“Las mujeres ya hicimos nuestra revolución en el siglo XX ¿y los hombres, a qué carajo esperan para hacer la suya?”
Educando en la no violencia
Las que no conocemos Cancún, la imaginamos como un paraíso lleno de turistas en bañador comiendo y bebiendo como si no hubiera un mañana. Playas de arena blanca, majestuosos hoteles con piscinas, exuberante vegetación, buffets y bebida durante las 24h. Un edén hotelero para los de fuera, que, sin embargo, a mí (siendo de fuera) se me antojaba poco atractivo hasta que descubrí que la península del Yucatán esconde tesoros que las revistas de viajes no cuentan.
Uno de ellos está en la avenida de Miguel Hidalgo número 103: la CIAM, antiguo refugio para mujeres víctimas de violencia de género y actual centro de educación enfocado a la prevención de la violencia de género y social. Fundado por la periodista y activista Lydia Cacho Ribeiro en 2002, durante 10 años la CIAM albergó un edificio de alta seguridad para la protección y atención especializada en casos de violencia extrema. A partir de 2012, se transformó en un Centro de Educación para la Paz con una perspectiva de género aplicada no solamente en mujeres y niñas, sino en niños y hombres.
No es que la violencia haya dejado de ser extrema para la mujer en México, sino que no había financiación para una CIAM exclusivamente para mujeres. Y, además, había que ampliar el espectro de ayuda con una educación que llegara también a los hombres. Esto no le quita mérito al tesoro encontrado, ni desluce el trabajo de Lydia Cacho desde sus comienzos como activista. Al contrario, Lydia, tras muchos años de investigación y trabajo de campo en todo el mundo, ha manifestado que, para llegar a una total y absoluta erradicación de la violencia contra la mujer, es necesaria la participación directa de los hombres, de las empresas, de los Estados. Y, ante todo, una educación desde la infancia.
Lydia Cacho fue secuestrada y torturada por denunciar una red internacional de pedofilia y explotación sexual de niños y niñas liderada por el empresario Succar Kuri. Sigue amenazada de muerte en México y por esa razón vive en España. Ha arriesgado su vida en numerosas ocasiones para contar una realidad que muchos no quieren que salga a la luz. Y siempre lo ha hecho desde la legalidad y sin violencia. Con una honestidad que sobrecoge, como lo hacen todos sus libros.
En “Memorias de una infamia”, en el que narra este secuestro, Rosa Montero empieza así el prólogo: “Éste es un libro aterrador, uno de los más certeros y descarnados retratos del mal que jamás he leído. Una historia de corrupción impunidad y violencia sobre un trasfondo abismal de abusos pedófilos. Se trata de un suceso que en México causó un verdadero escándalo; millones de personas, explica Lydia, pudieron ver por televisión un vídeo en el que un tal Succar Kuri, actualmente en prisión acusado de pederastia, alardeaba de lo que gozaba cuando veía que una niñita de cinco años sangraba al penetrarla. Cuento este detalle atroz y repugnante porque esto es lo real, lo importante, el origen de todo. La tremenda verdad que se oculta bajo una montaña de mentiras. Conviene no olvidarlo”.
La falacia de la batalla de sexos
En su libro “Esclavas del poder” (2010), Lydia Cacho afirma “son muy pocos los hombres que trabajan contra la violencia hacia las mujeres y contra la trata y tampoco hay muchos que se pronuncien sobre la inminente necesidad de transformar la masculinidad”. Guiada por la necesidad de escucharlos a ellos, en 2018 publicó “Ellos hablan”, un ensayo en el que se recogen los testimonios de diversos hombres que hablan de la relación con sus padres, del machismo y la violencia. Con motivo de la presentación del libro en la Fundación Telefónica, el actor Eduardo Velasco, tras leer un fragmento dijo: “Creo que me considero una persona que lucha continuamente contra los esquemas educativos que recibió en su infancia. Todos hemos sido educados en una estructura machista en este país y en casi todo el mundo y a quien me diga lo contrario le digo, por favor, que me presente a sus padres, porque me gustaría conocerlos”.
Lydia, con este libro, pone de manifiesto esa masculinidad que los hombres tuvieron que acatar de niños y que de adultos muy pocos se han parado a examinar y desterrar. Subraya el trabajo individual de muchos hombres que, sin embargo, no ha sido compartido. Y esa carencia de trabajo colectivo, genera mucha confusión. Los hombres tienen miedo de los hombres, pero no solo de los hombres poderosos, sino de los hombres que tienen alrededor: padres, abuelos, amigos.
Lydia considera que a raíz del Me Too y otros movimientos que denunciaban casos de abusos sexuales, tampoco ha habido, por una gran parte de la sociedad, un análisis profundo de lo que estaba ocurriendo. Y esta falta de análisis hizo que la gente se dividiera y que, de alguna forma, volviera lo que Lydia denomina “la narrativa de la batalla de los sexos”. “No hay una batalla de las mujeres en contra de los hombres, lo que hay es una desesperada búsqueda por encontrar la paz y desarrollar nuevas formas de vincularnos”.
En efecto, no hay una batalla y quien lo vea así no se está enterado de nada, no ha hecho su trabajo, no ha empezado su revolución. No ha mirado hacia dentro, ni hacia fuera, ni tampoco parece que mire hacia atrás o hacia adelante. Está estancado. Y esto se ve en la vida cotidiana con un sencillo experimento: escuchando. Escuchando a hombres y mujeres. Hombres que dicen no saber acercarse a las mujeres ahora con toda esta ‘moda del feminismo’ y cuyo único argumento es “es que ahora no se puede decir nada”. Hombres que realmente no saben qué hacer con una mujer liberada sexualmente, porque, habiendo sido educados en el paradigma de que la mujer debe ser recatada y sumisa, si acaso un poco picarona, pero sin estridencias, no sienten el mismo deseo con una igual. Porque ya no dominan la situación y no saben cómo reaccionar ante ella. Mujeres que dicen que no son feministas porque tienen hijos y no quieren ir contra ellos. Estos hombres y estas mujeres no han hecho su trabajo. Respiran modelos aprendidos y carecen de un interés por aprender nuevas formas de acercamiento al otro. Y, sobre todo, ignoran lo que es el feminismo. Unos por defender sus privilegios y otras quizás por ignorancia, pereza o miedo.
Se me ocurre que antes de visitar el Cancún de los folletos de viajes, revisitemos nuestra educación y nuestras relaciones personales y compartamos esas experiencias. De lo individual a lo colectivo, siempre. Porque la violencia no va a dejar de existir porque no la miremos.
Referencias
LA INFAMIA, obra de teatro basada en «Memorias de una infamia»: https://cinemagavia.es/la-infamia-obra-critica-teatro/
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