Caricaturas

Publicado en Por anthropologies
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El pasado lunes aparecía la noticia de un pueblo asfixiado que clamaba por su libertad, sesenta y dos años después de poder castrista en los que el pueblo por el que lucharon, los ideales que defendieron, desembocaron en un régimen dictatorial –¿acaso no lo fue desde el principio?– donde la utopía ni se intentó. Hambre, pobreza, escasez, esclavitud. No parece nada revolucionario. No hay nada nuevo bajo el sol. Entretanto, el propio gobierno cubano pide la unión de los comunistas para acabar con una Revolución. Sin tapujos. Las demandas populares, la lucha del pueblo, la represión de los manifestantes, la colaboración comunista. No hay mejor forma de negar la libertad. Definición de un régimen totalitario.

Mientras el pueblo cubano se levanta, en España hay algunos políticos de izquierda que se niegan a reconocer en los medios que Cuba es una dictadura. El domingo 11 de julio fue un día histórico, la primera manifestación popular que no estaba organizada por el partido único en sesenta años, sino contra su gobierno. Suponemos que los motivos no serán fortuitos y que la violencia de las calles acaso tenga un origen en la frustración y el hartazgo. Al mismo tiempo, políticos de derecha se mofan de los de la izquierda y condenan el régimen cubano. Casualmente, son los mismos que el 16 de julio celebraban la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212 como un símbolo nacional, en las redes se vieron banderas de España para conmemorar el acontecimiento –a saber si los reyes Pedro II, Alfonso VIII o Sancho de Navarra se reconocían en el trapo–, algunos decían que no podemos olvidar que fue una estrofa épica que forjó la base de nuestra cultura, incluso que España (sic.) libró a Europa del moro y el problema no está en la efeméride, sino en hacer de la historia –entendida como un cuento o, al menos, una verdad a medias– el sustento de una ideología que debería estar enterrada con el sepulcro del Cid y las siete llaves que defendía Joaquín Costa. Y es que, por más años que pasen, el nacionalcatolicismo no se supera, sino que en los últimos años se ha ido alimentando desde la extrema derecha como si tuvieran derecho absoluto a dar clases de Historia. Quizás por eso, los mismos políticos y simpatizantes que llevan toda una semana condenando el régimen de los Castro celebran casi con fetichismo el alzamiento nacional (sic.), que si en 1936 empezó una cruzada que libró a España del comunismo, que si fue un acontecimiento glorioso que acabó con la miseria, que si Arriba España y cosas así. Incluso hubo quien dijo que el pueblo debía tomar ejemplo y despertar. Muchos eran jóvenes, lo suficiente como para no haber conocido del franquismo más que su final y, por ende, difícilmente pueden recordar la Guerra Civil. Aterra pensar cómo la radicalización aflora ocho décadas después y, encima, se les llena la boca de la palabra Libertad.

No parece muy lógico criticar una dictadura mientras se defiende otra. Tampoco tiene sentido negar lo evidente. Los regímenes totalitarios, da igual su signo político, su calificación, deben ser erradicados y quien afirme lo contrario debería pensar si merece llamarse demócrata. Las ideologías deben ser coherentes, pero también autocríticas. La contradicción si perjudica al contrario nos regala caricaturas como las que hemos podido ver esta semana. La lucha por la libertad es legítima, defender las cadenas enmascaradas de libertad es ridículo. Por desgracia, la política lo salpica todo y, por eso, acabar con esta cita de Borges, Utopía de un hombre que está cansado, puede ser clarificador:

«–¿Qué sucedió con los gobiernos?

–Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a las elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen.»

Rodolfo Padilla Sánchez

Rodolfo Padilla Sánchez

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