Sobre las cenizas calientes del Okuruo: Ovahereros, memoria e identidad frente al exterminio 1904-2021

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El primer hombre, Makuru el Viejo, la primera mujer Kamangundu (Kamungarunga?) y su ganado, surgieron de las raíces del árbol sagrado Omumborombonga. Cuentan que todos los demás seres del mundo nacieron de las diferentes flores silvestres. De Kamangundu descienden los Ovaherero pero también los Namaqua, Owambo y Tswana. Magundu, que no se sabe si fue hombre o mujer, tuvo dos hijos, Nagombe y Kathe, del primero descendieron los Owambo y Herero. Los Owambo se quedaron con Nagombe pero los herero siguieron a Kathe que les enseñó a pastorear.

Las narraciones sobre los orígenes míticos de los pueblos recrean, entre otras cosas, la ilusión de una continuidad identitaria que les permite situarse en un tiempo y en un mundo que se construye a cada instante. La vida y el mito son trasunto una del otro. La acción cotidiana se dirige desde el mito y este a su vez se adaptará, cambiando si fuera necesario, a esa realidad para darse sentido mutuamente. En el devenir de toda comunidad, el mito, aun reeditado, se entenderá como la correcta interpretación de una ejemplaridad ancestral. Los Ovaherero, como otros muchos pueblos, dan una importancia crucial al papel de los antepasados en su sistema de creencias. Los antepasados pueden provocar desgracias ante el quebranto de las tradiciones, son capaces de controlar los fenómenos meteorológicos y alejar los malos espíritus; son los que bendicen matrimonios e interceden ante el dios celestial. Pero los mitos no se quedan en la narración cosmogónica. Hay sucesos protagonizados por personas concretas, que se incorporan primero como hechos históricos para luego, a través de su rememoración e interpretación, a la propia estructura mitológica. Las masacres que sufrieron los Ovaherero y Nama en la actual Namibia por parte de las autoridades coloniales alemanas a principios del siglo XX, incorporan a la trágica memoria de estos pueblos a muchos de sus antepasados más venerados. Su protección y orgullo han caminado con ellos hasta el día de hoy. Generaciones desde la época colonial, pasando por el apartheid, hasta un presente postcolonial y neocolonial, en un país atravesado por la desigualdad, han reivindicado su legado de resistencia.

A veces es difícil asumir que algunos de los aspectos más queridos de nuestras identidades tienen un origen siniestro. Son a menudo quienes someten los que nombran y dibujan los contornos a las identidades de los sometidos. En esta trampa se revolvía Fanon “No soy esclavo de la Esclavitud que deshumanizó a mis padres” (Piel negra, máscaras blancas. Frantz Fanon. Akal, 2009). Pero no parece fácil escapar ya que muchas veces la única salida que tienen aquellos encerrados en esa prisión simbólica es hacerse fuertes dentro. El llamado Negro es más fuerte con otros Negros, pero eso los hace más Negros todavía. La persecución, la matanza, la segregación definen parte de la identidad Ovaherero que en la auto-identificación se resignifica como lucha, rememoración y resistencia. Más allá de la propia memoria Ovaherero, la importancia del trabajo académico ha contribuido a esclarecer unos hechos, a veces ayudados por la fortuna, que ha fortalecido no sólo nuestro conocimiento historiográfico, sino que también han cimentado ese sentido de pertenencia ayudando a los Ovaherero y Nama en la exigencia a la comunidad internacional, y en particular al gobierno alemán, al reconocimiento y reparación por lo ocurrido. Aun así, existen matices para la controversia entre los puntos de vista que mantienen algunos historiadores y la memoria Ovaherero en torno a la explicación sobre las motivaciones que empujaron a los alemanes a semejante barbarie (Karie L. Morgan, 2010). No es menos controvertido que los frutos de la investigación sobre el genocidio Ovaherero se lo haya apropiado con fines propagandísticos el gobierno namibio de la SWAPO (mayoritariamente Owambo) con la finalidad de construir una identidad Namibia en común.

Lo contenido en este artículo se construye sobre todo en base a los datos contenidos en “The blue book”; también en artículos y publicaciones académicas de las que solo he podido recoger una mínima parte de su valor. La documentación es extensa y su lectura sobrecogedora.

Leyendo la Vernichtungsbefehl (orden de extermino) emitida por el ejército del gobierno colonial alemán el 2 de octubre de 1904, no nos parece exagerado el uso del término genocidio para definir lo sucedido a la comunidad Ovaherero. Aun así, me parecen más que pertinentes las observaciones del profesor Mohamed Adhikari, de la Universidad de Ciudad del Cabo, cuando escribe: “las matanzas en Namibia pueden al mismo tiempo representar la culminación de cinco siglos de guerra colonial, que habían dado lugar a numerosos exterminios anteriores en distintas partes del mundo. Desde esta perspectiva, la etiqueta de ‘siglo de genocidio’ (como se ha definido en ocasiones el siglo XX) puede parecer engañosa, ya que minimiza aspectos y prácticas genocidas de destrucción deliberada de poblaciones indígenas por invasores coloniales en épocas anteriores” (Adhikari, 2008). Hay a quien pueda parecerle inapropiado hablar de “cinco siglos de guerra colonial”; aunque discutible, esta expresión tiene al menos la virtud de dislocar la viciada y tendenciosa visión eurocéntrica en la que somos educados.

La historia no tiene un comienzo, pero debemos empezar por algún sitio. En 1926, el gobierno sudafricano y el británico llegaron a un acuerdo para la destrucción de todos los ejemplares de un informe: Report On The Natives Of South-West Africa And Their Treatment By Germany. Este texto de más de doscientas páginas elaborado por la delegación británica en Windhuk, cuenta con detalle lo ocurrido durante el gobierno colonial alemán en la actual Namibia desde que tomó control del territorio, tras un acuerdo con el Imperio Británico en 1890, hasta 1915 que pasó a formar parte de Sudáfrica. El informe, llamado comúnmente “The Blue Book” (El Libro Azul desde ahora), se publicó en 1918 para presionar al gobierno alemán en las negociaciones de paz tras la primera guerra mundial. Una vez pasado esto, a los gobiernos británico y sudafricano les preocupaba que el contenido del informe pudiera ensuciar la imagen sobre el papel que desempeñaban los gobiernos coloniales europeos en África; por lo que decidieron eliminar todos los ejemplares. No contaron con que se salvaran unos cuantos. A principios de los años dos mil se publica un  artículo The politics of reconciliation: Destroying the blue book; Jeremy Silvester nos cuenta la historia de este documento, incluidos los argumentos con que los alemanes intentaron desacreditarlo, por ejemplo, por recoger  testimonios de los propios nativos, así decía uno de ellos: “Aquellos que están familiarizados con la psicología africana saben cómo a los nativos les encanta complacer sus fantasías con historias de atrocidades sanguinarias e inventándolas con desvergonzada pasión, incluso cuando no hay la más mínima base para sus invenciones«. Cuenta también el porqué sobre la conveniencia posterior por parte de los administradores sudafricanos por destruir el Libro Azul buscando la complicidad de los colonos alemanes. No han sido pocos los intentos de poner en duda el contenido del documento, pero como señala el profesor “Jan Bart Gewald en su tesis doctoral de 1996, Towards Redemption: A sociopolitical history of the Herero of Namibia between 1890 and 1923: La mayor parte de la evidencia contenida en el Libro Azul es poco más que la traducción literal de textos alemanes publicados en ese momento, siendo las conclusiones de una comisión de investigación alemana…” (Silvester). Entre la numerosa información del libro azul, nos encontramos la manera en la que los alemanes clasificaron a la población nativa: Ovambos, Hereros, Hotentotes (KhoiKhoi), Damaras, Bosquimanos (San) y mestizos (literalmente: The bastards or cross-breeds). Hacían una población total aproximada de entre 250.000 a 275.000 personas de las que 85.000 eran Ovahereros.

Hagamos una pequeña semblanza antropológica sobre los hereros siguiendo los datos recopilados en aquella época. Los Herero, parte de la gran familia bantú, se subdividían en grupos independientes bajo el mando de un líder (chief) y uno de estos líderes era considerado, aunque no siempre reconocido por todos, el jefe supremo (paramount chief) de todos ellos. Los hereros tienen una poco común pauta de parentesco de doble filiación en la que se asume por  parte del linaje del padre (Ozuzo) la residencia, el poder político y herencia religiosa; y de parte del linaje de la madre (Eanda; que era definido por los colonizadores como un sistema económico “socialista”) correspondía la administración de las posesiones; en las que el ganado representa la mayor de las riquezas materiales y simbólicas: “Desde el momento en que un recién nacido es bautizado tocándole con la cabeza de un ternero, obsequiado como regalo; hasta la hora de su muerte, en la que es amortajado con la piel de su buey favorito y la calavera de su amado animal blanqueada sobre un árbol cercano como ofrenda funeraria, la compañía siempre presente del herero es su ganado”(El libro Azul). No es de extrañar que en el levantamiento contra los alemanes mucho tuviera que ver la importancia que sus rebaños tienen para ellos. En 1890 cuando los alemanes asumieron el control de la actual Namibia, los Ovaherero contaban con 150.000 cabezas de ganado. En 1902, apenas dos años antes del comienzo de la guerra, tan solo 45.898; mientras que poco más de mil colonos alemanes poseían prácticamente las mismas.

Tras la muerte del paramount chief Kamaharero, los alemanes buscaron un interlocutor cómodo con el que llegar a acuerdos que les beneficiaran. Samuel Maharero, hijo de Kamaharero, fue el elegido. Muchos jefes rehusaron a aceptarlo, primero porque era cristiano y después porque, según las propias costumbres, el título de jefe solo podría ostentarlo un hijo de la primera mujer por línea paterna, y Samuel no lo era. Así todos los acuerdos entre Maharero y el gobierno colonial no sirvieron más que como excusas para que estos últimos justificaran la expropiación de las tierras e incautación del ganado, aduciendo incumplimientos de contrato. Maharero acordó, a cambio de un sueldo anual de 2000 marcos, unos límites territoriales imposibles de cumplir para las necesidades de pasto de los hereros. Toda cabeza de ganado que sobrepasara esos límites era legalmente confiscada y toda acción por parte de los herero por defenderlas sería tomado como una acción de guerra. No podía pasar mucho tiempo sin que algunos jefes se levantaran contra estos abusos. Fueron los casos del jefe Nikodemus y del jefe Kahimema que terminarían por ser fusilados en junio de 1896. “Aún faltaban casi ocho años antes de que, en enero de 1904, ocurriera la catástrofe culminante, y en ese momento, incluso Samuel Maharero, remordida su conciencia y sumido en la desesperación por la opresión y la injusticia alemanas, arrepentido, se propuso liderar la nación unida de nuevo. Compañeros en la más absoluta miseria, contra la insoportable brutalidad y tiranía” (El libro Azul). Tras los asesinatos de Nikodemus y Kahimema, todo el ganado de sus pueblos se requisó como castigo. Desde el principio los planes de Alemania fueron mandar la mayor cantidad posible de colonos y para eso necesitaban cada vez más tierras. Las retorcidas maneras por las que engañaron y forzaron a acuerdos nefastos para los hereros llegaron también con la práctica de la usura. La enemistad entre los Khoi-Khoi (hotentotes) y los herero era conocida. Las guerras y conflictos entre ellos eran continuos, en El libro Azul se dice “Los hotentotes independientes y amantes de la libertad deseaban permanecer completamente libres y sin restricciones por parte de gobiernos extranjeros. Los orgullosos y pacíficos hereros, por otro lado, consideraban a los hotentotes de su flanco sur como una amenaza permanente para la seguridad de sus grandes rebaños. Sus tradiciones, ceremonias religiosas y ritos nacionales exigían tener ganado, cuanto más mejor. El ganado les proporcionaba lo necesario para vivir en este mundo y ser feliz en el más allá”. Los alemanes ofrecieron protección a los herero frente a los khoi-khoi y estos aceptaron, pero el gobierno colonial nunca cumplió y las reses herero seguían siendo esquilmadas en su frontera sur. Estas pérdidas eran aprovechas por los colonos para ofrecer créditos a los herero que jamás podrían devolver. Así, agarrados a una abusiva “legalidad”, exigían como pago en compensación, territorio y ganado. Muchos testimonios cuentan que los alemanes llegaban incluso a inventarse contratos que la justicia jamás se molestaba en comprobar su autenticidad. Más de 106.000 reclamaciones contra los hereros fueron registradas. El levantamiento estaba en marcha.

En una carta fechada el 6 de marzo de 1904, Samuel Maharero contesta al embajador del Kaiser: “…nosotros no hemos comenzado la guerra este año, esta la empezasteis los blancos…muchos hereros han sido asesinados”. En esta carta, además de asesinatos, denuncia los engañosos créditos y el robo de ganado por parte de los colonos blancos. Maharero también anuncia que, a partir de ahora, los herero solo se regirán por sus propias leyes. Los jefes decidieron sólo tomar por enemigos a los soldados alemanes, nunca harían daño ni a misioneros, ni a mujeres y niños, y jamás tocarían sus posesiones. Una granjera alemana cuenta como en plena insurrección un jefe herero le dijo “…puedo asegurarte que tanto tú como tus hijos estáis a salvo en vuestra propia casa, estáis bajo mi protección. No vayáis a los cuarteles alemanes. Los alemanes son unos estúpidos al proteger a sus mujeres e hijos ahí, podrían ser alcanzados por nuestras balas, no hacemos la guerra contra niños y mujeres” (El libro Azul). Como veremos este ejemplo no fue seguido por el otro bando, ni durante la guerra ni después de esta.

Un nuevo comandante alemán, Lothar von Trotha, tomó el mando de las tropas alemanas. Tenía un historial sangriento. Eran conocidas sus brutales intervenciones en la rebelión de los bóxer en China y la árabe en el África Oriental Alemana. Von Trotha dispuso a su ejército para dar el golpe definitivo al levantamiento herero, no sin antes convocar a sus jefes para acordar un tratado de paz. Siete acudieron al parlamento, aunque al general alemán solo le interesaba el paradero del paramount chief y no estaba ellos “…al atardecer los siete fueron detenidos y atados con cuerdas. Fueron llevados fuera y los fusilaron” (El libro Azul). El 11 de agosto de 1904, en la batalla de Waterberg, las tropas de Von Trotha asestaron el golpe definitivo a las fuerzas lideradas por Samuel Maharero que pudo huir a través del Kalahari hasta la actual Botswana. Una vez que las fuerzas alemanas sofocaron la rebelión, el gobernador “puso todos sus esfuerzos en que los pocos miles de hereros huidos a las montañas perecieran de hambre y sed”.  El 2 de octubre se emitió la orden de exterminio firmada por el general: “Dentro de las fronteras alemanas a todos los herero, armados o no, con o sin ganado, se les disparará. No aceptaré ni a mujeres ni a niños, volverán de regreso con su gente u ordenaré que les disparen.” ( Vernichtungsbefehl). Así ocurrió con todas aquellas personas que huyeron hacia el desierto de Omaheke e intentaron volver a causa del hambre. Está claro que Von Trotha no tenía ninguna intención de dar a los herero ni la posibilidad de rendirse.

El fin de la rebelión tan sólo fue el principio de la matanza. Testimonios de los propios soldados alemanes cuentan: “Miles de mujeres y niños yacían allí, bajo los techos de hojas entorno a fuegos moribundos” “…al mediodía nos detuvimos junto a unos pozos de agua que fueron llenados hasta arriba de cadáveres”. “Salté hacia delante balanceando mi palo; me miró indiferente. Limpié mi garrote en la arena y me lo eché con su correa por encima del hombro, no quise volver a usarlo en todo el día” (El libro Azul). Una nota de El Libro Azul aclara que “Estos garrotes eran, junto con las bayonetas y las culatas de los rifles, las armas con las que los soldados alemanes ayudaban a morir a mujeres y niños”. Daniel Kariko, jefe herero de Omaruru protestó: “El resultado de esta guerra es conocido por todos. A nuestro pueblo, a los hombres, las mujeres y a los niños les dispararon como a perros o animales salvajes. Nuestra gente ha desaparecido. Quedan solo unos pocos. El ganado también ha desaparecido y todas nuestras tierras se las quedaron los alemanes”. Cuando Von Trotha acabó su misión, de los 80.000 hereros que vivían en South-West Africa (actual Namibia), sólo sobrevivieron y pudieron huir 15.000. Algunos escaparon hacia el desierto, como hemos dicho, muchos perecieron por el hambre y la sed, otros fueron encerrados en campos de concentración donde la muerte por enfermedades o extenuados por los trabajos forzados estaban a la orden del día. The Angel of Death has Descended Violently Amongst Them: Concentration Camps and Prisoners of war in Namibia es un valioso estudio donde Casper Erichsen documenta las atrocidades ocurridas en el campo de concentración de Shark Island, que él mismo define como el primer campo de exterminio del mundo: “Si bien no funcionó sistemáticamente como los campos de exterminio nazis, Erichsen proporciona abundantes pruebas sobre la intención de la administración colonial y del ejército que era, en gran parte, que los presos muriesen como resultado del exceso de trabajo y por una negligencia deliberada” (Adhikari, 2008). El infierno de los hereros no acabó con la guerra en 1907. El maltrato, los abusos, torturas y violaciones se sucedieron hasta que Alemania tuvo que abandonar el territorio. Atrocidades cometidas también por los propios colonos civiles. Aunque estos delitos eran denunciados por sus víctimas, al final las cortes judiciales resolvían sobreseyendo las causas por falta de evidencias o haciendo pagar irrisorias multas o a lo sumo, en los casos más graves, cortas estancias en prisión. Nada que ver con las sentencias cuando el acusador era un colono y el acusado un nativo. El Libro Azul termina con el registro de decenas de denuncias, no solo de Hereros, sino también de los otros pueblos nativos cuyo resultado fue siempre en el mismo sentido.

El domingo más cercano al 23 de agosto, los Ovaherero celebran su día. Samuel Maharero muere en el exilio en el mes de marzo de 1923. Su sucesor como jefe supremo, Oseas Kutako, traslada su cuerpo a Okahandja para ser enterrado con sus antepasados, junto a su padre y su antecesor Tjmuaha, desde entonces es un día de conmemoración para la comunidad. Así se fue gestando la memoria y la identidad Ovaherero, la de un pueblo de pastores, forzado por la codicia colonial a atravesar un siglo XX sangriento. El propio Kutako fue uno de los fundadores de la SWANU (Unión Nacional del África Sud-Occidental) formando parte del movimiento anti-apartheid contra las políticas sudafricanas de segregación que comenzaron en 1948 tras la victoria del National Party. El sucesor de Kutako como paramunt chief de los Ovahereros, Clemens Kapuuo, es reconocido también como uno de los máximos exponentes de la lucha contra el apartheid. Y por ello fue asesinado en Katutura el 27 de marzo de 1978, no se sabe si por miembros de la SWAPO o por enviados del gobierno sudafricano (Who killed Clemens Kapuuo? J.B. Gewald. 2004).

Durante el centenario de las matanzas de 1904, se celebraron tanto en Alemania como en Namibia actos de conmemoración a las víctimas. Se programó incluso un encuentro entre descendientes del General Lothar von Trotha y los de Samuel Maharero. Estas demostraciones de reconocimiento tal vez no sean más que gestos para la galería por parte de los representantes de las instituciones, pero para las comunidades afectadas son indispensables para que ese origen oscuro de la propia identidad sea purificado a través de la mirada de los “otros”, sobre todo si esos otros cargan con la también venenosa herencia del verdugo. La vergüenza que las víctimas experimentan por ser víctimas y la que sienten aquellos que saben que su bienestar se ha construido sobre el infierno de inocentes puede aliviarse, de alguna manera, en ese encuentro.

La sensibilidad mostrada por la, aquel entonces, ministra de asuntos exteriores alemana Wieczorek-Zeul contrasta un poco con la frialdad con la que su homólogo en el cargo actual anunció el acuerdo con el gobierno namibio y algunos representantes Ovaherero este mismo año 2021: “Me complace y agradezco que se haya podido llegar a un acuerdo con Namibia sobre cómo abordar conjuntamente el capítulo más oscuro de nuestra historia común. Nuestro objetivo era y es encontrar un camino común hacia una auténtica reconciliación en memoria de las víctimas«. En la prensa de todo el mundo se anuncia la creación de un programa dotado por el gobierno alemán con 1.100 millones de euros. Aun así, se niegan a reconocer que este fondo, aún lejos de las exigencias de los damnificados, corresponda a una indemnización, es un acuerdo enmarcado en la ayuda para el desarrollo de Namibia. No es fácil entender el porqué de este agravio comparativo con, por ejemplo, las reparaciones hechas a los países víctimas de terror nazi. La propia redacción del comunicado del ministro Heiko Maas, pone el acento en la reconciliación y no como debiera, en las disculpas; habla a su vez del “capítulo más oscuro de nuestra historia en común”, parece estar hablando de un conflicto entre iguales y no como fue, de un exterminio en un contexto de brutalidad colonial. Si justo es el pago a las familias por el sufrimiento pasado, ese pago ha de enmarcarse en un justo discurso de reparación, sin evasivas.

Cuando los antepasados de los Ovaherero fueron creados, el mundo estaba en tinieblas. Hombres, mujeres y animales vivían aterrorizados, ninguno sabía hacia dónde ir. En ese momento una persona encendió un fuego y muchos animales huyeron. Entonces El “gran mago” envió la luz a los hombres y vieron en torno suyo a las vacas, toros y a los demás animales. Los que huyeron por el fuego son los animales salvajes, los que se quedaron, el ganado. En el Okuruo está el fuego sagrado de los Ovaherero que nunca debe extinguirse. La primera mujer del Jefe y su primogénita se encarga de mantenerlo vivo y a través de él, los ancestros interceden por los vivos ante el dios celestial; a día de hoy sobre todo el cristiano, pero todavía también a Ndjambi Karunga. A Njambi Karunga no se le puede nombrar más que en agradecimiento por algo. No es una divinidad que imponga sanciones morales, de eso se encargan las personas. Njambi Karunga es ejemplo de bondad, solo puede hacer cosas buenas y el castigo no lo es. Los Ovaherero le agradecerán lo bueno que envíe y exigirán a las personas un comportamiento justo y bondadoso bajo su ejemplo. El fuego sagrado tuvo que volver a encenderse tras el genocidio de 1904-1908; la comunidad herero ha mantenido viva su llama hasta ahora. A través de las ofrendas sus antepasados les procurarán bienes. Y la mayor ofrenda que pueden hacer es la incansable exigencia de justicia y reparación.

Pablo Martínez Tobía

Referencias

A Dictionary of African Mythology. Harold Scheb. Oxford University press, 2002

“To Heal The wounds”: Namibian Ovaherero’s contests over coming to terms with the german colonial past. Karie L. Morgan, 2010.

Streams of blood and streams of money:New perspectives on the annihilation of the Herero and Nama peoples of Namibia, 1904-1908. Mohamed Adhikari. 2008. Historical Studies, University of Cape Town .

Report On The Natives Of South-West Africa And Their Treatment By Germany. His Majesty’s Stationery Office, 1918.

The politics of reconciliation: Destroying the blue book. Jeremy Silvester, 2000.

Towards Redemption: A sociopolitical history of the Herero of Namibia between 1890 and 1923. Jan Bart Gewald, 1996.

The Angel of Death has Descended Violently Amongst Them: Concentration Camps and Prisoners of war in Namibia. Casper Erichsen. African Studies Centre, 2005.

Who killed Clemens Kapuuo? J.B. Gewald. 2004

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