Es difícil imaginar una ofensa mayor que la que sufría la Iglesia Católica cuando en 1611 decidió investigar a Galileo por sus blasfemias sobre el sistema heliocéntrico. Millones de personas se sintieron atacadas por las observaciones del astrónomo. Hoy, el mundo agradece que Galileo se opusiese al interés general pero entonces no se vio con los mismos ojos.
Constantemente en nuestra sociedad actual nos vemos coartados en el uso de nuestra libertad de expresión para satisfacer las exigencias de la corrección política. Una y otra vez hemos de tener cuidado en lo que decimos, no por temor a estar equivocados, sino por temor a ofender a alguien. No es posible dar solución a los grandes dilemas de nuestro tiempo sin poder discutirlos con honestidad, tenemos que aprender a valorar más la realidad que los sentimientos si queremos construir un futuro mejor.
Hay muchos debates que necesitamos tener que se encuentran sometidos al yugo de la corrección política: diferencias entre hombres y mujeres, entre razas, entre religiones, desperfectos físicos o mentales, ideologías políticas,… la lista no hace sino crecer. Bajo estas reglas fabricadas por la sociedad ninguno de estos temas se puede afrontar como se merece. Negamos problemas que existen a la par que moldeamos nuestra percepción de la realidad para ajustarla a cómo queremos que sea en vez de aceptar cómo son las cosas realmente.
Dejemos enterrada el hacha de guerra que tantos empuñan en cuanto se menciona cualquier tema delicado como los que quiero discutir dejando clara una afirmación por mi parte: todos los seres humanos, independientemente de su edad, sexo, raza o ideología deben tener los mismos derechos. De esos derechos hay uno que es imprescindible, el más importante de todos, el derecho a decir lo que se quiera, incluso aunque sea algo que se pueda percibir como ofensivo hacia un sexo, una religión, etc.
Ofender es humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos. No pretendo quitarle importancia a los sentimientos de una persona ofendida. Hay determinadas situaciones en las que ofender a alguien difícilmente va a tener una repercusión positiva que compense ese sentimiento. Por ejemplo, llamar a alguien feo probablemente sólo sirva para bajar la autoestima del ofendido, crearle un trauma, complejos,… además de lo mal que se sentirá en el momento de la ofensa. En ningún caso pretendo defender una conducta de este tipo.
Ahora que ya me he cubierto las espaldas de malentendidos (o eso quiero creer) afrontemos el problema que quiero discutir. Todos vemos la diferencia que hay entre que alguien que no te cae bien te grite “¡Gordo!” o “¡Gorda!” cuando paseabas tranquilamente a que el médico te diga en su consulta que tienes sobrepeso y que te conviene adelgazar. Ambas personas pueden tener distintos objetivos y, sin embargo, es posible que ambos reflejen la realidad. Sin duda, hay una reacción absolutamente legítima de indignación ante los modales del maleducado en la calle mientras que la opinión del médico además es profesional y experta, merecedora de más atención. Pero si nos centramos en la información que recibimos y la aceptamos como cierta, la fuente y sus intenciones dejan de ser importantes.
Si no estamos dispuestos a aceptar, en el ejemplo, el problema del sobrepeso, es muy probable que pasen dos cosas: la primera que nos sintamos ofendidos y la segunda que no tomemos medidas para solucionar nuestro sobrepeso y que eso provoque problemas de salud cada vez más graves. Lo deseable es que venga de quien venga esa información nosotros podamos reaccionar a ella de manera razonable, de forma acorde con la realidad y conforme a nuestros intereses. Con una mentalidad fuerte se puede sacar algo positivo en vez de algo negativo de algo como que te llamen gordo por la calle.
Y es que lo correcto no es decir que alguien “ofende a” alguien sino que alguien “se ofende” por algo. Esto debería ser obvio porque la misma expresión ofende a unos y a otros no. Comprender esto es el primer paso para poder evolucionar hacia un estado mental más fuerte en el que las opiniones de los demás nos afectan de manera constructiva en vez de negativamente.
Dicho esto, es obvio que está en el interés de todos fomentar que reaccionemos mejor ante cualquier posible ofensa. Nuestra sociedad sin embargo protege cada vez más a aquellos que se ofenden, a los que reaccionan peor. Y los está protegiendo de la realidad, que es lo grave. Se premia a las personas ofendidas protegiendo sus ideas y posturas de la crítica así como dando mayor voz a sus opiniones, invalidando posturas contrarias simplemente por ser ofensivas, sin atender a los argumentos detrás de esas posturas.
Alguien empecinado en repetir una y otra vez como un mantra que todas las razas son iguales puede llegar a negar que los cuerpos de los negros han evolucionado mejor para pruebas como la maratón o para soportar el calor. Otros dicen que las mujeres son igual de fuertes que los hombres. También se oye a quien dice que todas las religiones son igual de válidas/absurdas. Frente a esto podemos ver la realidad: los ganadores de maratones, el peso que pueden levantar hombres y mujeres de media, las contradicciones y proposiciones de cada religión,…
¿Está mal condenar ideologías no fundamentadas precisamente por no estar fundamentadas? ¿Acaso no es apropiado señalarle a alguien que podría estar equivocado si pensamos que eso puede proporcionar un bien superior al malestar producido por admitir un error o enfrentarse a una realidad que no se quiere aceptar?
Es necesario que creemos una voluntad de entender y comprender el mundo. La ciencia y la educación tienen que imponerse a los sentimientos y a la fe. Y es la fe la que me preocupa más. Los religiosos no sólo son los ofendidos por excelencia sino que abrazan el principio de la fe que consiste precisamente en negar la realidad y la lógica para poder seguir creyendo lo que quieren creer. Contra viento y marea se protegen las creencias religiosas de la lógica, los argumentos y los hechos.
Ahora hay un debate en curso en torno al Estado Islámico y su relación o no con la religión islámica. Algunos no quieren admitir la correlación entre las actividades del Daesh y las palabras del Corán así como los motivos que ellos mismos dicen tener. En aras de no ofender a la comunidad musulmana o a la gente de raza árabe, estamos en riesgo de ignorar la raíz ideológica que provoca este problema y que puede volver a provocarlo en el futuro. Pensemos en la Biblia, que tiene mucho en común con el Corán, y en las atrocidades que surgieron de sus palabras. La Inquisición y las cruzadas tuvieron justificación religiosa sustentada en las palabras de la Biblia, hoy en día todo el mundo lo admite. La sociedad occidental aprendió valiosas lecciones de los errores que cometió, ahora estamos en riesgo de ver esos errores cometidos otra vez con una salvedad: los errores ya no se cometen con arcos y espadas.
Rodrigo García Barroso
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