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En ocasiones, por no decir siempre, para que un discurso resulte falaz solo necesita desarrollarse y ser desmontado al ser respondido. A veces ni esto se necesita y cae por su propio peso (qué decir en estos tiempos de Trumps y Bolsonaros).
En la primera mitad del siglo XX surgió un grupo de ajedrecistas encabezados por Nimzowitch conocidos como «hiperrealistas»; una de las novedades principales que aportaron fue la de permitir al adversario ocupar el centro del tablero para atacarlo demostrando su precariedad.Y es que, a partir de esta premisa, estamos perdiendo una oportunidad de lujo para escuchar, o mejor dicho: dejarles decir, a aquellos cuyos argumentos resultan vacuos, se inventan la historia (más aún de lo que ya de por si se hace) y ponen el dardo en colectivos a ver si a fuerza de demonizarlos se saca algún voto que otro.
Ya hemos visto como alguno de sus integrantes descubren (oh, sorpresa) que forman parte de un partido xenófobo (¿racista?) y que su color de piel no va muy en la línea del partido. Pues bien; de los últimos mítines poco se ha hablado de lo que dicen o dejan de decir y el ruido se ha hecho haciéndoles callar.
No podemos dejar pasar la oportunidad de demostrar, que demuestren, perdón, aquello que, precisamente, son.
Feliz miércoles.
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