“La cultura […] es ese todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad” (Tylor 1871)
La cultura es, por definición, social, adquirimos nuestra cultura en tanto animales sociales, a través de nuestra experiencia en comunidad, la educación en su sentido más amplio. Aprendemos a través de éste vivir en comunidad las categorías, conocimientos y creencias, valores y reglas de conducta de nuestro entorno.
¿Es nuestra cultura la culpable de que, de forma general, le demos más valor a lo negativo de nuestra vida que a los aspectos positivos que hay en ella? Tiendo a pensar que sí, puesto que el comportamiento de dar más importancia a lo negativo que a lo positivo está más extendido de lo que la mayoría de la gente aprecia, y de hecho, es algo que aprendemos en nuestro seno familiar, nuestro entorno primario, antes de “salir a la sociedad” y que repetimos continuamente.
Cuando tu hijo pequeño, está relajado, a sus cosas, jugando con los bloques de construcción o con sus peluches, no le prestas atención, es más, ni susurras, para que no se dé cuenta de que estás ahí y te dé un ratillo de respiro. En el momento que se cae, y llora, acudimos raudos y veloces, a consolarle, y estamos el tiempo que haga falta. Cosa que está muy bien, pero le estamos diciendo “Te presto atención sólo cuando te encuentras mal” ¿Por qué un rato antes no le hemos dicho: “Qué bonito te está quedando, sigue así” o “Qué bien te estás portando hoy, estoy muy orgullos@”
Cuando tu hijo es más mayor, sale del cole y le preguntas ¿Qué tal ha ido? Si la respuesta es “Bien”, generalmente ahí ha terminado la conversación y/o pasamos a otra cosa. Si, por el contrario, nos responde que ha suspendido un examen o que se ha peleado con algún compañero, podemos fácilmente hacer que la conversación gire en torno a ello durante toda la tarde. Incluso, al día siguiente, cuando lo dejemos en el cole de nuevo, le diremos aquello de: “Lleva cuidado no te pase lo de ayer”, por lo que estamos reforzando ese sentimiento negativo que tuvo el día anterior, que ya ha “discutido con la almohada” y que probablemente haya olvidado . ¿Tanto nos cuesta hablar de lo bien que le ha ido? ¿Preguntarle por qué ha salido satisfecho o feliz? ¿Hacer girar la conversación en torno a ese sentimiento de satisfacción?
En otras situaciones y como resultado de la cultura adquirida, nosotros mismos, como adultos, nos encontramos con personas que hace tiempo que no vemos: “¿Qué tal?” “Bien” “¿y tú?” “Bien”… y cuesta continuar con la conversación más allá del “Me alegro”. Sin embargo, si esa persona te dice, “no muy bien por…” acabas hasta tomando café con ella, enviándole watshapp cada X tiempo a ver cómo va, para, el día que te dice “Estoy bien”, termine la relación.
El cómo vivimos nuestra vida es cuestión de actitud. Leí en algún sitio, que el 85% del éxito viene de la actitud personal. Y no es tan difícil crear hábitos “de felicidad”, de superación, y de no dejarnos llevar por el pesimismo y la melancolía.
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Hace unos años los postboasianos empezaron a hablar de la ideología de la pobreza sobre todo a partir de las etnografias en Tepoztlan. Muy oportuno, sobre todo para los tiempos que corren