Mucho se ha dicho sobre fútbol, desde el periodismo y desde las ciencias sociales, pero ahora que la Champions y los refugiados parecen enfrentarse para conseguir minutos en el telediario, es importante intentar comprender por qué es el fútbol el que gana el partido.
El Barça ve peligrar la liga cuando creía tenerla asegurada, ¿se enfrentarán Real Madrid y Atlético de Madrid en la Champions de nuevo?, Piqué vuelve a liarla en Periscope y Arbeloa en Twitter…. Son los temas candentes del momento, se escuchan conversaciones y discusiones sobre ellos en cualquier cafetería, vagón de metro o comida familiar, pero parece que nadie quiere recordar la crisis de los refugiados, los papeles de Panamá y la gran trama de corrupción que asola España. Mientras trato de pensar en el sistema social y económico que nos arruina la vida, las felices conversaciones sobre fútbol intentan nublarme los pensamientos.
¿Cómo es posible que un simple deporte eclipse temas tan importantes que cuestionan nuestra humanidad? Como analista social me parece una pregunta suficientemente importante como para analizarla.
Es evidente que el sistema capitalista ha conseguido encontrar su particular “circo romano”, es más, ha logrado sacar al pan de la ecuación. Mientras que el sistema de la Antigua Roma necesitaba “pan y circo” para mantener a la masa tranquila, en nuestro sistema actual nos vale con el deporte rey. ¿Cuánta gente tiene problemas para llegar a fin de mes pero mantiene el abono de su equipo favorito? ¿Cuántos tienen facturas sin pagar pero van al campo o al bar todos los fines de semana? Solo puedo preguntarme ¿por qué?.
Desde mi punto de vista, parte de esta respuesta tiene que ver con la necesidad del sentimiento de pertenencia. En una sociedad donde los grupos sociales son cada vez más líquidos y débiles, y en la que el individualismo se ha proclamado como la clave del éxito (quizá como parte de la estrategia del poder); ser de un equipo de fútbol cubre esta necesidad como ningún otro sistema. Las ideologías fuertes que beneficiaban al pueblo, se debilitan a una gran velocidad y se nos escapan de las manos, la política se ha destapado como gran representación en la que unos pocos poderosos se enriquecen a nuestra costa (por lo que han dejado de representarnos), el arte es cada vez menos aglutinador y más excluyente… ante semejante panorama es lógico que se busquen formas de sentirse parte de algo y el fútbol ha sabido cubrir dicho nicho de “mercado social”.
Miles de personas alrededor del mundo se sienten parte de un club, un equipo que les ofrece esperanzas y “sueños” comunes, que les marca pautas de comportamiento y vestimenta, que además ofrece un enemigo común y una liturgia muy bien definida. Un espectáculo sólo a la altura de las mejores religiones. Dios habrá muerto querido Nietzsche, pero asesinado por el fútbol.
¿Y por qué permite tal empoderamiento el sistema? Ya que es claro que si entorpeciera a sus intereses habría sido silenciado algún tipo de beneficio debe propiciarle. La respuesta es más que evidente, el fútbol genera un movimiento millonario de capital de las clases más bajas a los grandes ricos, ya sea en compra de entradas, merchandising o cualquier tipo de producto que tenga relación con los diferentes equipos. Mucho de ese capital se dedicaría al ahorro si no fuera por la existencia de estos productos tan específicos. Por si fuera poco, es un gran telón negro para que las grandes fortunas muevan su capital de manera internacional sin restricciones.
Además de esta doble función de circo y movimiento de capitales, es claro que el fútbol es un gran difusor del etnocentrismo europeo. Es en el viejo continente donde se dan las grandes ligas, se juegan los trofeos más importantes y a donde vienen todos los jugadores de máxima categoría. Todo lo relevante ocurre en el fútbol europeo, a excepción de los mundiales que son muy puntuales (cada 4 años) y que ayudan a legitimar la falsa imagen de igualdad. Todo sistema necesita de algún hito que haga creer a los oprimidos que tienen la oportunidad de llegar a las posiciones privilegiadas para mantenerse.
Lo que podríamos denominar “sistema fútbol”, está siendo exportado, gracias a la globalización, a lugares del mundo cada vez más extensos, cambiando culturas y aglutinando pensamientos narcotizados, extendiendo su poder y su normalización.
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