En la sociedad red desde nuestro móvil

Publicado en Por anthropologies
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Existe un aparato que prácticamente se ha convertido en una extensión de nuestro cuerpo, que lo llevamos donde quiera que vayamos y del cual hemos hecho un icono de nuestro tiempo. Un aparato que levanta tantas alabanzas como críticas, tantos usos positivos como perniciosos y oscuros. Tantos beneficios como perjuicios potenciales. Sí, en efecto, ese aparato es el teléfono móvil, el celular, el terminal de telefonía. Ese “gadget” que ha cambiado considerablemente nuestras pautas de comportamiento, de relación, de consumo, de expresión…que ha cambiado, y lo sigue haciendo, nuestra sociedad.

Un poco de historia técnica

Como viene siendo habitual, y pese a que el éxito masivo de la telefonía móvil es muy reciente, existe una enorme confusión respecto a esta forma de comunicación inalámbrica. No, no es un concepto ni tan nuevo ni tan reciente como se piensa. Ya en el año 1920 se intentó poner en funcionamiento un sistema de comunicación móvil en tierra, tal y como ya se había hecho en la comunicación marítima a finales del siglo XIX. Este método quedó restringido para el uso exclusivo y bajo el control directo de diferentes Estados, los más avanzados en la época, hasta que apareció el primer servicio comercial en 1946 únicamente utilizado por las élites.

Al principio, como casi todos los equipos en su prehistoria, su volumen y peso eran extraordinarios y era necesario transportarlo en automóviles, normalmente en la zona del portaequipaje. También es importante recordar que los canales existentes y reservados en el espectro de radiofrecuencia eran muy limitados. Esta limitación se fue eliminando paulatinamente a medida que la demanda de la utilización de la telefonía móvil fue aumentando. Como dato curioso cabe destacar que la primera red de telefonía móvil que se instaló en Europa fue llevada a cabo por la compañía sueca Televerket en 1957.

Hasta el año 1973 no se puso en práctica el concepto “Celular” pese a que se conocía desde la década de 1940. Tuvo que esperar casi treinta años porque no se disponía de la tecnología necesaria para implantarlo. El concepto celular no es sino la subdivisión de un territorio en celdas, o células, bajo la cobertura de un repetidor de alta frecuencia en cada una de ellas que se superponen entre sí y que reutilizan las frecuencias permitiendo que un número mayor de usuarios puedan acceder y utilizar la red en cualquier lugar del conjunto del territorio mientras permanezca bajo alguna de las celdas de cobertura. Para poder utilizar este sistema era necesaria una base de datos que pudiese conectar la salida de una celda y la entrada en la siguiente sin que se perdiera la conversación. Hecho que corrobora, por si alguien aún alberga alguna duda, la capacidad del sistema en saber la posición espacial de un terminal concreto.

No fue hasta 1984 que se empezó a comercializar el primer terminal telefónico móvil por parte de la empresa Motorola (1ª generación), empezando en ese momento una carrera de avances encadenados cuya culminación, por ahora, es la implantación de la tecnología 5G. La utilización del Sistema Global para las Comunicaciones Móviles (GSM, por sus siglas en inglés) en la 2ª generación desarrollada en la década de 1990 incrementó la velocidad, la portabilidad y popularizó el sistema. En la siguiente generación, 3G, todavía se incrementó más la velocidad de transmisión y se añadieron posibilidades de intercambio de archivos de sonido e imágenes a los ya existentes de texto, SMS. Por último, en la cuarta generación (4G), la que en este momento está operativa a la espera de ser sustituida por la 5G, ha permitido el acceso a otro de los grandes inventos del siglo XX, Internet.

Desde el punto de vista técnico uno de los hechos identificativos y que, incluso hoy en día podemos apreciar, es la paulatina reducción del tamaño del terminal y de su peso, la superficie de su pantalla (hecho extremadamente importante para un entorno gráfico), la facilidad de utilización, y lo “amigable” del entorno. Así mismo, es importante tener en cuenta la ampliación cada vez mayor de territorio con cobertura y la mayor duración de las baterías, la velocidad de conexión, la fiabilidad de misma, y por supuesto un ancho de banda por el que transitan contenidos con un “peso” infinitamente superior a la voz.

Centrándonos, mínimamente, en los contenidos

Cualquiera puede echar una rápida ojeada a su propio terminal, posiblemente tenga instaladas diferentes aplicaciones, dependiendo del nivel personal de uso.  Hoy en día la posibilidad de acceder a contenidos y servicios desde nuestro Smartphone es simplemente paradigmática. Se podría creer, normalmente tendemos a ello, que todo ese conglomerado de usos mediante su “app” correspondiente son totalmente nuevos y, aunque es cierto que muchos de ellos así se pueden considerar, también lo es que los servicios, e incluso la forma de relacionarnos con entidades, sean públicas o privadas, se han adaptado a la nueva tecnología. Por ejemplo, son de uso bastante común los certificados digitales como persona física y/o jurídica que han llegado para complementar al documento de identidad tradicional y físico en las relaciones cibernéticas con algunos niveles de las administraciones. Firmas electrónicas que autentifican nuestra autoría individual y que tienen el mismo rango y valor que la tradicional.

Los motores de búsqueda, los algoritmos de inteligencia artificial, todo, el software de las aplicaciones, la información que se nos suministra, las noticias, las opiniones. Todo, repito, todo puede llegar a nosotros, o estar a nuestro servicio, mediante ese terminal que usamos con una mano. Podemos estar en cualquier lugar, realizando cualquier acción o actividad, acompañados o solos. Podemos relacionarnos con diferentes personas, a quienes conocemos físicamente o no. Además, podemos hacerlo con diferentes aplicaciones, casi especializadas en una forma concreta de relación. Podemos interactuar y ser agentes con diferentes perfiles, en diferentes foros, recibiendo o suministrando información, opinión, conocimientos, estado de ánimo, imágenes, vivencias, nuestra vida o la porción significativa de ella que corresponda al entorno específico. Podemos, hacer llamadas de voz sin utilizar la conexión “tradicional”, incluso podemos hacer videoconferencias viendo a nuestro interlocutor mientras hablamos.

Este terminal ha modificado la percepción de nuestro mundo más cercano y el lejano que lo complementa: desde el trabajo al ocio, desde los estudios a las aficiones, desde la familia, los amigos, la pareja, los hijos a foros de opinión. Nuestras formas de pagar, de ver y escuchar contenidos, de relacionarnos e incluso de sentir emociones que pueden ser recibidas y transmitidas por él, sin ningún esfuerzo, desde cualquier lugar.

No obstante, el terminal telefónico en sí no sería nada si no fuese por la tecnología que sustenta todo este tráfico de datos. Si recordamos la pequeña explicación tecnológica del principio. Constatamos que a medida que los avances tecnológicos lo han ido permitiendo tanto la potencia, la portabilidad, como los contenidos han crecido exponencialmente. Pero, a su vez, todo este tráfico de datos e información y la tecnología que la sustenta no hubiese tenido un impacto tan importante si no fuese por este tipo de terminal que ha alterado, y mucho, dos dimensiones de interacción del individuo: el espacio (por la portabilidad y su relación con la cobertura) y el tiempo (por la destrucción del constructo cultural nacido de la Revolución Industrial)

Cambios sociales y culturales

Los cambios sociales y culturales que hasta la fecha ha producido el uso de la telefonía móvil en las sociedades en las que se han implantado, prácticamente todas las del mundo, se han equiparado a los cambios derivados a raíz de la invención de la imprenta y de la máquina de vapor. Pertenecen a esa tipología de cambios que más allá de la sola alteración de la función para la que se crearon modifican amplios aspectos de la composición, interacción y comportamiento de los agentes en la sociedad. Es bien sabido por todos que la imprenta permitió un enorme avance en la popularización y distribución de saberes y opiniones, mientras que la máquina de vapor fue la base de la primera Revolución Industrial. En el caso de la telefonía móvil es fácilmente deducible, ya lo hemos apuntado antes, que aporta elementos tan cruciales como la instantaneidad del acceso a la red sin límites horarios, de un catálogo de acciones que no hace sino crecer y abarcar más y más áreas de nuestras vidas y de una localización variable y no predeterminada por adelantado.

Desde la década de 1990 se han ido realizando estudios basados en la utilización de la telefonía móvil focalizándolos en diferentes segmentos de la población: por edad, género, nivel de ingresos y clase social, nivel académico, en diferentes áreas geográficas e intentando focalizar algún de los muchísimos aspectos que pueden ser analizados y estudiados. Desde las posibles adicciones a su uso por parte de adolescentes, y no tan adolescentes, en su mundo hiperconectado hasta las estrategias desarrolladas por las clases menos favorecidas en América Latina, y en el resto del mundo, para ampliar el capital social que les proporciona contactos laborales en la economía informal.

De hecho, como una infinidad de científicos sociales ya han definido, esta tecnología ha propiciado la construcción de un mundo intangible y paralelo al mundo físico por el que hasta ahora siempre nos habíamos movido. Este “ciberespacio”, “sociedad telemática”, o “sociedad red” según Manuel Castells, ultrapasa la capacidad de modificar no sólo a la sociedad sino al propio sistema cultural y económico capitalista generando o modificando mucho más que bienes y servicios. A su vez incrementa el concepto “individuo” dándole la capacidad de expresarse sin intermediarios y de interactuar desde esa individualidad que le otorga el poder acceder directamente, con todas las consecuencias, a todos los contenidos que proliferan en un mundo que es tan real como etéreo. Es un sistema en sí mismo que se nutre de las aportaciones y las acciones de los agentes que operan entre sí en su seno y que a su vez tiene la capacidad de producir nuevos canales que moldean a los agentes originarios. Esta capacidad de modificación se realiza, y este es un hecho a tener en cuenta, en ambos dos mundos: el físico-tradicional y el cibernético.

Las modificaciones de las pautas culturales que se observan en el mundo físico o tradicional están íntimamente ligadas a aquellas acciones, bienes, servicios y contenidos que han existido con anterioridad a la implantación de la telefonía móvil. Modificaciones en la forma y según cómo en el fondo de acciones que pese a haber experimentado cambios y modificaciones a lo largo del tiempo, éstos siempre (en algún momento de la acción) se han basado en la interacción de dos agentes humanos reconocibles. Esta tecnología ha influido en el conjunto de la vida social, nunca un cambio había tenido unas dimensiones tan globales ni afectaciones tan directas en todos los órdenes de la vida humana; economía, política, relaciones de parentesco.  Claro está y como es previsible estos cambios generan recelo, cuando no resistencia directamente, en aquellos grupos humanos que aún consideran este “mundo red” como una mera extensión del físico. Una extensión llena de servicios, de posibilidades, pero que no constituye una “realidad” cualificada sino una simple herramienta con la que humanidad interactúa y de la que se obtiene beneficios de toda índole. Se podría acotar aún más y llegar a plantearlo como un conjunto de simples estrategias de supervivencia que de una u otra forma inciden en nuestro día a día a partir de un pequeño dispositivo que siempre tenemos a mano.

   

Así pues, llegamos al planteamiento enfrentado de aquella parte de la sociedad que se resiste a adoptar con plenitud los cambios y por la otra quién no sólo los acepta, sino que se identifican plenamente en y con ellos, sobre todo a quienes consideramos nativos digitales. Esta oposición conlleva implícita el papel asociado a la tecnología en su capacidad de influir en la sociedad y hasta qué punto la una influye en la otra, o cuál de las dos es la que genera y conforma a la contraria.  Las discusiones entre diferentes teóricos reflejan esas posiciones encontradas de las que hemos hablado y que no hacen sino engrandecer el nivel de las posiciones. Si hacemos caso a Paul Levison, éste relaciona los términos tecnología y sociedad en un marcado carácter evolutivo de las nuevas invenciones, intentando éstas acaparar nuestra atención y mostrarnos hasta qué punto son capaces de ser útiles para nosotros por encima de otras que están orientadas al mismo sector o función, por lo que entran en una competición cuyo resultado lo marca la cantidad de individuos que las eligen. Manuel Castells, en una línea parecida, entiende que esa sociedad red evoluciona en una interacción con diferentes categorías y dimensiones de la sociedad, pero, que, a su vez, posee un comportamiento propio y distintivo totalmente asociado al avance de las ciencias y su posterior posible puesta en práctica.

Sea como fuere, lo cierto es que tanto aquellos que han decidido no implicarse directamente más allá de la observación y la utilización de forma parcial (pese a las posibles reticencias),  los que forman parte de ello por haber estado culturizados desde un principio (nativos digitales, nacidos a partir de la década de 1990) y, por último, los que se niegan voluntariamente a entrar en este nuevo sistema, todos ellos, tienen algo en común: La posibilidad de hacerlo o no. O, dicho de otra manera, todos ellos, tienen la posibilidad de acceder a la tecnología que permite el acceso.

En Sociología y Antropología Social y Cultural, el término “exclusión social”, es utilizado para definir la situación de aquellas capas de la sociedad que, o bien tienen limitado el acceso a recursos considerados esenciales, o bien lo tienen completamente negado, quedando de esta manera fuera y al margen de las oportunidades y beneficios que puede brindar. Otros términos como “analfabetismo”, al que se le ha añadido el adjetivo “digital”, ocupan y explican, sólo en parte, una posible causa de la exclusión social actual y, además, incide directamente en la importancia que este mundo etéreo ha adquirido. Existe otra, que no tiene en cuenta ni la instrucción, ni el hábito adquirido y que por el contrario es aliena a la persona. Es la llamada “brecha digital”, término aceptado a nivel mundial, se empezó a utilizar en Estados Unidos a mediados de los años 90 del pasado siglo.

Lo cierto es que la brecha digital genera una desigualdad de oportunidades, y por lo tanto exclusión social a todas las personas que ven limitado su acceso a las tecnologías que permiten la conexión.  Incluso dentro de este concepto existe una matización que ayuda a poder hacer una composición de lugar real del problema. Puede que la limitación de acceso venga determinada por los costes derivados de la adquisición del terminal y de la contratación del servicio. En este caso, las capas más pobres y con menos recursos de la sociedad se ven abocadas a convivir junto a quienes sí tienen acceso libre y, pese a las estrategias imaginativas que se adoptan: alquileres por minutos o la copropiedad y por lo tanto copago de los costes, el libre acceso en espacio y tiempo quedan restringidos. Mientras que, por el contrario, es posible que la limitación la imponga la falta de infraestructuras tanto de conexión a las redes, cobertura telefónica y de acceso a internet, como incluso eléctrica. En este caso, el problema no sólo se asocia a una determinada capa social, sino que está involucrada toda la población residente en el territorio, en su conjunto.

Por extraño que parezca, esa falta de inversión en infraestructuras de comunicación, también se produce en el llamado primer mundo u Occidente. El caso paradigmático de la “España Vaciada” es un claro ejemplo de cómo, primero por falta de estructuras productivas competitivas y una nula inversión en infraestructuras de comunicación convencionales, para después pasar a ser un territorio en “sombra” o sin cobertura ha radicalizado los procesos de despoblación y aislamiento de todo un territorio conocido como la Serranía Celtibérica.  No deja de ser curioso cómo las diferentes asociaciones culturales, cívicas y reivindicativas que intentan encontrar al problema de la despoblación, de la huida de la población joven hacia los grandes núcleos urbanos del país, entre sus peticiones principales se encuentran la necesidad de una cobertura real y de calidad del territorio para acceder a internet.

En conclusión

La telefonía móvil y su conexión a internet están suponiendo una revolución en las sociedades a nivel mundial. Esta revolución, inserta en la globalización y la sociedad de la información, conlleva cambios importantes en las formas de vida hasta ahora consideradas como tradicionales, así como la generación de nuevas pautas y formas de relacionarse al margen del mundo físico-tradicional. La ruptura de las limitaciones de conexión, la modificación de los conceptos y constructos culturales relativos al tiempo y el espacio están consiguiendo de una forma callada y queda el cambio de paradigmas fijados en la mente de la humanidad. Aun así, como todo cambio y como todo aquello que tiene que ver con los modos de relación y de vida de los humanos y sus sociedades, genera tantos beneficios como posibles problemas, inseguridades y un largo etcétera de desigualdades.

Desde las Ciencias Sociales, en concreto desde la Antropología Social y Cultural y desde la Sociología, se abre un nuevo campo en el que contemplar, analizar y estudiar las diferentes formas de relación de los humanos que no puede ni debe dejarse de lado. Es un hecho sin precedentes que pulveriza constructos culturales ampliamente aceptados y asimilados, con consecuencias que hoy en día ni siquiera podemos entrever y que posiblemente posibilite no sólo nuevas formas sociales sino posiblemente una nueva humanidad donde la tecnología pueda mezclarse con la biología.

Estamos, en este sentido, viviendo una época de transición en la que, sin tener muy claro el destino, ya existe algo de él que se aparta de lo que conocíamos y aun así, aquello que conocíamos por la acción de lo que se está creando también está cambiando.

Quién hubiese creído que un simple terminal telefónico pudiese llegar a tanto…

                                                                                 Carlos Marqués Lacalle

Referencias

CASTELLS, Manuel (2006) La Sociedad Red. La era de la Información, economía, sociedad y cultura, Madrid, Alianza Editorial

https://www.redalyc.org/pdf/158/15852792002.pdf

https://www.redalyc.org/jatsRepo/122/12249087016/html/index.html

https://www.researchgate.net/profile/Karsten_Krueger6/publication/245535884_El_concepto_de_’sociedad_del_conocimiento’/links/556af53f08aeccd7773a16ca/El-concepto-de-sociedad-del-conocimiento.pdf

http://132.248.45.5/publicaciones/reseconinforma/pdfs/338/06alejandrodabat.pdf

https://www.lavanguardia.com/tecnologia/20170226/42274940927/diez-anos-smartphones-cambiado-vida.html

Quillotay, D., Agüero, S., & Cárdenez, S. (1). IMPACTO SOCIAL DE LA TELEFONÍA CELULAR EN LA POBLACIÓN JOVEN. CIUDAD DE CATAMARCA, REPÚBLICA ARGENTINA. AÑO 2009. Revista Geográfica De América Central, 2(47E). Recuperado a partir de https://www.revistas.una.ac.cr/index.php/geografica/article/view/3090

Carbonell, Xavier; Oberst, Ursula. «Las redes sociales en línea no son adictivas». Aloma: revista de psicologia, ciències de l’educació i de l’esport Blanquerna, [en línia], 2015, Vol. 33, Núm. 2, p. 13-19, https://www.raco.cat/index.php/Aloma/article/view/301478

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