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¿Cómo se representan las diferencias raciales en el porno? ¿Educa y acostumbra el porno nuestro deseo sexual en el racismo? ¿O somos lxs consumidorxs quienes buscamos y pedimos contenidos racistas que nos exciten? ¿Es el porno más racista que el resto de la sociedad o es solamente más explícito? Reflexionemos sobre éstas y otras cuestiones a la luz de algunos casos concretos.

¿Constituyen algunos fetiches basados en estereotipos raciales el punto de encuentro entre la pornografía y el racismo? Basta un vistazo a nuestro alrededor, a nuestra sociedad en general -por ejemplo, a este artículo[i] reciente sobre las dificultades que enfrentan en su día a día las parejas interétnicas-, para darnos cuenta de que las creencias y expectativas eróticas que depositamos sobre otras personas van muy de la mano de su perfil étnico, y basta una búsqueda rápida en internet para constatar que el “cine para adultos” no se libra de ellas. No me tomó mucho encontrar la primera web que nos servirá como ejemplo: The Porn Dude[ii], un directorio que aloja varios listados de webs pornográficas cuya visita recomienda, diferenciadas por temáticas o por los perfiles de sus actorxs, con una brevísima presentación/descripción que invita a contemplar sus vídeos.  De entre las muchas cuestiones dignas de mención y reflexión -y crítica- de esta página, nos centraremos en cómo se introducen el listado de vídeos porno asiáticos -cito literalmente: “¡Porno japonés! ¡Pajéate con chicas asiáticas de coños peludos!”-, el de porno árabe -“Porno extraño con mujeres árabes. ¿Qué esconden bajo el burqa?”-, el de vídeos con actores negros -“¡Porno premium en el ghetto! ¡Tan auténtico que te quedarás loco!”-y el de vídeos con actrices negras -“¿Fan de las negras culonas? ¡Estas webs tienen porno de negros gratis!”-.

Como vemos, los estereotipos que poseemos sobre las personas percibidas como “de otras razas”, y especialmente sobre las mujeres -asociadas en nuestro ideario con la crianza y la educación, y por tanto, con la transmisión de sus culturas, así que a la vez son especialmente representativas y están especialmente marcadas por la diferencia cultural en el imaginario social-, dan forma a una serie de expectativas, deseos y fetiches muy concretos en el terreno de lo erótico, que van a limitar y fijar el lugar y las prácticas que ocupen lxs actorxs no-blancxs en la pornografía del creador/consumidor blanco. The Porn Dude cree que aquellos de sus seguidores onanistas que quieren ver a actrices orientales, esperan y quieren verlas sin depilar, al igual que a mujeres enigmáticas desprendiéndose del burqa que se espera que las envuelva por ser árabes, al igual que no conciben/desean a mujeres negras que no tengan grandes nalgas, y al igual que no imaginan/les excita que aparezcan hombres negros si no aparentan provenir de algún suburbio urbano.

Podemos alegar que estos mensajes no provienen de los vídeos en sí sino de las citadas descripciones, es decir, que son la verbalización de las fantasías de una persona en particular, en este caso el diseñador de The Porn Dude -más un consumidor que un creador de contenidos-, y que por tanto la industria pornográfica se libra de la estereotipia racial y de reducir a lxs actorxs a poses o partes del cuerpo concretas. Pero como decíamos al comienzo, el racismo es social, histórico, está arraigado en los cimientos de nuestras culturas, y puede manifestarse en todos sus productos, creaciones y expresiones. Y dado que la raza está sexualizada y que la sexualidad está racializada, el prejuicio puede residir tanto en quien ve porno como en quien lo orquesta o difunde. No toda la pornografía, al igual que no todas las personas, son especialmente racistas; pero por supuesto que hay casos, numerosos, socialmente lesivos y con los que se fortalecen las estructuras de pensamiento racista.

Tenemos un ejemplo reciente en la polémica generada alrededor del caso del actor porno estadounidense Moe the Monster y el género cuckold, al que accedemos a través de un escandaloso artículo[iii] de Zoé Samudzi en Vice, que aborda los prejuicios porno-raciales que recaen concretamente sobre los hombres negros. Este actor estaba grabando una de tantas películas para Dogfart Networks, empresa especializada en “porno interracial”, cuando el director James Camp le propuso que dejase que su compañera le llamase “negrata” de forma despectiva durante el clímax porque gustaría a los fans. El actor se negó y la escena se grabó sin la frase, que sin embargo fue añadida posteriormente en montaje, por supuesto sin consentimiento del actor, y difundida en internet por la empresa. La demanda de Moe the Monster por fraude, negligencia y acoso racial no se hizo esperar, acusando a Dogfart de crear contenidos específicamente dirigidos a un público racista, que erotiza la discriminación de los cuerpos negros, haciéndonos reflexionar sobre lo delgada que es la línea que separa la actuación de la agresión real en un espacio como la pornografía, en el que lo aceptable y lo ético se vuelven difusos a la sombra del consentimiento y en pro de la libertad sexual.

Digno de mención es que la escena en cuestión de Moe the Monster fue alojada en una sección de la web de Dogfart llamada Cuckold Sessions. Este género suele consistir en encuentros sexuales entre hombres negros y mujeres blancas mientras son observadxs por sus supuestos novios o maridos blancos, que además son quienes organizan tales encuentros a modo de humillación -a sí mismos- y compensación -a sus compañeras- por no poder satisfacer sexualmente a sus parejas. Pensemos ahora que el nombre de este género alude al “cuco”, un ave famosa por poner sus huevos en nidos que no le pertenecen -de otras especies- para que su cría arroje a lxs otrxs polluelxs del nido y prevalezca sobre ellxs… Una auténtica metáfora del temor y de la fascinación simultánexs que experimenta el varón blanco, envidioso del legendario vigor sexual y de los míticos penes descomunales de los hombres negros. Hombres a quienes el marido/novio voyeurista cede a su esposa -ojo al componente extra de machismo- para que la invadan, extinguiendo simbólicamente la futura estirpe blanca, de forma tan antinatural como el cuco, ya que ponen su “semilla” en un lugar que “no les corresponde”, es decir, en una mujer “de otra especie”: blanca. Y ahora nos preguntamos, ¿es casualidad que aumenten las visitas de los videos cuckolding al mismo tiempo que en gran parte de occidente resurgen las derechas supremacistas blancas, sirviéndose de eslóganes como “No nos vais a sustituir” o “Debemos asegurar el futuro de los niños blancos”?

Sumemos otra cuestión recogida en el mismo artículo, observada por la profesora de Estudios Feministas en la Universidad de California Mireille Miller-Young: se trata del doble rasero en estas escenas de sexo interracial. Las tarifas de las actrices blancas son mayores cuando actúan junto a actores negros, no así cuando actrices negras filman con compañeros blancos. El argumento empleado para esta desigualdad salarial -se estima que, en general, las actrices negras ganan entre la mitad y las tres cuartas partes que sus compañeras blancas- suele ser el mayor esfuerzo corporal que implica el tamaño de los penes negros -especialmente durante violentas embestidas de sexo anal-, pero esta académica explora las otras razones simbólicas: compensar a estas mujeres blancas por la devaluación a que son sometidas al ser penetradas por varones negros, que no solo aparecen a menudo caracterizados como despreciables traficantes, marginales pandilleros y violadores incontrolables, sino que las “ennegrecen”, las “arrebatan” a sus “legítimos” amantes blancos. Dado que los observadores que se espera que consuman estos videos son blancos -como los avergonzados novios ficticios blancos de las actrices, con quienes los espectadores establecen la conexión empática-, tiene lugar la erotización y conversión en fetiche de dos grandes miedos: primero, el ataque definitivo a la pureza racial blanca -hay una inversión de los roles tradicionales de dominación étnica-, y segundo, la materialización de la inseguridad y los complejos de la masculinidad blanca frente al estereotipo del salvaje y desmesurado poder sexual negro. ¿Acaso no contienen estas ficciones eróticas rastros de las preocupaciones psicosexuales y sociales más racistas?

El riquísimo y variado artículo[iv] de Anna Freeman en Playground Magazine nos ayuda a entender mejor todo este fenómeno, a través de entrevistas con cuatro actrices y actores porno no-blancxs. El estadounidense Mickey Modd señala que este mercado interracial en la pornografía se centra casi exclusivamente en hombres negros y mujeres blancas -es decir, que por ejemplo un hombre negro y una mujer asiática no se considera sexo interracial-, en primer lugar porque se sobreentiende que la mayoría de consumidorxs son varones blancos -nunca se hace mención a la raza en el título o la descripción del filme cuando todxs sus actorxs son blancxs, porque es “lo normal”-, y en segundo lugar porque este atractivo interétnico parece residir en confrontar sexualmente la hipermasculinidad y violencia negra con la supuesta fragilidad de las mujeres blancas. Por su parte, la actriz vietnamita Cindy Starfall declara haber asumido que su sex appeal como pornstar asiática se ha traducido y traducirá en innumerables papeles en los que aparece como colegiala de uniforme o masajista erótica, solapándose su trabajo con el cliché que occidente asocia a las personas orientales hasta tal punto que, en una ocasión, y para su propio asombro, llegaron a pedirle que usara palillos mientras practicaba una felación en cámara.

Aunque no podremos profundizar demasiado, diremos que los estereotipos sobre la sexualidad asiática son muy diferentes de los estereotipos negros, cuando no radicalmente opuestos. Buena cuenta de ello da el capítulo[v] de Celine Parreñas Shimizu, investigadora cinematográfica del Departamento de Estudios Asiáticos de la Universidad de California, en la obra compilatoria Porno feminista: las políticas de producir placer. Su texto analiza la estela de Keni Styles, británico de ascendencia tailandesa, quien parece ser la primera estrella masculina asiática de la pornografía heterosexual en los Estados Unidos. Los hombres asiáticos, al contrario que los negros, aparecen en el imaginario cultural occidental como castrados, inferiores y desprovistos de poder sexual, poco masculinos, carentes de pasión y con penes demasiado pequeños para proporcionar placer. En la pornografía gay suelen representar el socialmente devaluado papel pasivo, y en el porno hetero son los grandes ausentes. La autora del capítulo nos habla de cómo gran parte de la carrera de este actor ha estado marcada por las pobres expectativas con las que ha tenido que luchar, cuestionando incluso si ha llegado a lograrlo: hasta en películas de pornografía feminista -en las que se han intentado borrar las menciones raciales e ideas preconcebidas-, las intervenciones de Keni Styles junto a su coprotagonista femenina son notablemente más breves, frías y distantes que las de sus compañeros blancos y negros.

Nos han faltado muchos ítems por abordar –y uno de mi especial interés: qué tiene que decir a todo esto el porno queer-, pero, en síntesis, podemos sostener que la industria pornográfica bebe de las mismas dinámicas que el resto de la organización social, luego, sus contenidos racistas no son sino reflejo del racismo que impera y que se demanda, de forma más o menos sutil, en nuestra cotidianidad. Sin embargo, la pornografía es un campo más desde el que articular luchas y promover el cambio, y uno especialmente efectivo si tenemos en cuenta su consumo masivo y sus grandes posibilidades educativas. De hecho, ya existen varias iniciativas que pretenden revertir la situación, y una nueva ola de directoras feministas y/o negras con proyectos bellos y excitantes que ofrecen alternativas a la erótica comercial mainstream. La falta de apoyos para que este nuevo porno se desarrolle a mayor escala, señala Anna Freeman en su ya citado artículo, se debe a dos cuestiones: una, el extendido argumento de que la pornografía es sinónimo de explotación, premisa bajo la cual, para qué esforzarse por cambiar cuando es preferible destruir por completo; dos, lo complicado de convencer a las empresas poderosas para transformar algo que ya “funciona”, es decir, que vende -recordemos de nuevo los listados y las descripciones de The Porn Dude-. No será hasta que nos concienciemos como consumidorxs responsables, hasta que entendamos que nuestros deseos están socialmente condicionados, hasta que incluyamos la diversidad en nuestros apetitos, y hasta que consideremos el trabajo sexual como actividad susceptible de derechos y deberes y con enormes potencialidades públicas, que un porno desprejuiciado pueda comenzar a enraizar y florecer.

Salmacis Ávila

Imágenes

https://nevery.info/images/39c08beedfb0147f791828fa2214c25f.jpg

http://bigasiandick.com/wp-content/uploads/2013/08/Straight-Fraternity-Aaron-and-Junior-Straight-Asian-Sucks-Big-Cock-Amateur-Gay-Porn-19.jpg

http://www.cheapporn.club/wp-content/uploads/2017/03/Cuckold-Sessions-Discount.jpg

https://delokos.com/wp-content/uploads/2015/11/114.gif

https://nypdecider.files.wordpress.com/2018/06/sense8-finale-orgy1.jpg?quality=90&strip=all

Referencias

[i] https://www.codigonuevo.com/conciencia-social/parejas-interraciales-cuentan-sociedad-espanola-sigue-racista, consultado el 18/09/2018

[ii] https://theporndude.com/es, consultado el 18/09/2018

[iii] https://www.vice.com/es/article/d3en3q/porno-interrracial-racismo-cuckold-hombre-blanco, consultado el 19/09/2018

[iv] https://www.playgroundmag.net/life/-Por-que-el-porno-la-unica-industria-multimillonaria-a-la-que-se-le-permite-ser-racista-_28993694.html, consultado el 20/09/2018

[v] Parreñas Shimizu, Celine (2016): Atado a las expectativas: la sexualidad racializada de la estrella porno Keni Styles (pp.443-469). En Taormino, Tristan; Penley, Constance; Parreñas Shimizu, Celine; y Miller-Young, Mireille (2016): Porno feminista: las políticas de producir placer. Ed. Melusina.

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