Introducción
Antes de comenzar la exposición, resulta imprescindible una aclaración acerca del subtítulo de este artículo. El hecho de que escribamos (ultra)derecha, y no ultraderecha o derecha, no es una casualidad, evidentemente. Es un juego lingüístico, si así lo quieren ver, que remite a una realidad muy preocupante, y es que en España actualmente no hay una derecha que no sea ultra. La irrupción de la ultraderecha de Vox en el panorama político español ha cambiado las reglas del juego. La centroderecha representada por Ciudadanos y la derecha del PP vieron amenazadas sus expectativas con la aparición de este partido y, temiendo una fuga de votantes, decidieron “comprarle” el discurso al partido ultra, con lo cual convirtieron a una gran parte de sus votantes (de centroderecha y derecha) en ultras que al final huyeron a resguardarse en las faldas de Vox. Pero ese es otro tema del que se podría escribir largo y tendido. El caso es que la centroderecha de Ciudadanos casi ha desaparecido y la derecha del PP va camino de hacerlo, al “comprar” continuamente sus líderes discursos de ultraderecha y jugar al “y yo más” con el señor Abascal. De ahí el paréntesis utilizado, puesto que la ultraderecha española no deja de ser la única derecha existente en la actualidad en nuestro país. Una vez aclarado esto, creo que es momento de pasar a la exposición de la tesis de este artículo.
La estrategia de la (ultra)derecha
La estrategia de Vox frente a la actual crisis de la pandemia podría parecer un suicidio político. Me refiero al claro hecho de que están tomando posturas contradictorias. Un día critican al gobierno que no decretase el estado de alarma antes, mientras que unos días después votan en contra de la prórroga de dicho estado de alarma; un día exigen medidas de confinamiento más duras, y otro día critican que se endurezcan dichas medidas; etc. A simple vista, podría parecer que no saben muy bien qué rumbo tomar, o que no tienen muy claras sus posturas respecto a las medidas que hay o no hay que tomar. Nada más lejos de la realidad. El partido ultra tiene perfectamente clara su estrategia: la indeterminación.
Resulta llamativo este cambio tan radical de estrategia, pero no es, para nada, descabellado. Vox surgió como un partido con unos posicionamientos políticos muy rígidos y marcados, que le hicieron subir como la espuma, eso es cierto. Pero sería un error pensar que este cambio a una estrategia de indeterminación y contradicción constante podría costarle votos. Vox se nutre principalmente del odio y la crispación. Lo hacía antes, y lo hace ahora. La estrategia de la contradicción parece no haber sido utilizada con tanta maestría en la política hasta ahora. El estado de alarma, la crisis económica que se nos viene encima, el confinamiento, el temor (o terror) al coronavirus, etc., crean un caldo de cultivo perfecto para la crispación y para el odio. La gente está cabreada, y necesita un chivo expiatorio al que dirigir todo su odio y crispación, y Vox se lo pone en bandeja: el gobierno.
El caso es criticar la gestión del gobierno, para atraer hacia su partido al votante crispado. Pero la estrategia de la contradicción les da una ventaja muy grande, y es que si critican al gobierno por una cosa y por su contraria, atraen hacia sí a los votantes crispados de ambas posiciones. Podría parecer una estupidez. Cualquier persona razonable diría que, si estoy cabreado porque el gobierno no decrete medidas más duras de confinamiento, y Vox me atrae verbalizando esa crítica, cuando verbalicen la contraria, yo me alejaría de ellos. Pero esto es no ser consciente del hecho más relevante en todo este entramado: a Vox no se le vota siendo racional.
No queremos decir que los votantes de Vox sean todos irracionales, lo que queremos resaltar es que el votante de Vox no racionaliza su voto. Un análisis racional del programa de dicho partido sólo resistiría para un porcentaje de la sociedad muy pequeño, el de los ricos. Los ricos de verdad, no la clase media alta. Y es que sus propuestas económicas, por ejemplo, sólo benefician a las grandes fortunas y a las grandes empresas, olvidando a los trabajadores asalariados, autónomos y PYMES. El grueso de votantes de Vox no les votan, por tanto, racionalmente, sino movidos por un sentimiento.
Conclusión
La locución latina que encabeza este texto es uno de los principios de la lógica clásica, y se podría traducir como: “de una contradicción, (se sigue) cualquier cosa”. Para decirlo de otro modo más sencillo, si partimos de una contradicción, podemos demostrar cualquier cosa. Este principio lógico es conocido comúnmente como principio de explosión. Todo esto puede parecer una parrafada, un simple ejercicio de <<culturetismo>> (permítanme acuñar este término) inútil y sin sentido, pero vamos a intentar aplicar este principio a este tema de rigurosa actualidad.
Si Vox, usando este principio lógico, afirma tanto que el gobierno ha actuado por exceso, como que el gobierno ha actuado por defecto, no pueden ser rebatidos lógicamente. La (ultra)derecha española se sitúa así fuera de la discusión racional, en el terreno del sentimiento, donde no tienen rival. Los partidos de la izquierda y centroizquierda intentan rebatir a Vox desde la razón, lo cual es un error garrafal, pues no es posible –y esto es lo que intentamos extraer de esta reflexión- refutar lógicamente los productos de la contradicción. Por tanto, quien quiera refutar a Vox y sus posturas políticas, tendrá que hacerlo desde el terreno del sentimiento, y no desde la racionalidad.
José A. Herrera
Es para dejar de ver artículos de lógica.