesaria para establecer las pautas que más favorecen a la sociedad.

La moral y la virtud son cuestiones diferentes, ya que la virtud de la felicidad se establece dentro de una relativa moral ética de satisfacción, sin dañar a nada ni a nadie. Pero si avanzamos un poco en la historia de la filosofía, Jeremy Bentham idea una particular teoría sobre el beneficio ético basado en el placer, la cual desembocaría en el utilitarismo; John Stuart Mill perfeccionó esta ética material que establecía el beneficio siempre para la mayoría, sin importar las conjeturas morales que podría desprender un “mal menor”. Este tipo de ética ha abierto muchos dilemas morales a lo largo de la humanidad tomando como punto de partida la siguiente cuestión: ¿es justo que mueran mil ovejas si pueden salvarse, a cambio de la vida del pastor?

Con estas premisas cualquiera puede pensar que un buen líder es el que busca el máximo beneficio para todos sus ciudadanos, pero a finales del siglo XIX, Bélgica tenía en la cúspide de su gobierno a uno de los genocidas más tiránicos del siglo, pues por su ambición por la recolección de materias naturales a costa de la vida y la integridad de sus súbditos al otro lado del contienen europeo, se escribiría con sangre en su leyenda negra. Y es que probablemente, el colonialismo belga en el Congo fue de los más salvajes de la historia de la humanidad, y todo ello en menos de 30 años.

Los nombres que actuaron en virtud de la liberación congoleña que mencionamos en este artículo no solo se enfrentaron a la maquinaria tiránica del Estado, sino a todo un imperio que luchaba por situarse en la cima colonial e imperial europea. La nociva expansión imperial belga encontró una de sus primeras críticas en el filósofo inglés y Premio Nobel de Literatura, Bertrand Russell. Fue el primero en visualizar los sucesos del Congo y en catalogarlo como “genocidio”. Pero antes de llegar a la denuncia de Russell y de los demás, pongamos en contexto la situación del Congo Belga por parte del rey Leopoldo II.

El utilitarismo más arraigado a la tradición decimonónica se había apoderado del pensamiento del rey Leopoldo II de Bélgica; explotar recursos de una región virgen y traer, tanto beneficios como otras materias al país belga. La Conferencia de Berlín (1884-1885) supuso la repartición del continente africano entre las grandes potencias europeas ansiosas por colonizar los fértiles territorios que cruzaban el mar; Bélgica se compró el Congo Belga como un espacio denominado de “caridad privada”, la cual debía de ser abastecida y mantenida bajo las arcas del imperio. Leopoldo tenía muy claro que su objetivo era llevar la colonización al extremo, y aunque este país no gozaba de una férrea estructura económica para llevarlo a cabo, el rey se endeudó para ejecutar su plan.

Cabe destacar que, tras el despiadado plan de Leopoldo, había una apariencia “pacifica”, pues en principio el Estado libre del Congo era una colonia independiente que serviría de “cortafuego territorial” entre franceses e ingleses, teniendo los primeros la extensión noroeste (África ecuatorial francesa), mientras que los segundo poseían el Noreste (Uganda y Sudán) y sudeste (Rodesia). Bajo un disfraz humanitario, Leopoldo se embarcó en evaluar sus nuevos territorios y comprobar la viabilidad de una posible explotación: promocionó a varios exploradores, pero sin duda, el más famoso fue Henry Morton Stanley, el cual le recomendó como actuar de cara con los nativos que residían en las frondosas selvas congoleñas. El marfil que tanto dinero generó otrora y que resultaba de gran interés entre las familias más adineradas no pudo cubrir las deudas que Leopoldo había adquirido para mantener la región, pero fue a finales del XIX cuando un material destacó por encima de todos, y que tendría su principal afluencia en la zona central de África: el caucho. La fiebre por el caucho comenzó en las amazónicas selvas de Brasil, y aunque al principio podía ser un material pegajoso y poco aprovechable, tras el proceso de vulcanización, el caucho se volvía un material imperecedero, resistente y con propiedades mecánicas importantes, el cual podía adaptarse a los extremos del frio y el calor. Era preciso extraerlo.

Endeudado, pero con exploradores que pudiesen asesorar en todo momento al rey, Leopoldo decide concesionar las tierras a diferentes empresas privadas de explotación de recursos, siendo éstas las que administrasen lo extraído y pagaran a la corona el favor del rey. El caucho también sería materia de intercambio entre otros países que se ambicionaban por obtener una buena remesa de todas las maravillas que el continente africano podía aportar, tanto en su forma bruta como ya tratados por el vulcanizado. Sin embargo, la administración local que residían en las colonias intentaría por todos los medios que la explotación fuera lo más eficiente posible, hasta tal punto que no dudarían en usar la fuerza con la mano de obra nativa.

Los castigos corporales estaban justificados y recomendados por la corona, cuyas manos pulcras no dejaban rastro de la sangre y pólvora que en el territorio congoleño se impartía. El hambre, las enfermedades y las mutilaciones fueron los principales elementos que mermaron a la población congoleña, dejando a familias enteras sin su cabeza de familia. El sistema de parentesco local quedaba entrecortado, dejando sin linaje o descendencia a millones de congoleños. Leopoldo era consciente de la disciplina que los administradores locales ejercían sobre la población. Incluso, el rey propuso que los menores con un alto grado de resistencia física trabajaran en la explotación; muchos niños fueron arrancados de sus familias y de la escasa educación colonial para dedicarse a la extracción del caucho, pereciendo días o meses más tarde. La resistencia al esclavismo era escasa (casi nula) pues como hemos citado anteriormente, la vasta extensión de terreno que compone el Congo la dejaba casi aislada de otras tribus que pudieran unirse a las revueltas anticolonialista. La comunicación entre nativos era inexistente.

Frente a las demandas, el propio rey se proclamaba humanitario y benévolo: las críticas de los diferentes colectivos anticolonialistas se vieron devueltas en forma de calumnias que emanaban desde la propia corona. El rey, el cual solo argumentaba que toda explotación estaba diseñada “para la mejora de Bélgica y sus ciudadanos”, enmascaraba la tiranía y la maldad en nombre del utilitarismo, con el objetivo de beneficiar a la mayoría; unos trabajan esclavizados para que los beneficios crucen el continente para otros que ni siquiera sabían lo que ocurría en el Congo.

Llegó tarde, pero llegó el día de denunciar de forma globalizada todo este disimulado plan genocida disfrazado de utilitarismo. Edmund Morel constituyó la Asociación para la Reforma del Congo para presionar a los gobiernos británicos y americanos para que con su denuncia cesara esta ola de crímenes en el corazón de África. Émile Vandervelde desde Bélgica pudo presionar al Parlamento para forzar al rey a convocar una comisión de investigación sobre los hechos. Era cuestión de tiempo que fueran descubiertas las intenciones de Leopoldo.

Al otro lado del charco, los esfuerzos por presionar a los gobiernos tendrían su efecto gracias a George Washington Williams. Williams, excombatiente americano e historiador, se desplazó al Congo en 1981 para comprobar si realmente las atrocidades que se describían eran ciertas; no solo lo comprobó de primera mano, sino que denunció de forma pública a Leopoldo, a la corona belga y a todos los implicados en el proceso. La denuncia de Williams llegó a los Estados Unidos, pero no fue tomada en cuenta años más tarde de su fallecimiento. El 2 de marzo de 1908 la Cámara de Representantes votó a favor de denunciar los hechos al mundo entero con las pruebas de su compatriota.

Ante todo, lo mencionado anteriormente el rey no tuvo más remedio que vender el Congo Belga en noviembre al propio Estado belga, limpiando así su nombre y su linaje ante la historia.

Bertrand Russell fue considerado el filosofo de la paz; sus numerosas denuncias y críticas en contra de la I Guerra Mundial le llevaron a la cárcel, ya que sentía un fuerte sentimiento de empatía con aquellos que sufrían por capricho de otros. Sus aspiraciones pacifistas le llevaron a defender las causas justas durante la Segunda Guerra Mundial, no solo enfrentándose al propio Hitler, sino que pudo ayudar a su mejor alumno, Ludwig Wittgenstein https://es.wikipedia.org/wiki/Ludwig_Wittgenstein a sacar desde el campo de concentración de Casino su mejor obra: el Tractatus logico-philosophicus. Para Russell, un mundo dominado por el nazismo era un mundo abocado a la catástrofe. Russell no solo se dedicó a la filosofía analítica y a la defensa de las causas injustas, sino que formalizó y estructuró la filosofía occidental en una enciclopedia (Historia de la filosofía occidental, 1945) en contra de la filosofía alemana, heredada esta de la Ilustración. Russell no solo fue uno de los primeros en denunciar el genocidio belga que se estaba realizando en nombre del utilitarismo, sino que también contabilizó las víctimas del Congo en casi ocho millones de personas, siendo un numero oficial (por lo que podrían haber sido muchísimas más). Posteriormente, en sus escritos habría un lugar reservado para esas personas que contribuyeron a la liberación del Congo Belga de la sádica mano de Leopoldo II, el cual, fallecería un año más tarde de la venta del territorio.

Posteriormente, el territorio estaría regentado por el Estado a través de un colonialismo paternalista (representado en Tintín en el Congo) hasta que, en 1960, el Congo se independizaría a través de votación democrática.

A modo de conclusión diremos que Leopoldo II, en beneficio de la corona y sus súbditos, hizo uso del utilitarismo y su premisa del “mal menor”: no importa la consecuencia mientras que los beneficios sean muy cuantiosos. Este hecho fue duramente criticado por Russell, ya que el utilitarismo ético, según él, debía ser emotivista y mirando por los valores de todos, incluso los afectados; creía en la libertad y que cualquier causa de injusticia que atacara los derechos humanos estaba sin justificar. Sin embargo, Leopoldo siempre fue consciente de lo que estaba sucediendo en el Congo Belga incluso dando orden de que se ejecutaran las acciones pertinentes, quedando para la historia como uno de los grandes genocidas del siglo XIX y XX.

Daniel Pérez Madueño

Referencias

Ponce de León, M. (s.f) El Congo, Bertrand Russell.

http://www.saltana.org/2/arg/65.html

Leopoldo II de Bélgica. (2021, 15 de julio). Wikipedia, La enciclopedia libre.

https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Leopoldo_II_de_B%C3%A9lgica&oldid=137031913.

Marchena, D. (2019). El explorador más famoso del siglo XIX era un miserable. La vanguardia.

https://www.lavanguardia.com/ocio/viajes/20190524/462281112491/henry-morton-stanley-explorador-famoso-siglo-xix-africa.html

  1. (2019). El Congo Belga pasa al estado de Bélgica. Catalunya vanguardista.

https://www.catalunyavanguardista.com/el-congo-belga-pasa-al-estado-de-belgica/

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