¿De qué hablamos cuando hablamos de batalla cultural? ¿todo vale por el entretenimiento? ¿por qué la ultraderecha odia la diversidad? Estas y otras preguntas no serán contestadas en este artículo, pero me gusta pensar que alguien reflexionará sobre ellas.
En junio de este año, varios teatros madrileños presentaron la programación de la nueva temporada (2024-2025), entre ellos Los Teatros del Canal y El Teatro de la Abadía.
Los del Canal presentaron esta nueva temporada bajo la dirección artística de 2 directoras y 2 directores: Ainhoa Amestoy, Olga Blanco, Albert Boadella y José Luis Alonso de Santos. El teatro, propiedad de la Comunidad de Madrid, cuenta con dos millones más de presupuesto desde diciembre del año pasado y una programación que algunos profesionales de la escena han criticado por ser poco arriesgada y repetitiva. En última instancia, por no dar cabida a nuevos creadores y apostar por la diversidad, es decir, por ser conservadora.
En la presentación de la nueva temporada del Teatro de la Abadía, por su parte, Juan Mayorga, ante la pregunta sobre el ascenso de la extrema derecha en Europa, contestaba “estamos viviendo momentos graves” recuperando la palabra “libertad” y añadiendo “la seguiré usando, no la vamos a regalar”. Y quizás esté aquí una de las costuras a deshilvanar para llegar a entender de qué hablamos cuando hablamos de batalla cultural. Lo que la izquierda se ha dejado quitar a raíz de la manipulación de una sociedad idiotizada por las nuevas tecnologías que ofrecen un púlpito de oro al discurso más individualista, magufo y maniqueo. Porque no es solo la palabra libertad, a la que se le ha dado un nuevo significado para justificar la destrucción de la paz social, sino canciones que nacieron en las filas de la resistencia contra el fascismo, como el “Bella Ciao” o personajes a los que el fascismo asesinó como Federico García Lorca. La propia expresión “batalla cultural” es un concepto del filósofo teórico marxista Antonio Gramsci de la que también se ha apropiado la derecha.
He leído hasta la saciedad que la izquierda ha perdido la “batalla cultural” y no dejo de preguntarme ¿qué izquierda?, ¿qué batalla? y, sobre todo, ¿qué cultura? Tengo muchas preguntas y pocas respuestas. ¿Está ganando la batalla cultural Leticia Sabater? ¿Nacho Cano? ¿Jose Manuel Soto? ¿Pitingo? ¿O se trata más bien de un brote psicótico generado por un cambio de relato que ha quitado hierro al ideario de ultra derecha y lo ha transformado en algo bonito de ver? Un ideario que representan estos y otros tantos personajes más o menos chuscos (no seré yo quien los adjetive) a los que da mucha vergüenza escuchar, pero que tienen miles de seguidores.
Mientras esbozo frases inconexas para poner en pie este artículo, me encuentro con una imagen en internet que me da más pena que vergüenza (ajena): el abrazo de la “abogada y celebridad española” I. Hernand a C. Cifuentes. La primera señora es/era un referente de la progresía (al menos de cara a la galería) y la segunda consiguió un máster falso con el tráfico de influencias del PP y violó derechos fundamentales reprimiendo el 15-M (entre otras cosas, Señoría). Abrazarla es abrazar todo eso, aunque los acólitos de Inés dicen que “era ironía”. Pelillos a la mar. Bueno, lo que yo veo es una empatía mal dirigida que me recuerda a esta frase de Paco Bezerra referida a los votantes de I.D.A. «Aplaudís su ineptitud porque, como buenos españoles, deseáis ser como ella: ladrones e ignorantes». A veces, la empatía nos lleva a justificar actitudes miserables de personas que nos gustaría ser por lo que han conseguido (dinero), obviando lo que son realmente. Y eso muy triste y muy poco de izquierdas, porque, ay, no todo vale por el entretenimiento.
Todas tenemos contradicciones y conflictos internos cuando se trata de vivir conforme a unos principios de bien común en una sociedad cada vez más egoísta, pero de ahí a meterse en el lodazal va un trecho. El mismo trecho que me separa de programas como Masterchef, El hormiguero o Cuarto Milenio, escenarios que me niego a calificar de “culturales”, pero que lo son porque alimentan las mentes que tienen que sacar adelante un país. Tienen menos recorrido que cualquier obra de teatro de Jardiel Poncela, pero mucho más impacto que el Bertín Osborne de turno. Las películas de Santiago Segura, por poner otro ejemplo, forman parte del mismo engranaje. Basta ver un par de escenas de alguna de ellas para poner en duda que el personaje que le hizo famoso fuera una parodia y no un deseo nostálgico.
El entretenimiento no es inocuo, como no lo son los museos, porque el contexto lo es todo y reducirlo a una cuestión estética, como bien indica Eugenia Tenenbaum, nos impide ver los sesgos y comprender los acontecimientos y la historia en toda su magnitud. Construir un mundo mejor solo es posible con esta mirada amplia y crítica, todo lo demás son medias tintas y nos lanza muy lejos del sueño de Carl Marx de un futuro sin ricos ni pobres.
Sé que no estoy siendo muy rigurosa, pero me llevan los demonios cuando veo que estamos asistiendo a una vuelta al caciquismo cultural y a la normalización de una censura que recuerda a los años de la dictadura franquista. Furio Jesi lo expresó muy bien en su ensayo “Cultura de derechas” cuando definió ésta como una cultura «caracterizada por el vacío”.
Susana R.Sousa.
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