Los casos de violencia de género nos horrorizan a todos, no sólo por la violencia desatada contra un ser supuestamente querido sino por lo extendidos que están estos casos. Hemos de preguntarnos cuál es la raíz del problema si queremos solucionarlo. No basta con pensar que la alta concentración de testosterona en los hombres y la superior fuerza física bastan para explicar este mal ya que además son aspectos respecto a los cuales poco podemos hacer. El problema tiene raíces culturales que sí podemos atacar entre todos.
Y es que el problema de la violencia de género está vinculado al orgullo del hombre herido que siente que no puede retener a una mujer, que no puede someter su amor de modo que sólo sea para él. Es el fracaso de los celos en oposición a la confianza lo que genera el problema. Y este sentimiento está en última instancia vinculado al concepto del matrimonio en el que se jura fidelidad a la pareja hasta el día de su muerte. Es ese concepto de amor incondicional y eterno el que debe ser desterrado, el amor puede durar para siempre si se alimenta, claro, pero no podemos esperar que sea eterno incondicionalmente.
Por más que queramos no podemos elegir a quién queremos ni por cuánto tiempo. Las personas y los tiempos cambian y pretender que no es así sólo produce daños y sufrimiento allí donde se deberían dar las mayores alegrías. Es hora de que todos asumamos que nuestras parejas no van a seguir queriéndonos sólo porque lo hayan prometido o porque el mundo debiera ser así utópicamente hablando. Debemos estar dispuestos a trabajar en nuestras relaciones siempre que haga falta y ser conscientes de que en cualquier momento es decisión de la otra persona elegirnos como pareja o abandonar la relación de la misma forma en la que nosotros debemos sentirnos libres para abandonar cualquier relación en la que estemos.
¿Qué es lo que podemos hacer como individuos para acabar con esto? Desmitificar el matrimonio, el concepto de amor para siempre, el concepto de que si una persona quiere a otra nunca jamás se fijará en una tercera, condenar los celos como un sentimiento odioso que muestra desconfianza y falta de autoestima y nunca buscarlos como muestra de amor o interés por otra persona, admitir que las relaciones abiertas o aquellas en las que participan más de dos personas no necesariamente causan daños y sufrimiento a alguna de ellas, por supuesto confiar en nuestras parejas, mostrarnos abiertos a escucharlas y así solucionar los problemas que surjan…
¿Qué es lo que en ningún caso hemos de hacer? Controlar a nuestras parejas, ignorar sus opiniones, someterlas físicamente o psicológicamente, exigirles que nos muestren cosas íntimas que no quieren enseñarnos como los mensajes de su móvil, enfadarnos con nuestras parejas por mirar o desear a otras personas cuando es algo natural e instintivo de lo que resulta imposible desprenderse, promover costumbres machistas, imponer nuestra voluntad al margen de lo que desee la otra persona…
Al final todos deberíamos desear tener una relación en la que no sólo nosotros estemos a gusto sino también la otra persona. Querer a otra persona y trabajar para mejorar la relación entre ambos es la forma de alcanzar la felicidad. Basta de decir que triunfar en el amor es encontrar a alguien que se preocupe por ti, si tú no eres feliz haciendo feliz a la otra persona no sabes lo que es la verdadera felicidad. Hay que dejar de extender ese mito porque es el que fomenta que tantos hombres se piensen que van a ser felices mientras tengan a una mujer preocupada por ellos a su lado. Cuando todos aprendamos que la felicidad se consigue a base de hacer felices a los demás será expuesto lo absurdo que son los motivos que llevan a un hombre a querer someter a una mujer.
Y lo mismo se aplica a cualquier otra relación. Hasta la relación entre una madre y un hijo puede desestabilizarse si el hijo piensa que su felicidad depende de tener la última consola o móvil en vez de depender de hacer que su madre se sienta feliz y orgullosa de él. Relaciones familiares, relaciones de amigos, relaciones profesionales,… Cualquier relación depende de que ambas partes se preocupen por el bienestar de la otra y que ninguna imponga su propio criterio sometiendo a la otra al margen de su opinión.
He dejado para el final una relación también compleja pero sobre todo llena de controversias: la relación entre España y Cataluña. Del mismo modo que es natural que una mujer oprimida quiera abandonar a su marido es natural también que cuando los catalanes quieren hacerse escuchar y no les dejamos quieran independizarse de nosotros. Es hora de reestablecer la confianza, es hora de transmitir el mensaje de que nos importa lo que piensan y que estamos dispuestos a buscar formas de solucionar esta situación. Es hora de salir al estrado público y decir que no queremos que se someta la voluntad de ningún pueblo, que todos hemos de ser libres para decidir nuestro futuro.
Negar el problema o no hacer nada para acercar posturas es equiparable al hombre que ignora los deseos de su mujer y sigue sometiéndola a obedecer su voluntad. No es inviable que la opinión que quiera imponer el hombre pueda ser la acertada a veces así como permanecer unidos puede ser, y así lo creo, la opción acertada. Pero lo que está mal es imponer una postura, sea la que sea, incluso aunque sea la acertada. Al imponer se genera la desconfianza que no hace sino empeorar la situación paulatinamente. Eso es lo que estamos viendo cuando las cifras del independentismo no hacen sino crecer. Frente a eso no debemos imponer nuestra voluntad sino confiar en los catalanes. Mostrar que nos preocupa cómo se sienten es la forma de hacer que quieran seguir con nosotros.
Rodrigo García Barroso
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