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«Nunca me había sentido tan sola y humillada. Esa noche mientras mi empleadora dormía hui de su casa, pasé la noche en la estación de autobuses y fue la primera noche que me sentí libre.»
Laura, empleada del hogar.
Cuando hablamos del empleo del hogar hablamos de un sector feminizado y que en su mayoría ocupan las mujeres migrantes. El trabajo del hogar es la puerta al mercado laboral cuando no se cuenta con permiso de residencia. A lo largo de los años como investigadora, pero también como trabajadora del hogar y los cuidados, he conocido a muchas mujeres que llegaron a Madrid sin saber lo que iban a encontrar. Las redes de información muchas veces no son del todo ciertas y no lo son no porque la gente mienta, sino porque el proceso de migrar y tener éxito en la migración está condicionada por muchos y diversos factores.
Las mujeres que migran pueden tardar en poder ejercer su agencia en las experiencias por las que transitan; como migrante lo último que se quiere es preocupar a la familia que se queda en el país de origen, cuesta mucho reconocer y contar las malas experiencias, al final se termina contando lo bueno, o lo idílico. Así, muchas mujeres cuando llegan a Madrid se enfrentan al racismo y la discriminación que no han vivido en su país. Cuando no se han tenido estas experiencias no se cuenta con las herramientas para enfrentarlas y en muchos casos las trabajadoras del hogar sufren en silencio lo que viven. La migración se puede comparar a un rito de paso y el proceso de cada etapa no tiene un tiempo definido. Estas etapas empiezan desde el momento en que la candidata para migrar recibe la información de las posibilidades y las redes con las que contará; cuando ya se tiene la información, llega el momento de decidir, esta decisión no es individual, aunque así lo parezca, una vez que se tomó la decisión llega el momento de preparar el viaje y una vez que llega el día el paso más complicado es cruzar la frontera.
La frontera marca la línea de ser o no ser migrante, pero cruzar esa línea no significa que la migración tenga éxito. A partir de llegar al lugar de origen empieza una serie de pasos, el más importante es lograr tener un empleo para empezar a mandar remesas a su país; algunas migrantes contraen deudas económicas, algunas dejan a sus hijos a cargo de otras mujeres, etc. Otro paso importante es lograr el empadronamiento porque solo así empieza a contar el tiempo requerido para pedir el permiso de residencia. Podemos añadir más pasos como el lugar dónde vivir, el abono de metro, una cuenta bancaria, la tarjeta sanitaria, etc. Estos pasos para una persona autóctona no suponen más que la molestia de invertir tiempo en ir y tramitar y, sin embargo, para un migrante, en este caso una mujer migrante que además es o será trabajadora del hogar, estos pasos suponen incertidumbre, racismo y discriminación por parte de las instituciones. En otras ocasiones supone la estafa por parte de personas que venden citas, venden el empadronamiento y hasta venden las citas para las entrevistas de trabajo.
Aquí nos vamos a centrar en las trabajadoras del hogar en régimen interno. Este régimen de trabajo se ha convertido la entrada al mercado laboral como lo mencione al principio, pero no es solo la entrada al mercado de trabajo, sino que también es una parte más en el ritual de paso que es la migración. La mayoría de las trabajadoras con las que he hablado empezaron a trabajar como internas y algunas huyeron de ahí y otras aguantaron los tres años que exigía la ley de extranjería para tramitar el permiso y una vez con su permiso dieron el paso para trabajar como empleadas externas. El trabajo interno es el más precario, y aunque gracias a las luchas de las trabajadoras del hogar, se van obteniendo derechos laborales, las que se siguen quedando desprotegidas son las trabajadoras internas, ni los sindicatos mayoritarios, ni el gobierno tienen la disposición de dialogar con ellas y protegerlas laboralmente. Las trabajadoras del hogar hablan de abusos que van desde la restricción de alimentos hasta sustracción de su pasaporte para que no se vayan por parte de los empleadores. Por medio de testimonios de las trabajadoras nos podemos hacer una mínima idea de lo que viven.
«Mi jefa solo me compra pasta y arroz para comer. Yo les preparo a ellos la comida, pero de eso no puedo comer, la señora siempre está vigilando que lo que queda no me lo coma. Una vez le agarre una loncha de jamón y se enfadó mucho.» Elena, 32 años, trabajadora interna.
«Me llevaron a Galicia a cuidar a los abuelos a la casa de la tía de mi jefa, ahí no había supermercado y no podía comprarme nada, la señora siempre estaba vigilando la comida, a mí me llevó dos kilos de arroz y tomate frito, macarrones y unas latas de judía rojas, me dijo que esa era mi comida. El viejito de la casa me daba comida a escondidas para que no se enfadara mi jefa. Aguanté solo porque no podía regresarme, pero en cuanto llegué a Madrid y me pagaron me fui de esa casa«. Griselda.
«Cuando llegué a la casa de la señora que iba a cuidar me dijo su hijo que le diera mi pasaporte para sacarle una copia, ese trabajo me salió porque fui donde las monjitas. Entonces le di mi pasaporte porque no pensé que se lo fueran a quedar. Luego me dijo que mientras trabajara con su mamá yo no iba a necesitar mi pasaporte, yo se pedía y me decía que era la garantía por si yo le robaba. Cuando me pagó me descontó la comida y me dijo que la habitación me la iba a dar gratis. Mis amigas me dijeron que eso no estaba bien y yo le dije que me quería ir que me diera mi pasaporte, pero me dijo que no, que yo tenía que trabajar hasta que encontraran a alguien más. Un sábado que se llevaron a la señora y me dejaron en la casa guardé mis cosas y salí huyendo de ahí». Mar.
«Yo cuidaba a un señor mayor, estaba un poco impedido y necesitaba que le ayudaran en todo. El primer mes que me pagó me dijo que eso le daba derecho a que yo le hiciera otros favores, yo le dije a su hija y no me creyó, me dijo que su padre no era así, pero como no dejaba de acosarme me fui.» Maribel.
«En mi trabajo de interna todo iba bien, trabajaba desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche más o menos, pero un día que me dice la señora que se iban de viaje que yo me fuera a mi casa, entonces cuando regresó me dijo que todos los días que no había trabajado se la tenía que devolver los domingos o que me los descontaba de las vacaciones. Yo le dije que no podía trabajar el domingo, que necesitaba descansar y entonces me dijo que ella no me iba a pagar los días que no trabajé. Me descontó del salario los días y le dije que iba y me dijo que nosotras somos unas mal agradecidas, que nos aprovechamos de ellos para que nos den trabajo». Éster.
«Mi primer trabajo fue de interna, cuidaba a dos niños y ya estando ahí nació el tercero, yo los quería mucho. Yo dejé a mis hijos con mi madre y aquí les daba a estos el cariño que no podía darles a mis hijos. El más pequeño dormía conmigo y así estuve tres años, solo libraba tres domingos al mes, pero yo estaba contenta, porque, aunque no me pagaban lo que tenía que ser el trato era muy bueno y yo quería a los niños. El problema fue con mi jefe porque ellos se separaron y una vez que estaba en la casa de él le intento pegar al niño pequeño y yo le dije que no le pegara porque los niños son niños y no hacen las cosas con maldad. Y él se puso muy enojado a le dio un tirón del bracito al niño, entonces yo le dije que no iba a permitir que le pegara al niño, y me agarro a mí de los brazos y me aventó contra la pared, me dejó los brazos marcados. Yo me fui de ese trabajo porque las cosas con el padre cada vez iban a peor. Lloré mucho cuando dejé a los niños, pero tenía que buscarme algo mejor para mí». Paty.
Estas historias parecen ser de otro siglo, muchas mujeres narran que el trabajo en régimen interno es un trabajo de esclavas. En unas jornadas sobre trabajo doméstico una de las ponentes proponía la prohibición del trabajo interno. Una trabajadora interna se levantó y dijo: «Nosotras las trabajadoras internas no queremos que se prohíba este trabajo porque nosotras no tenemos a donde vivir, y el trabajo interno es el que nos da la posibilidad de empezar a trabajar cuando no tenemos papeles, por desgracia este trabajo es la única salida que nos da este país cuando llegamos, porque no importa lo hayamos sido en nuestro país, yo era maestra y aquí solo puedo ser trabajadora del hogar. Si se prohíbe este trabajo nos dejan a muchas sin la posibilidad de empezar a trabajar aquí. Lo que nosotras queremos es que se respeten nuestros derechos como trabajadoras y que obliguen a los empleadores a respetar los pocos acuerdos que hay para nosotras.»
Aracely S. Cruz.
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