La tribu que no quería ganar al fútbol, sólo empatar

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Estamos tan habituados a observar la dicha de los triunfadores y la desolación de los derrotados en las contiendas deportivas que nos resulta incongruente que alguien no desee ganar. Se nos olvida a menudo que nuestra sociedad, por más que sea predominante y sus valores sigan extendiéndose en el resto de los pueblos, es la más insólita de todas las agrupaciones humanas y sus valores son tan particulares como los de cualquier tribu ancestral.

En Nueva Guinea, por ejemplo, habita una tribu que no entiende el valor desmesurado que los occidentales damos a la victoria deportiva. Cuando Inglaterra estableció su protectorado en 1883 llevaron su concepto de “civilización” a la isla oceánica: sistema educativo, administración, leyes y, por supuesto, fútbol.

Pero los tangu se negaron a jugar al balompié a menos que antes se cambiaran las reglas del juego: “A los tangu no les gusta que haya ganadores y perdedores, por lo que hubo que cambiar la finalidad del partido. Lo importante era empatar, y jugaban hasta que lo conseguían. A veces, hasta varios días”, cuenta José Antonio Marina en su libro ‘El laberinto sentimental’, citando a la antropóloga Catherine A. Lutz en su libro ‘Unnatural Emotions’.

La aversión al triunfo no es tan excepcional como pudiera parecer para un occidental, cuyo sistema de valores establece una clara asociación entre victoria/derrota-bueno/malo. Por ejemplo, hasta 14 grupos sociales, de Tanzania, Indonesia o la Amazonía, no eran capaces de jugar con malicia al llamado Juego del Ultimátum, que gira en torno a la codicia y la picardía de los contrincantes. El sociólogo Joseph Heinrich concluyó que la generosidad con el rival era la norma y no la excepción, al contrario de lo que sucede entre los occidentales.

Otra antropóloga, Margaret Mead, descubrió a principios del siglo XX que la competencia era prácticamente desconocida entre los zuni y los iroquíes de Norteamérica y los bathonga de Sudáfrica. Desdichadamente, muchas de estas sociedades tradicionales han desaparecido o bien han sido absorbidas por el mundo moderno, con sus valores preponderantes.

Vía: http://blogs.publico.es/strambotic/2014/04/tangu/ 

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