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El sexo es una de las formas primarias del poder” Ernesto Sábato

Si quieres conocer a Pepito, dale un carguito”. El poder nos vuelve ególatras, alimenta nuestra vertiente narcisista, hace que nos creamos por encima del bien y del mal. Y si a ti que me estás leyendo te tentaran ofreciéndote todo lo que desearas, sin límite alguno (ni ético ni moral), puede que tu apetito sexual también se convirtiera en irrefrenable. El poder absoluto corrompe y convierte el sexo en algo compulsivo y ciertamente insatisfactorio

Gobernantes totalitarios que tienen a su disposición todos los recursos materiales, sociales, económicos, culturales y humanos de la sociedad a la que someten. Creen sinceramente que el mundo está en sus manos y que son dueños de los cuerpos y las mentes de los demás. Lo que deseo, lo tengo (como dijeron los Queen, I want it all and I want it now); y por ello utilizan su posición de poder para acceder a parejas y ejercer prácticas sexuales que habrían sido meras fantasías sin esa situación de dominio frente al resto. 

Pero el poder descontrolado no conlleva solo el desarrollo de rasgos narcisistas y hasta psicopáticos (ausencia de empatía hacia los demás, frialdad emocional) por parte del tirano, sino que la sociedad entera otorga un halo de erotismo vinculado al poder que convierte al dictador en alguien muy atractivo y deseable. Miles de mujeres han competido y compiten hoy en día por meterse en la cama de personajes todopoderosos, por ser las elegidas de aquel que está por encima del resto. Y si, además, la pareja del dictador totalitario también comparte rasgos psicopáticos o incluso maquiavélicos (acercándonos ya a la “tríada oscura”), podemos encontrarnos con mujeres que, siendo conscientes de los crímenes cometidos por sus parejas, apoyan sus siniestras políticas participando activamente de las mismas (Véase el caso de Jiang Qing, última mujer de Mao).

Pero intentando analizar la conducta sexual de estos tiranos, resulta complicado discriminar el grano de la paja y detectar qué biografías han sido pergeñadas como instrumentos propagandísticos por parte de sus enemigos más que como hechos probados. De ahí que siempre encontremos algún hilo del que tirar vinculado a la pedofilia o asesinato (independientemente del dictador al que estemos investigando).

En este artículo no vamos a dejarnos llevar por el sesgo ideológico intentando retorcer los hechos históricos para forzar una conclusión acorde a lo que menos malo nos parezca. Cualquier dictador totalitario, fascista o comunista, presenta una vida sexual acorde a lo anteriormente expuesto. Y para muestra, un botón. Pongamos la lupa sobre tres dictadores muy sexualizados del pasado S XX y veamos cómo se comportaron entre las sábanas de sus excelsas alcobas.

Adolf Hitler, Alemania

Litros de tinta se han vertido para explicar o intentar justificar las aberraciones cometidas por el tercer dictador más sanguinario del siglo XX, asesino de 17 millones de seres humanos (siendo el primero Mao, cargando a sus espaldas con 78 millones de asesinados y detrás de Stalin, con 23 millones).

Son conocidas las teorías sobre su supuesta homosexualidad. Los periódicos de la época (años 30 del pasado siglo) tanto católicos, comunistas, como socialdemócratas, acusaron al líder de la NASDAP de ser el jefe de una “camarilla de homosexuales” cuando todavía estaba vigente el delito de sodomía (art.175). Pese a la carga delictiva, ciertas connotaciones homosexuales estaban muy de moda entre los antiguos combatientes de la derecha nacionalista y racista alemana, muy proclives al desprecio de las mujeres y al culto de la belleza del cuerpo masculino, símbolo de fuerza, coraje y antagónico a los pseudovalores burgueses y cristianos (pudor, intimidad…). La declarada homosexualidad de Ernst Röhm (comandante de las SA) o las informaciones vertidas sobre el delfín de Hitler, Rudolf Hess, también conocido como “Frau Anna”, abren la puerta a un sinfín de informaciones publicadas una vez muerto Hitler que no se sabe si responden a una verdad oculta durante su dictadura o a burdos intentos propagandísticos del propio entorno para desmarcarse de su implicación.

Lo cierto es que Adolf Hitler de manera innegable contaba con unas características fisiológicas que afectaron a su funcionalidad sexual.

Es bien conocido que Hitler sufría de criptorquidia en el lado derecho (ausencia del testículo derecho) pero no debido a su pérdida durante la guerra, como se venía afirmando anteriormente, sino a una espina bífida oculta que conlleva irregularidades en el aparato genital y es, además, un defecto congénito.

En las duchas comunes durante la I Guerra Mundial sufrió las humillaciones de sus compañeros porque sus genitales estaban infradesarrollados, de ahí también que durante la II Guerra Mundial los soldados británicos cantaran “Hitler has only got one ball(“Hitler sólo tiene un huevo”) con la música de la popular Marcha del coronel Bogey. Otra deformidad que tenían sus genitales es lo que se conoce como hipospadias, es decir, que la apertura de la uretra está en la parte inferior del pene y no en el extremo. Este defecto también era motivo de risa entre sus amigos puesto que siempre que orinaba se mojaba los pantalones.

Una personalidad caprichosa, voluble e inestable, una autoestima frágil debida a un aspecto físico poco atractivo y la recepción de humillaciones constantes por su criptorquidia, habrían alimentado el odio y la necesidad de resarcimiento. Cuando se convirtió en el dictador totalitario que posteriormente fue, compensó todas sus inseguridades con un alarde de dominación y poder absoluto.

La patológica relación con su sobrina, Geli Raubal, ella de 17 años y él, un hombre virgen de 36, venía determinada por el incesto dominante de su lugar natal, la región austriaca de Dollersheim. De hecho, se piensa que su padre y su madre eran tío y sobrina y se llevaban cerca de 30 años. En aquel momento y en aquel lugar este tipo de relaciones no solo eran normales, sino que se potenciaban dentro de las familias. Además, y dada su personalidad, Hitler se relacionaría preferentemente con mujeres más jóvenes por ser dóciles e influenciables. De hecho, Otto Strasser comentó que Hitler era adicto a determinadas prácticas sadomasoquistas como el sentirse humillado con determinados fluidos físicos. Parece ser que le gustaba que Geli le orinase encima (la conocida lluvia dorada del BDSM).

En general, su relación con las mujeres fue casi siempre problemática. No olvidemos que tres mujeres relacionadas estrechamente con él intentaron suicidarse y otras dos, absolutamente enamoradas de él, acabarían quitándose la vida. Era capaz de idealizar a algunas de ellas y arrojarse a sus pies, aunque tuvieran pareja mientras que con otras tenía meras aventuras sexuales, para las que su chófer Emile Maurice le dejaba su piso de soltero. Con su sobrina Geli mantuvo una relación obsesiva mientras que con Eva Braun alcanzaría algo parecido a la vida matrimonial.

Mao Zedong, China

No hay más que pasar por Tiananmen para ser conscientes del culto que a día de hoy se profesa en China al probablemente mayor asesino del s XX (78 millones de asesinados). A diario, miles de chinos hacen cola horas y horas para ver brevemente el cuerpo embalsamado del líder. De hecho, es el único personaje que aparece en los billetes de curso legal, como si tras los 3.500 años de Historia de la cultura china ningún otro líder fuese digno de ser rememorado. Este es el resultado de un proceso de deificación, en una república oficialmente atea, iniciado durante su vida.

Mao sufría de insomnio. Pero su elevado nivel intelectual le llevó a dedicar todo el tiempo que no podía invertir en dormir a estudiar historia; conocer la trayectoria de su cultura para poder encarnar el papel de héroe legendario con características de sus antecesores más exitosos. Siguiendo la tradición de los emperadores chinos, hizo como el emperador Amarillo, padre del pueblo Han, que alcanzó la inmortalidad gracias a las prácticas sexuales taoístas. Algunas sectas taoístas de la dinastía Ming creían que una manera en que los hombres podían lograr longevidad era teniendo relaciones sexuales con vírgenes, en particular vírgenes premenárquicas. Además, para alcanzar la inmortalidad, el varón debía retener el «jing» (esencia vital presente en los líquidos corporales, sobre todo en el semen). El semen no podía sacarse del cuerpo sino que debía enviarse a través de la columna vertebral hacia el cerebro, donde lo nutriría con el “jing” (¿Vendrá de ahí el “Jingle bells” navideño?). Volviendo a lo serio, esta retención del jing, conocida en sexología como eyaculación retrógrada (el semen viaja a la vejiga en vez de salir por la uretra), se conseguía a través de dos métodos: dejando de estimular el pene antes de alcanzar la etapa de meseta previa al orgasmo o aplicando presión en la base del pene justo antes de eyacular.

Así que, una vez interiorizados los preceptos taoístas que potenciaban la longevidad, Mao se acostaba con cuantas campesinas jovencitas le facilitaban la corte de enfermeras, aduladores y guardaespaldas que lo acompañaron en las últimas décadas de su vida. De hecho, su enfermera jefe, Wu Xujun, ejerció durante años esta labor de celestinazgo buscándole jovencitas premenárquicas que llevarse al lecho. Uno de los pocos críticos que se enfrentaron a Mao, Peng Dehuai, lo acusó de hacerse rodear de jóvenes como si fuese una «selección de concubinas imperiales».

Debido a esta insaciable búsqueda de la inmortalidad violando niñas campesinas a su paso, durante la Larga Marcha fue dejando a varios de sus hijos en aldeas a cargo de los campesinos que fue encontrando a su paso. Pero no eran violaciones así, rudas y salvajes. Mao viajaba siempre con su cama que utilizaba para reuniones políticas, violaciones a jovencitas y pasar gran parte del día leyendo en ella (se llevó la cama hasta Moscú).

Casado en cuatro ocasiones y padre de una numerosa descendencia (10 hijos), cuando conoció a su cuarta esposa (la anteriormente citada Jiang Qing), Mao contaba con 60 años y ya tenía problemas de impotencia. Intentó solucionarlo con un supuesto afrodisíaco de la medicina tradicional china, las inyecciones de extracto de cuerno de ciervo; aunque acabó cayendo en las manos de una especialista rumana llamada Lepshinskaia que consistía simplemente en novocaína.

Benito Mussolini, Italia

Mussolini de joven fue un teórico del “amor libre”, contrario al matrimonio y a los hijos (“Menos hijos, menos esclavos”) y cercano al feminismo de izquierdas. Antes de ser el Duce, frecuentaba burdeles y simultaneaba incluso tres o cuatro relaciones, desinteresándose de los hijos que nacieron de ellas: para ellos quedaba el manicomio, el abandono o incluso el aborto.

Este vínculo con la prostitución desde muy joven puede explicar por qué el Duce a lo largo de su vida, incluso estando con otras mujeres, trataba de imaginárselas como prostitutas. Sólo de esa manera llegaba al orgasmo en sus encuentros íntimos. Para el dictador, su deseo sexual resultaba insaciable, en determinadas épocas necesitaba al menos cuatro mujeres al día para calmar su necesidad. Tras la llegada al poder por la fuerza en 1922, mientras la democracia liberal italiana se hundía en su debilidad, sus colaboradores seleccionaban las cartas de las admiradoras como sistema para realizar una criba destinada a saciar sus noches desenfrenadas de lujuria.

Pero su personalidad es lo que iba a marcar su conducta sexual. Mussolini necesitaba dominar dentro y fuera de alcoba, solo importaba su criterio, su deseo, el cual imponía a sus compañeras de cama. Por lo que narran sus biógrafos, el sexo con el dictador era fugaz: no duraba más de cinco minutos, tiempo en el que él no se preocupaba en absoluto por conocer el grado de satisfacción de sus acompañantes ocasionales. Pero, cuidado, ninguna de ella podía hacerle sombra. Él necesitaba ser el dominante, el dueño y señor de la escena. Probablemente practicante de lo que hoy denominaríamos BDSM, necesitaba sentirse superior a su compañera de catre, rechazando a cualquier mujer fuerte o con espíritu de iniciativa que pudiese anularlo sexualmente. Según cuentan, se inhibió ante la princesa María José, hija del rey Vittorio Emanuele, cuando ésta se propuso seducirle tras un sugerente desnudo.

Mussolini se mostraba como un hombre viril en todo momento y lugar, representando al modelo de hombre que todo italiano aspiraba a ser: testosterónico, carismático, conquistador, viril… desprendía una sexualidad desbordante. No se avergonzaba de sus conquistas, se dejaba ver en público con sus amantes, le gustaba que las masas le viesen como un conquistador.

Con el amor de su vida, Clara Petacci, experimentó la misma obsesión que con el resto de mujeres, pero con una morbosa mezcla de celos. Cuando Mussolini y Petacci empezaron a verse con regularidad, ella era una jovencita y él un hombre que acaba de entrar en la edad madura. Una vez que Clara abandonó a su marido, un teniente de aviación italiano, Mussolini, loco de amor y de celos, la recluyó en una mansión en uno de los barrios más exclusivos de la capital italiana. Allí, Clara empezó a escribir unos diarios íntimos donde narraba con todo lujo de detalles sus encuentros sexuales con el Duce. Ella lo definía como un hombre violento que disfrutaba hiriéndola con arañazos y mordiscos en los momentos de intimidad, que verbalizaba sus deseos susurrándole al oído “Quiero hacerte daño, quiero ser brutal contigo”. Una relación pasional no comprendida en la época por el grado de violencia que ambos compartían y que, sin duda, utilizaban en sus juegos eróticos como recogía Clara en sus diarios: “Hacemos el amor y grita como un animal herido”, “lo hacemos con violencia”. Clara recoge la tendencia al BDSM anteriormente mencionada: «pierdo el control: si no fuese así, los nuestro serían coitos maritales, aburridos«, «Sois agresivo como un león, violento y majestuoso«. Hasta el dictador se preguntaba en cartas que enviaba a Clara; “¿Por qué mi amor se expresa con este nivel de violencia?”, “Soy un animal salvaje, pierdo el control”. La pasión que ambos compartían, el deseo irrefrenable de ambos permaneció intacto hasta el día de su ejecución. Poco antes se recoge en una carta del dictador a Clara: “: «Soy esclavo de tu carne. Tiemblo mientras lo digo, siento fiebre al pensar en tu cuerpecito delicioso que me quiero comer entero a besos. Y tú tienes que adorar mi cuerpo, el de tu gigante. Te deseo como un loco«, “No quiero hacer el amor una vez a la semana como los buenos palurdos; te he acostumbrado y me he acostumbrado a un amor frecuente y espero que no quieras cambiarlo”. 

Y es que algunos pasajes de estos diarios son más propios de un libro de relatos eróticos:
«Su rostro está rígido, sus ojos centellean. Yo estoy sentada en el suelo. Él se desliza del sillón y se echa sobre mí, curvo. Siento que todos sus nervios están tensos. Lo aprieto contra mí. Lo beso y hacemos el amor con tanta furia que sus gritos parecen los de un animal herido. Después, agotado, se deja caer sobre la cama. Incluso cuando descansa es fuerte«.

El amor que sentía Mussolini por Clara se manifestó en los momentos finales de su vida cuando, consciente de que el régimen fascista italiano se estaba desmoronando, trató de ponerla a salvo, lejos de la represalia de sus compatriotas. Por ello, decidió cortar su relación con Claretta y trató por todos los medios que huyera a España, alentando a los oficiales alemanes que lo vigilaban a trasladar a su amante al aeropuerto de Milán. Pero ella estaba decidida a no abandonar al amor de su vida y mientras toda su familia huía de Italia ella decidió permanecer cerca de su amado. A finales de abril de 1945, Mussolini huía de Milán saliendo apresuradamente camino a Suiza, pero el convoy alemán que le escoltaba fue asaltado por una patrulla de partisanos que identificaron a Mussolini llevándole preso a la cercana localidad de Dongo. Clara no dudó ni un instante en acercarse al presidio donde retenían al Duce, ya que sabía que los partisanos lo iban a fusilar. Ella era consciente de que este acto supondría su propia muerte, pero estaba decidida a compartir la suerte de su amor. Aun así, una vez trasladados los prisioneros a la localidad de Bonzanigo, a ella se le dio una última oportunidad de abandonar al Duce. Pero ella se negó, por lo que la mañana del 28 de abril fueron trasladados hacia una cercana granja para ejecutar la sentencia de muerte.

El amor que sentía Mussolini por Clara se manifestó en los momentos finales de su vida cuando, consciente de que el régimen fascista italiano se estaba desmoronando, trató de ponerla a salvo, lejos de la represalia de sus compatriotas. Por ello, decidió cortar su relación con Claretta y trató por todos los medios que huyera a España, alentando a los oficiales alemanes que lo vigilaban a trasladar a su amante al aeropuerto de Milán. Pero ella estaba decidida a no abandonar al amor de su vida y mientras toda su familia huía de Italia ella decidió permanecer cerca de su amado. A finales de abril de 1945, Mussolini huía de Milán saliendo apresuradamente camino a Suiza, pero el convoy alemán que le escoltaba fue asaltado por una patrulla de partisanos que identificaron a Mussolini llevándole preso a la cercana localidad de Dongo. Clara no dudó ni un instante en acercarse al presidio donde retenían al Duce, ya que sabía que los partisanos lo iban a fusilar. Ella era consciente de que este acto supondría su propia muerte, pero estaba decidida a compartir la suerte de su amor. Aun así, una vez trasladados los prisioneros a la localidad de Bonzanigo, a ella se le dio una última oportunidad de abandonar al Duce. Pero ella se negó, por lo que la mañana del 28 de abril fueron trasladados hacia una cercana granja para ejecutar la sentencia de muerte.

Rocío Díaz Conde,

@nefer_neferu

Bibliografía – Webgrafía.

Pieroni, Alfredo; El hijo secreto del Duce, Garzanti, Milán, 2006

Ducret, Diane; Las Mujeres de los dictadores, Aguilar, 2011.

Gasparini, Juan; Mujeres de Dictadores, Península, 2002.

Montero, Rosa; Dictadoras: Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia, Lumen, 2013.

Suttora, Mauro; Mussolini secreto: Los diarios de Claretta Petacci (1932-1938), Crítica, 2010.

http://dinastias.forogratis.es/el-affaire-de-la-ultima-reina-de-italia-con-mussolini-t2508.html

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Sebag Montefiore, S.; La corte del zar rojo, Crítica, 2010.

0563c1;">http://es.rbth.com/blogs/2014/10/20/las_mujeres_de_stalin_44463

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