Erik Hobsbawn decía que la historia contiene no la memoria colectiva sino los acontecimientos que han querido ser recordados por quienes tienen esa función de recordar.
La historia es legitimadora y se convierte en la base social del grupo por cuanto es creadora de identidades colectivas. (Hobsbawm 1917-2012)
Crecí en el Estado de Morelos, donde se encuentra la ciudad de Cuautla, cuna del gran héroe de la revolución mexicana, Emiliano Zapata Salazar. Desde pequeña en el colegio nos enseñaron la historia de la revolución mexicana, como un proceso, en el cual los campesinos pasaron a ser dueños de las tierras. Los terratenientes fueron expulsados del poder y sus haciendas fueron quemadas. El pueblo tomó el poder desde el norte hasta el sur del país.
Bajo el lema; LA TIERRA ES PARA QUIEN LA TRABAJA CON SUS MANOS, Zapata en el sur y Pancho Villa en el norte fueron el terror del gobierno. Oficialmente la revolución duró de 1910 a 1920.
Sin embargo, me llevé una gran sorpresa cuando pregunté a una anciana, de un pueblo con tierras agrarias, si sabía quién era Emiliano Zapata. Me contestó que no. Entonces le pregunté; “¿Pero las tierras que ustedes tienen, fueron repartidas después de la revolución mexicana?” “Ah, eso sí”, me dijo. “La revolución la vivimos, bueno la vivieron mis padres. Yo era muy chamaca todavía”.
Yo, hasta ese momento, había creído que todos los que recibieron tierras después de la reforma agraria habían luchado por ello, es decir, que de alguna forma se sentían orgullosos de haber sido parte de un proceso histórico. Al escuchar el relato de esta mujer me di cuenta que la historia oficial, no contiene la memoria colectiva.
El Anono se encuentra ubicado en el municipio de Tamiahua, en el estado de Veracruz; que forma parte de la Huasteca Baja.
Sentada en su silla de madera, después de haber comido unos ricos frijoles de olla y tortillas recién hechas me cuenta cómo vivió esa época.
Me dice: “nosotros ni nos enteramos que, se habían firmado los papeles en la capital, por aquí tardó mucho en llegar la noticia, seguido aparecían muertitos por la carretera. Después vino el reparto de tierras, los grandes decían; ahora si vamos a ser dueños, ahora si vamos a ser patrones, pero no cambió nada, teníamos la tierra; pero pus la tierra sola no se cosecha. No teníamos grano que sembrar, no teníamos bestias, solo teníamos hambre, mucha hambre. A papá le tocaron muchas tierras, todo el alto que se ve allá después de la laja (pequeño rio)”
Yo nací cuando ya se habían repartido las tierras, la fecha no la sé, en ese tiempo nadie se preocupaba por eso ¡Tanto crio que nacía! Mamá se acordaba que fue antes de la sequía que pasó por aquí. Una sequia grande.
Dicen que la anunció un viejito, venía de lejos, de pueblo en pueblo, todo polvoriento, con sus botines todos oyudos (agujeros), dicen que se vestía como huehue ¡como los antiguos! Así con calzón de manta y su morralito (bolso de palma). Venía pidiendo comida de casa en casa, decía que tenía mucha hambre. Pedía aunque fuera un tochón (tozo de tortilla de maíz duro). Muchos le negaron la comida- la comida gita (hija) a nadie se le niega. “Ay de ti” les decía, viene una sequía y tú vas a sentir lo que es tener hambre. En huasteco dicen que lo decía. Entonces todavía hablábamos así.
Muchos dicen que los que le prestaron atención y le dieron comida; son los que hoy mejor viven.
Rápido se corrió la noticia, la gente tenía miedo, no fuera a pasar por aquí. Muchos dicen que si pasó, allá lo veían de casa en casa pidiendo. Pero como pues ya lo sabían, le daban de comer. Dicen que el viejito todo guardaba en su morral, para el tiempo de sequía.
Nosotros crecimos con papá y nuestra madrasta. Mamá se fue con otro hombre, prestito largo a papá, que es que no le servía como hombre (risas).
Trabajamos todas, nosotras solo fuimos solo hembras, papá nos quería mucho y mi madrastra no era mala. Allá íbamos desde la madrugada a la milpa, caminábamos mucho y llegábamos darle, todos por igual, papá nos marcaba el girón (tramo de un metro de ancho) y a la par íbamos, solo parábamos para el almuerzo, cada quien cargaba el suyo. Unas tortillas embarradas de frijol y chile; la de veces que me ganó el almuerzo la tapegua (hormigas), lleno de totuches me lo tenía que comer. No; gita, nosotros si pasamos hambre, todo el día con el sol en el espinazo, medio comiendo. Sí, teníamos muchas tierras, pero ¿para qué? Si por más que trabajábamos la yerba no paraba de crecer. Llegábamos en la mañana, todavía no aclaraba bien. Nomas veíamos amarillar el cañamaiz (planta de maíz seca) con sus mazorcas todas ralitas. Pues como iban a salir gordas, sino teníamos para echar abono a la tierra.
Allá al otro lado, estaba la milpa de los Reyes bien bonita, el maíz así de alto, ni se veían los hombres donde andaban. Dicen que ellos tenían porque en sus tierras encontraron un tesoro, pero pues el que encuentra un tesoro pronto el diablo reclama su pago. También porque tenía hijos varones, que no es lo mismo; nosotros puras mujeres, solo papá de varón.
Papá tenía guindados (colgados) sus papeles de la tierra, le dijeron que ahí decía cuales eran sus tierras. El puso su huella, pues ni sabía escribir su nombre, menos leer. El comisionado les señaló a todos de donde a donde les tocaba. No pusieron lindes, ahora todos dicen esto es mío y los cercan. No, entonces todo era mucho después de no tener nada.
¿Por qué nos tocó tan lejos? Papá era muy tranquilo, él no andaba metido en el mitote como otros, aceptó lo que le dieron. Ya a papá grande lo habían matado por eso.
No gita por aquí cerca de la hacienda de la Tinaja, hubo muchos muertitos. Algunos que ni andaban metidos en el pleito. Mamá nos conto, como pasaba por aquí la plebe a caballo, iban y se llevaban a las muchachas. La gente tenía miedo.
No, aquí ni nos enteramos de ese que dices, los generales esos. Aquí venían algunos dirigentes, gente de por allá, no sé ni de que lugar, juntaba a los hombres, a algunos hasta los obligaron a ir, algunos se fueron y nunca regresaron. Los que regresaron nomas a morirse vinieron. Las mujeres solo pasaron miedo, que iban a querer que les mataran a sus hombres. Bueno como en todo; alguna machona que se fue también porque quiso. Pero al repartir la tierra, se las dieron a los hombres, también a las mujeres que tenían un hijo varón.
No ¡A las mujeres solas que les iban a dar! Que se busquen un hombre que las mantenga, les dijeron. Mamá bravita se ponía cuando nos contaba eso. Una puede trabajar la tierra sin hombre decía, un hombre solo te usa para hacerte hijos, y cuidadito si no le das un varón.
Como papá, nos dio un terrenito a nosotras, las tierras se las quedaron sus hermanos. Nosotras como mujeres tendríamos la tierra de nuestros maridos, y así fue pues. Cuando yo me quedé viuda, la familia de mi marido me quería quitar todo, porque como no tuve hijos… Pero yo no me dejé, por eso las tierras fueron mías. Cuando me casé otra vez, las tierras eran mías, mi marido no tenía nada. Pero las trabajó como si fueran suyas y ya él se encargó de las reuniones.
Yo de revoluciones no sé nada, nosotros aquí solo enterramos los muertos, solo pasamos hambre, con miedo crecimos. Ese que dices tú, el del norte o el del sur, ni los oí nombrar por aquí. Y si bien bonito decían los viejitos, tener la tierras, pero ahora ¿con qué la sembramos? Fueron tiempos duros. Ahora la gente ya sembró naranjo, mandarina, chile. ¿Pero antes? No, antes sólo maíz, chunacates (especie de cebollas), unos chilares pequeños. Sí, algunos tuvieron la suerte de quedarse con las tierras de la caña y prestito con el trapiche. Pero fueron contados. Ya se ve, los que viven mejor hasta ahora.
No gita, yo creo que las guerras esas, o revoluciones como dices, las hacen los de la capital, nosotros los probes, lo que queremos es tener una tortilla para comer.
Bueno gita, me dice: ya es la hora de cenar, se levanta de su silla para encender el fuego del fogón.
Aquí nunca se cena tarde, el ánima de la noche pasa y busca lo que le dejamos. Si ve las brazas del fogón todavía encendidas se va y con ella se lleva la abundancia del hogar.
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