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Existen momentos en los que pretendes cambiar el mundo y es el mundo el que te cambia a ti. Y debes dejarte llevar, y aprender mucho, y crecer como persona. Y es entonces (y solo entonces) cuando estás preparado para ayudar a los demás; para aportar lo mejor de ti mismo, sin prejuicios ni complejos.

 

Dicen que a África no se va solo una vez. Dicen que desde allí el cielo se ve distinto. Y que te enamoras de él. Y que nada te detiene hasta que lo vuelves a ver.

Cuando me aceptaron como integrante en un grupo de cooperación sanitaria que planeaba una misión en Madagascar no imaginaba el gran bagaje de experiencias y conocimientos que ello iba a aportarme. Nuestro destino era Farafangana. El viaje hasta allí es larguísimo y supone el primer choque cultural para el viajero occidental. A las diez horas de vuelo hay que sumarle dos días de camino en microbús. Los caminos se nos antojan precarios pero discurren entre sublimes paisajes y exuberante biodiversidad. La rica naturaleza contrasta con la extrema pobreza que se vislumbra en los núcleos de población, más marcada en las áreas rurales que atravesamos.

Al final del camino, cansados pero ilusionados y motivados, el pueblo malgache nos da una bienvenida cálida, agradeciendo de antemano nuestra presencia en el lugar. Niños y adultos nos reciben sonriendo. Descubro que son un pueblo feliz. Son felices a pesar de los escasos recursos de los que disponen, a pesar de las pésimas condiciones higiénico-sanitarias, a pesar de los reiterados cortes de suministro eléctrico, a pesar de la dificultad para abastecerse de agua caliente y con una presión aceptable, a pesar de los mosquitos, de las enfermedades, del hambre y de las corruptelas de los que mandan. Esa actitud hacia la vida que tienen hace que me plantee si son más pobres o más ricos que nosotros.

El boca a boca es efectivo y pronto se forman largas colas de personas que quieren consultar con los médicos extranjeros que acaban de llegar. Saben que tenemos la intención de ayudar. En Madagascar la sanidad no es pública y la inmensa mayoría de la población no puede costearse ni la atención médica ni la medicación en los escasos y desabastecidos centros sanitarios. Tampoco existen las donaciones de sangre, por lo que los pacientes que la necesitan deben comprársela a alguien que acepte la extracción y que sea compatible.

Nuestro trabajo comienza seleccionando los casos que podemos atender teniendo en cuenta los recursos de los que disponemos allí en el terreno y de nuestra propia especialidad médica. Es impactante comprobar que muchas personas, muchas de ellas madres con niños a la espalda, han recorrido trayectos de varios días andando para que les atendiésemos. Más impactante aún es ver como agradecen la atención incluso siendo casos a los que no se les puede ofrecer ayuda y deben dar media vuelta y volver a casa. Las personas a las que creemos que podemos ayudar forman un grupo que permanece en las inmediaciones tantas noches y tantos días como sean necesarios, aguardando pacientemente a ser llamados, en el orden que nosotros establecemos, sin quejas, sin discusiones, sin exigencias. Otra lección para aprender.

En esta ocasión los cooperantes somos un grupo que engloba a diversos profesionales sanitarios (traumatólogos, cirujanos generales y digestivos, ginecólogos, anestesiólogos, enfermeros, oftalmólogos, pediatras, neurocirujanos, ortopedistas, ópticos y médicos generalistas), por lo que hemos podido ofrecer tratamiento a muchos malgaches con la intención de mejorar su calidad de vida.

En este, como en tantos otros (demasiados) países, hay que tener especial consideración a la situación de las mujeres, ya que constituyen la población más vulnerable. Sufren una doble discriminación, por pobres y por mujeres. Están silenciadas y sometidas por un patriarcado que, aun extendiendo sus garras por todos los continentes, es especialmente feroz y dañino en África donde el analfabetismo, la dificultad de acceso de las niñas a la educación, la falta de métodos de planificación familiar, la consentida promiscuidad de los varones, la violencia y el establecimiento de roles de género rígidos y arcaicos, propician que la problemática en las mujeres, también en lo concerniente a la sanidad, sea muy prevalente. Las patologías más frecuentes y graves que hemos atendido se enmarcan en el ámbito ginecológico. Como reflexión, ningún país conseguirá su pleno desarrollo (si se me permite el comentario etnocéntrico) sin previamente educar y empoderar convenientemente a sus mujeres.

Tras dos semanas de duro trabajo y de largas horas en quirófano, el cooperante occidental se trae de vuelta a casa más cosas de las que llevó. Lo más positivo de la experiencia es el haber compartido tantos momentos con un grupo excepcional de compañeros, ahora amigos. También el haber podido aportar nuestro pequeñito y tan agradecido grano de arena, sabiendo que hay muchas cosas por hacer. Lo más valioso es aprender que las cosas que realmente importan son pequeñas y no se miden en monedas. Agradecidos nosotros por traernos tantas enseñanzas vitales.

Será que por allí no hay contaminación lumínica, el caso es que nunca vi tantas estrellas en el cielo. Será que realmente es un cielo distinto. Y que te enamoras de él. Volveremos a vernos.

Marta Valle Carbajo

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