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Juan de Salisbury, en su obra Metalogicon, escribe: “Decía Bernardo de Chartres que somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más y más lejos que ellos, no por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura”. Todo lo que conocemos, sabemos y creamos no es nuevo en su totalidad, sino que todos, pintores, escritores o filósofos se basan en las obras de aquellos que les antecedieron para elaborar sus cuadros, libros y teorías. No podemos entender el mundo sin los siglos que nos preceden, sin cada segundo de nuestra Historia y sin cada descubrimiento, error o acierto de nuestros antepasados, pues es el pasado el que conforma nuestro presente, el que nos hace ser lo que somos ahora y, con ello, ha contribuido a elaborar nuestro pensamiento y nuestra sociedad.

Si buscamos en la RAE la palabra humanidad, podemos encontrar diversas acepciones que la definen como género humano, conjunto de personas o como sensibilidad, benignidad y, si leemos su plural, vemos que las Humanidades son un «conjunto de disciplinas que giran en torno al ser humano, como la literatura, la filosofía o la historia». Las Humanidades, en resumen, estudian al ser humano, nos estudian a nosotros como ser individual y también como comunidad, como seres críticos con capacidad de raciocinio, imaginación y creatividad, porque ¿qué seríamos nosotros sin música, literatura o pintura? ¿Y sin filosofía? ¿Hubiéramos construido el mundo que conocemos en la actualidad ¾para bien y para mal¾ de no haber sido porque una vez se nos ocurrió preguntarnos qué era la naturaleza y cómo funcionaba? ¿Existiría nuestra admirada ciencia de no ser por la filosofía?

Es difícil saber la respuesta, pero sí podemos deducir lo que será de nosotros si nos dejamos llevar sólo por la ciencia y la tecnología y descuidamos todas las demás disciplinas: seremos humanos, sí, pero como una simple etiqueta racial, pues perderemos la condición de personas ¾entendiendo “persona” como un ser sociable que vive y se desarrolla en sociedad, pero que actúa como un ser individual¾, nos convertiremos en caricaturas de nosotros mismos, entes grotescos que aún rodeados de información están vacíos de contenido, con una imagen superficial cuidada y perfecta, mientras nuestro interior se consume con los fríos engranajes de una máquina y nuestro cerebro se llena de paja, incapaces de tratar de forma directa con alguien más allá de nosotros mismos y obligados a comunicarnos a través de los dispositivos móviles en los que se corrompe el propio lenguaje en busca de mayor rapidez, de más simpleza y nos olvidamos de que existen signos de puntuación y reducimos el diccionario a unas pocas palabras de uso cotidiano, quedando el resto desconocidas para nosotros.

En la actualidad, sin embargo, las letras parecen haber entrado en un grupo de disciplinas marginadas, improductivas e inútiles. En sus estudios, los alumnos se debaten entre las modalidades de Ciencias y de Humanidades y Ciencias Sociales. En la primera, la sociedad los verá como los “alumnos buenos y de buenas notas”, trabajadores e inteligentes o, al menos, terminarán y tendrán un buen trabajo y bien remunerado: tendrán futuro. En la segunda, siempre saldrá a la luz el famoso dicho «el que vale, vale, y si no, a letras», por lo que sus alumnos soportarán que sus buenas notas no sean consecuencia de su esfuerzo, sino de lo fácil que es su modalidad. Por suerte, esta conciencia colectiva empieza a cambiar y ser de letras o de ciencias ya no desequilibra tanto la balanza, aunque aún hay quien, al saber que la carrera que elegimos es Historia, Filosofía, Antropología, etc., regalará, cuanto menos, una sonrisa cínica y asentirá con la cabeza y, si no, formulará dos preguntas: «¿pudiendo hacer medicina o alguna ingeniería? ¿Qué salidas tiene eso?». La cuestión es que nuestra sociedad margina las Humanidades y las Ciencias Sociales porque su utilidad inmediata apenas es visible, al contrario que la ciencia y la tecnología, y nuestro sistema educativo es incapaz de enseñarnos su valor , pues nos hace ver que son asignaturas aburridas, cuyo único objetivo es memorizar párrafos, fechas, nombres y acontecimientos para “vomitarlos” en la hoja en blanco de un examen y recibir después una calificación comprendida entre el cero y el diez, repudiando de las aulas toda su importancia instrumental. Nos olvidamos que hay que entender y no memorizar a Platón, Descartes o Nietzsche, que la educación y la cultura general van más allá de una nota numérica, que estudiar nuestra historia nos evitará imitarla y que debemos disfrutar y llegar al fondo de obras literarias como Cien años de soledad, Los girasoles ciegos o El árbol de la ciencia. Aún así, no podemos cargar con toda la culpa a nuestro sistema educativo pues, si bien es cierto que es ineficiente y defectuoso en muchos aspectos, de nada sirve poner lecturas obligatorias si los alumnos se conforman con los resúmenes de Wikipedia o de El Rincón del Vago, de nada sirve explicar el Mito de la Caverna o a filósofos como Nietzsche si nadie está dispuesto a escuchar nada, salvo la música que sale de sus auriculares, de nada sirve exponer las causas y consecuencias de una revolución o una guerra, el auge y la recesión de un país si las conversaciones de WhatsApp con el compañero son primordiales a nuestra Historia. Por supuesto, todo esfuerzo por conocer el contexto del ser humano, pasado y presente, es inútil si consideramos que las ciencias se deben separar de las Humanidades y actuar de forma independiente. De ser así, la razón será acorralada por la tecnología y la crítica y el lenguaje asesinados por la deshumanización. Seremos manipulables y caeremos en el error de prestar oídos a las voces que se regodean en racismos, fanatismos, xenofobias y nacionalismos pues, como decía Schopenhauer, «todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, de vanagloriarse de la nación a que pertenece por casualidad».

En la Edad Media, la época de Bernardo de Chartres y de Juan de Salisbury, la base de la educación para aquellos que ingresaban en una escuela catedralicia era el Trivium, compuesto por la gramática, la dialéctica y la retórica, con lo que se debía conseguir que el alumno conociera la lengua y la hablara correctamente, que fuera capaz de dar argumentos sólidos y razonables que defendieran sus tesis, acompañados de un lenguaje persuasivo, agradable y convincente. En la actualidad, basta con escuchar un debate o el comentario crítico de un texto en una clase de bachillerato para certificar que hemos destruido la esencia del Trivium y, con ella, toda competencia de expresión, tanto oral como escrita, quedando reducidas a un lenguaje vulgar y relajado, que trata de defender posturas con los mismos argumentos ya aportados o con defensas insubstanciales y pueriles que dejan a la vista una carencia de documentación y una escasa información respecto al tema que se trata y, a veces, demuestra intolerancias e incongruencias derivadas del desconocimiento de cuanto rodea al ser humano, ya sean religiones, culturas, tradiciones o actualidad y, de existir ese conocimiento, está limitado a los bulos virales que difunden medios de comunicación y redes sociales.

El desprestigio de las Humanidades reduce la educación a términos de productividad, la conciencia del alumno se predispone a buscar salidas laborales y ganancias cuantiosas y conduce a la dignidad humana por el sendero de la utilidad. El arte no es más que una distracción, la Historia no sirve para nada y la Filosofía es, además aburrida. Se desprecian las disciplinas humanísticas en favor de las ingenierías y de la tecnología, empero, todos nos refugiamos en la literatura o la música cuando necesitamos evadirnos de la realidad, todos hemos meditado sobre conceptos como el Bien o la Justicia o hemos luchado con crisis existenciales y todos nos hemos preguntado alguna vez por qué nuestro presente es cómo es. Sin arte, no somos nada, pues es la mejor forma de plasmar el devenir del ser humano, ya que en él se concentran sentimientos y emociones, períodos de guerra y de paz, de crisis y de auge, se expresan el odio y el amor, el dolor y la felicidad, necesidades, religión, mitología… Asimismo, la filosofía es como un gran árbol del que nacen todas las demás disciplinas y, entre ellas, cualquier rama de la ciencia, así que podemos decir que tenemos móviles, ordenadores o avances técnicos y sanitarios porque una vez nos preguntamos cómo funcionaban la naturaleza y el cuerpo humano y, así, nos interesamos por buscar remedios que curaran enfermedades y por elaborar sistemas numéricos, unas matemáticas, que, en palabras de Galileo, «son el lenguaje con el que Dios escribió el Universo». Del mismo modo, la Historia nos enseña que somos el resultado de millones de años de evolución, de siglos de guerras y traiciones, pero también de paz y cultura, de grandes construcciones como mezquitas, palacios, fortalezas y catedrales, de puentes que unían mundos y de murallas que los separaban y que todo lo que vivimos en la actualidad, ya tuvo su eco en el pasado. Nosotros no inventamos nada.

Para las mitologías vasca y navarra, todo cuanto existe tiene alma en la medida en que le otorgamos un nombre a las cosas. Fuera de esta concepción romántica de las palabras, lo cierto es que el lenguaje es lo que nos distingue de los animales, pues a través de él elaboramos códigos morales y expresamos normas éticas que nos hacen diferenciar entre el Bien y el Mal ¾aunque para el Satanás de Mark Twain es este sentido moral el que nos hace inferiores y más crueles que las bestias¾, pero también para crear todo cuanto se nos ocurre, ya que el pensamiento y la creatividad están atados y limitados a nuestra capacidad de expresión. Sin embargo, la obstinación de los medios de comunicación y de los nuevos sistemas educativos de bombardearnos con imágenes reduce nuestras aptitudes imaginativas y creativas, así como de comprensión y expresión, pues asume que nuestra atención está férreamente ligada a las imágenes, y nos convierte en seres inútiles para ver más allá que aquello que se nos presenta de forma clara y directa. Sus consecuencias: nos hace seres encadenados a la cultura de la imagen, a las modas, los prejuicios y estereotipos, preocupados por los principios superficiales de la estética y ajenos a cultivar la mente, a crear o a pensar por nosotros mismos.

La ciencia, si es separada de las letras, nos deshumaniza y aliena y, como señala el filósofo Emilio Lledó, «es cierto que el aspecto utilitario de las Humanidades no parece inmediato como el de la tecnología, pero sin ellas no es posible nada. Nos aportan conocimientos y capacidad de reflexión crítica. La importancia y la necesidad de los grandes conceptos ¾Justicia, Bien, Verdad¾ es algo que aprendemos de leer filosofía, de leer literatura».

«Somos como enanos a los hombros de gigantes». Si despreciamos todo el conocimiento de nuestro pasado y rechazamos las Humanidades como disciplinas igual de válidas que las Ciencias, además de volcar la balanza en pro de la deshumanización, nos habremos bajado de los hombros de los gigantes que nos elevaban para mirar su altura desde nuestra insignificancia. Habremos traicionado a cuantos creyeron que un futuro mejor y más humano sería posible.

Rodolfo Padilla Sánchez

Referencias

http://www.elmundo.es/cultura/literatura/2018/03/28/5aba9bed468aeb437a8b45f6.html

Imágenes

http://franciscoacuyo.blogspot.com/2015/10/del-ser-y-la-belleza-o-el-excelso.html?spref=pi

http://astillasderealidad.blogspot.com/2014/09/indicios-que-muestran-que-todos-somos.html

http://aprende.liceus.com/

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