A menudo hablamos de que a día de hoy nos encontramos en la “edad de oro” de la televisión. Esta sola frase da para un análisis extenso sobre procesos de amplia conectividad y transmisiones hegemónicas de determinadas cuestiones en determinados entornos e implica una cosmovisión de globalidad que sin embargo puede llegar a ocultar que las series que vemos o descargamos (otro amplio debate) generalmente están destinadas a un público concreto, que por supuesto no representa a toda la población del planeta tierra ni todos sus problemas. Dejando esto a parte, sí que podemos hablar de que las series producidas desde estos núcleos densamente conectados han cambiado. Los desarrollos, las tramas, los debates, poco tienen que ver con aquellas producciones que ya forman parte del universo ideológico de cada uno, un universo no sólo hecho de ideas, sino de instituciones, de materia y no materia, donde estas propias series conformaron y se conformaron a la sombra de contextos concretos, ayudando a legitimar desigualdades de poder y procesos políticos específicos. Me refiero a series como el Equipo A, el Coche Fantástico y todas aquellas de los 80 (en mi caso), conformadas a partir de un guion tipo, con la frontera entre el bien y el mal claramente delimitadas (blanco o negro) y personajes blancos, normativizadores de cuerpos, géneros y sexualidades (Alves, 2011, citando a Butler). Seres unidimensionales, casi autómatas a base de reproducir conductas en cada episodio (“tengo un plan”, la enésima chica en apuros que se ligaba el héroe de turno…). ¿Qué estas series eran divertidas? Claro, como comerse una hamburguesa en un McDonald. Malas para la salud. Pero algo alimentaban. Es decir, mal vamos si pensamos binariamente, como en estas series. Los propios conceptos de bien y mal se escapan de cualquier discurso que los quiera domesticar. Pensar en el capitalismo como un gran ogro que tira de las cuerdas puede ser útil políticamente, pero la realidad de las relaciones sociales y de los procesos de dominación son mucho más complejos y difíciles de acotar: no son unidireccionales, de arriba abajo, sino multidireccionales, condicionadas por muchas cosas, incluyendo la economía y la capacidad para transmitir ideologías a los demás.
Decía, por ir afilando el lápiz de mi argumento, que las series hoy en día han cambiado, aunque puedan seguir siendo tan malas para la salud como antes. Muchas identificaciones se hacen ahora más visibles, más potencialmente conectadas, con mayor potencialidad de poder fragmentarse, multiplicarse, articularse. En una descripción tan posmoderna, muchos de los niños que crecieron viendo al héroe luchando contra el mal quieren ser los buenos. Pero se dieron cuenta de que no todo el monte es orégano. Que las cosas están llenas de luces y sombras, que los héroes de la niñez son fascistas imperialistas disfrazados de superhéroes. Esto se plasma en planteamientos que difuminan el bien, el mal, que lo contextualizan, que ligan el comportamiento a situaciones concretas. Las tramas se hacen densas, se acercan más a las percepciones de lo empírico que podemos observar desde la antropología. Y vital en este cambio es el peso que los y las guionistas adquieren en la dirección del espectáculo. Hace poco veía varios capítulos de Vis a Vis sin poder contener la comparación con su hermana mayor, Orange is the New Black. En el primer capítulo de la primera pasaban muchas cosas, quizá demasiadas, casi tantas como en una temporada completa de la segunda. Con tantas cosas, echaba de menos una: el desarrollo de los personajes. En la necesidad de inmediatez, de lo trepidante como axioma, se pierde la posibilidad de que lo cotidiano cobre fuerza. Firefly es una serie de culto de ciencia ficción que tuvo apenas quince capítulos antes de ser cancelada. Dicen las malas lenguas que uno de los motivos fue que en la Fox la consideraban demasiado lenta. Eso mismo es lo que mucha gente valora en ella. Largas escena desayunando (en una serie que se catalogaba como acción), no sólo puede resultar chocante, sino que hacía que conocieras a los personajes, que se volvieran grandes, densos, cercanos. Y en esa densidad se difuminaba lo bueno y lo malo. Viendo ahora las nuevas generaciones de series (House of Cards, Dexter, Songs of Anarchy y muchas otras) la cosa puede no ser para tirar cohetes. Pero hace quince años, en una serie “mainstream”, ver al “héroe” tirar a una persona indefensa contra la turbina de un motor, podía ser bastante impactante.
La cuestión es que dentro de la mayor complejidad que como tendencia adquieren las series en esta “edad de oro”, la presencia del guion y del desarrollo de personajes cobra una gran importancia. Y esto es decir que los personajes se mueven dentro de diferentes niveles de identificación que, además de hacerlos más “reales”, permiten una mayor complejidad de tramas y comportamientos, acercándonos a las espectadoras a ellos y permitiendo que aflore la empatía por encima de la reverencia al héroe. Es aquí donde adquiere sentido el importante debate que desde hace ya décadas, tiene lugar dentro de las ciencias sociales sobre el concepto de “identidad”. A partir del análisis de la serie Shameless, este texto se incardina dentro de este debate, desarrollando primero el concepto dentro de la antropología y luego centrándose en Ian, uno de los personajes y la cuestión de la homosexualidad.
Crisis de “identidad”
El estudio de la “identidad” se incorpora en los años 50 del siglo XX al análisis social y casi desde el principio ha estado en crisis (Gingrich, 2004). Si bien este paso a las ciencias sociales permitió el acercamiento a la “identidad” más allá de la persona, adscribiéndolo a un campo más amplio de procesos grupales, en un principio la “identidad” se equipara a “unidad”, lo que ayuda a reificar el concepto de “comunidad” o “cultura” como grupalidades homogéneas y cerradas. La constatación de que la identidad se conforma a partir de procesos de exclusión y enredados en relaciones desiguales de poder, al hilo de trabajos de antropólogos como Fabian o Said, que denunciaban como desde la antropología se jerarquizaban tiempos y espacios para crear “otros”, replantean el concepto y da paso a diversos planteamientos (Gingrich, 2004). Desde entonces se desarrollan dos versiones de la “identidad: aquellas que se centran en la diferencia como motor y aquellas que buscan elementos positivos, es decir, pertenencia. Autores como Gringich (2004) o Gracia (2002) abogan por una visión más débil de la “identidad”: evitar definiciones cerradas de la “identidad” que no permitan su flexibilidad afirmando que tanto la posición que se centra en la diferencia como la que aboga por la pertenencia comparten una dicotomía entre estos términos (Gingrich, 2004). Es mejor, para estos autores, apostar por la alteridad como elemento que incluye la construcción de la “identidad” como un elemento abierto que necesariamente tiene que incluir al otro en la propia constitución: las personas se mueven en la afirmación de sus identidades a partir de la relación con los demás, que por lo tanto participan en la interconstitución de estas. Esto permite un acercamiento a la “identidad” como elemento inestable, sujeto a reformulaciones y variaciones en las vidas individuales/grupales de las personas. Brubaker y Cooper (2005) han ido más allá: las aproximaciones fuertes incurren en una reificación del concepto que corre el riesgo de esencializar las identidades. Las débiles incurren en la contradicción de afirmar un uso débil del concepto y a la vez tener que usarlo para el análisis social. El problema es que la “identidad” significa demasiadas cosas y es difícil concretar su uso, por lo que Brubaker y Cooper proponen, sin dejar de tener en cuenta que la “identidad” es importante en las lógicas de cotidianeidad, abandonar el término para el análisis social y usar otros más precisos en su lugar. Así, proponen el concepto identificación como acciones que realizan las personas para identificar algo, teniendo en cuenta, además que estas no tienen una única identidad, sino que se mueven en distintos niveles de identificación en función su posición en un determinado campo social. Es decir, somos a la vez mujeres, trabajadores, antropólogas, miembros de una familia, participantes en una asociación, madrileñas, españoles… y cada persona articula estos niveles de identificación de una determinada manera, lo que deshace la posibilidad de comprendernos como sujetos esenciales o como clones de unos y otros. Además, una de las posibilidades de identificación sería la autocomprensión, como subjetividad posicionada, contando con que esta puede cambiar a lo largo de nuestra vida. Dentro de la autocomprensión, no sería lo mismo el compartir un rasgo de identificación (el ser mujer por ejemplo) con la relacionalidad o con la pertenencia.
Shameless (cuidado que hay spoilers)
El argumento de Shameless es relativamente sencillo: Los Gallagher son una familia “disfuncional”: con un padre alcohólico y egocéntrico y una madre con trastorno bipolar y ausente, los seis hijos de la familia tienen que apañárselas para sobrevivir por su cuenta en un “barrio bajo” de Chicago (estoy hablando del remake estadounidense que se hizo de la serie original inglesa). El peso recae sobre todo en los hermanos mayores: Fiona, Lip e Ian, el tercero. La evolución de este último, como la de todos, es grande en la serie. De querer esconder su homosexualidad pasa a ser cada vez más abierto con ella. De esconderla a la familia a vivir con su novio en la casa familiar. Además, Ian quiere ser soldado, por lo que aunque no tiene la edad para alistarse, acaba falsificando la documentación de su hermano para hacerlo. La cosa no acaba muy bien, y cuando vuelve a Chicago empieza a trabajar en un bar de alterne gay. Posteriormente le es diagnosticado trastorno bipolar, heredado de su madre.
En este breve resumen podemos encontrar ya una serie de niveles de identificación por los que se mueve este personaje: es un Gallagher, y esto significa algo, en el sentido que la convivencia y la situación familiar ha fomentado un sentimiento de pertenencia muy grande entre los hermanos. Es también homosexual, de una manera que su percepción de lo que es él mismo va cambiando a medida que cambia el mundo en que se mueve: del instituto al bar de alterne, de esconderse buscando una novia falsa al ejecutivo con el que tiene un lio, a la petición explicita a su novio para que haga pública la relación.
Es a la vez “basura blanca” en un barrio obrero y marginal donde el acabar en la cárcel implica la posibilidad de la ruptura familiar bajo la amenaza constante de la intervención de los trabajadores sociales; además vive en un barrio en que “ser de allí” es importante, como se muestra en dos ejemplo: el primero, la resistencia que se genera en determinados personajes al proceso de gentrificación que se produce en las últimas temporadas, cuando personas con un nivel económico más alto empiezan a llegar al barrio atraídas por lo económico de las viviendas y su cercanía con el centro; en segundo lugar, en la reacción que los parroquianos del Alibi, el bar del barrio, tienen cuando Mickey, la pareja de Ian, desvela su homosexualidad. Más allá de las chanzas a su costa, la aceptación sorprende a Mickey. Pero es que él es “uno de ellos”. Este personaje es también un ejemplo del no-prototipo gay: matón, abusón y proxeneta, va cambiando su actitud de “tipo duro” con Ian para acabar siendo su apoyo principal cuando cae enfermo. Y a la vez es capaz de dar palizas a otros gais que se le insinúan al grito de expresiones tales como “¿qué te crees?, ¿Qué soy un maricón de mierda?”. Volviendo a Ian, es también un “patriota”, hasta el punto que junto a otros soldados homosexuales se plantean dar una paliza a un homófobo que la lía en el funeral de un soldado gay. Por último, la enfermedad de Ian también hace cambiar al personaje: de mantener una relación de apenas relacionalidad con la madre, por el rechazo a su enfermedad y al abandono, pasa a compartir el rasgo de bipolaridad. A partir de ahí, el acercamiento, la comprensión de la enfermedad y de la lucha por ser aceptados como son (no quieren la mediación sino ser ellas mismas con su enfermedad) se genera una fuerte relación de pertenencia entre ambos.
Todos estos ejemplos desvelan que las personas no sólo se mueven en diferentes niveles de identificación, sino que estos están interrelacionados y unos adquieren mayor peso en determinados contextos. Estos múltiples niveles de identificación disuelven la posibilidad de agrupar a las personas en grupos cerrados, de forma simplificada en sacos vacíos como clase, género u orientación sexual. No se puede decir que Ian o Mickey no son gais, pero desde luego se alejan bastante de la imagen simplificada y estereotipada que todavía hoy se mantiene sobre estas cuestiones. Pero además, el análisis de una serie permite otro punto de vista: el del contexto en el que se realiza la serie más allá de lo que sucede en ella. Aquí entra en juego la reformulación que hacen Laclau y Mouffe (1987)del concepto de hegemonía de Gramsci.
Dentro de este desarrollo, determinados significantes se erigen como centralidades, conceptos que adquieren importancia a la hora de las definiciones de las personas y los grupos (un ejemplo puede ser la “democracia”), es decir se convierten en atractores de procesos de identificación y son sujetos a contestaciones, redefiniciones y oposiciones dentro de determinados contextos, campos de poder y niveles de referencia. Estos procesos abarcan a diferentes particularidades (posiciones de sujeto) que “negocian” el significado de esa centralidad, intentando hacer universal su propia visión del concepto. La existencia de relaciones de poder desiguales hace que ciertas particularidades puedan acceder a una mayor porción de universalidad, pero al precio de tener que alejarse, en cierta medida de su posición inicial, a medida que crecen para englobar las diferentes tensiones que se producen en torno al concepto. Por tanto, esta universalidad se erige como producto de renegociaciones entrelazadas con desigualdades y dominaciones, es inestable y sujeta a cambio, y es multilateral: cambia a unos y otros en diferentes grados. Es además construida en referencia a un exterior, un antagonismo: lo que no representa el concepto, que es a la vez parte de él, ya que el propio concepto se construye en la tensión entre identidad y alteridad. Por último, es también multirreferencial: el modelo puede aplicarse a la idea sobre el trabajador ideal de una pequeña empresa (sin que implique que sólo los participantes en la empresa van a participar), a los procesos de la política institucionalizada o a las identificaciones en torno a la homosexualidad.
Tendremos entonces diferentes planos que podemos ver como transversales. Por un lado, encontramos el plano en que cada sujeto articula sus diferentes niveles de identificación. Por otro lado, cada concepto central en estos niveles de identificación se relaciona con otras particularidades, otras posiciones de sujeto, co-modificándose e influyendo en la conformación identitaria a partir de esta doble articulación: diferentes identificaciones dentro de un mismo sujeto y la centralidad de la identificación modificándose en la relación con otras personas. Por último, el movimiento ontológico en las lógicas de acción de las personas a funcionar en categorías binarias (se es más que homosexual, pero a la vez, la homosexualidad puede llegar a conformarse como una “comunidad” que excluye a quien no lo es (o a quien no sigue la objetivación hegemónica en torno a lo que es ser homosexual).
La presencia de personajes que complejizan la matriz sexo-género-sexualidad (Butler, 2007) en diferentes series (por ejemplo Orange is the New Black, House of Lies o Halt and Catch Fire) pueden llegar sugiere que a partir de los movimientos pro-derechos de gais-lesbianas-trans se ha producido un cambio en las articulaciones hegemónicas en torno a la “igualdad”, los “derechos humanos” o la “inclusión de las minorías”, donde lo “queer” ha dejado de ser, en diferentes contextos algo exterior para conformarse como parte de las luchas, como una particularidad, que, aunque sea vista como una diferencia, deja de ser algo ajeno para convertirse en un “igual” en la lucha por los derechos. Esto no significa que ya este todo hecho, sólo se subraya el cambio. A todo esto hay que añadir que el significado de ser por ejemplo homosexual es producto de articulaciones hegemónicas que potencian determinadas formas de serlo y ocultan otras (Viteri, 2008) y que, teniendo en cuenta que hablamos de relaciones desiguales de poder, la cuestión de la normatividad género-sexo-sexualidad va a tener que ser sometida a una sospecha constante sobre le prevalencia de lo “occidental”, el patriarcado y los estratos económicos más altos (que al final es de donde proviene esta serie)
Fin de la temporada: grises
Lejos de hacer apología de una serie de televisión o de las moralidades que muchas veces se plantean en ella, este texto ha pretendido mostrar la complejidad de las articulaciones en torno a la “identidad” y señalar, que si bien un producto de Hollywood puede ser malo para la salud (en este caso podemos hablar de individualidad, cultura de la pobreza, o aceptación acrítica de determinadas situaciones dentro del sistema capitalista) también tiene componentes que escapan a una supuesta transmisión unilateral por parte de las clases dominantes. Ni los medios de comunicación ni los receptores son entes amorfos y en el complejo juego hegemónico, las series de televisión, como otros muchos elementos, acaban siendo algo más que un instrumento de dominación. El blanco y negro pasa a muchos matices de grises y múltiples interpretaciones de las personas. La lucha contra la opresión y la discriminación debe hacerse a partir de la consciencia de que no existen homogeneidades y que hasta el prototipo más blanco y vendible para fácil digestión contiene particularidades que van a ser mucho más grises. Si no pensamos en ello, en la cuestión de la representación a fin de cuentas, seguiremos realizando un abuso de poder: el de ocultar problemáticas por el método de simplificarlas.
Referencias
Alves, F. (2011). Performidad y política en judith butler. Eikasia: Revista De Filosofía, (39), 133-151.
Brubaker, R., & Cooper, F. (2005). Más allá de la identidad. Repensar Los Estados Unidos.Por Una Sociología Del Hiperpoder,
Butler, J. (2007). El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad Ediciones Paidós Ibérica.
Gingrich, A. (2004). Conceptualising identities. Grammars of Identity/Alterity: A Structural Approach, , 3-17.
Gracia, M. A. M. (2002). La construcción de la identidad en la época de la mundialización y los nacionalismos. Identidad Y Ciudadanía: Un Reto a La Educación Intercultural, 27-50.
Laclau, E., & Mouffe, C. (1987). Hegemonía y estrategia socialista Siglo Veintiuno de España ed.
Viteri, M. A. (2008). “Queer no me da”: Traduciendo fronteras sexuales y raciales en san salvador y washington D.C. In K. Araujo, & M. Prieto (Eds.), Estudios sobre sexualidades en américa latina (pp. 91-108). Quito: Flacso.
Imágenes:
Portada: Imagen promocional de Shameless. En http://revistapantallas.com/2014/04/07/el-reto-de-los-gallagher-en-la-cuarta-temporada-de-shameless/
Imagen 1: El equipo A. En http://m.forocoches.com/foro/showthread.php?t=3314255
Imagen 2: Firefly. En: http://cephuscorner.jadedragononline.com/why-firefly-sucks/
Imagen 3: Identidades. En: http://3.bp.blogspot.com/-X6mpHgLs2gQ/VBLcraZJnSI/AAAAAAAAEsY/Wb9aNyQtIYM/s1600/Diapositiva1.JPG
Imagen 4: los Gallagher. En https://simplytelevison.wordpress.com/2011/07/28/photos-shameless-usa-season-1-episode-7-frank-gallagher-loving-husband-devoted-father/
Imagen 5: Ian y Mickey. En http://shamelesstv.co/2014/04/16/favorite-songs-season-4-shameless/
Imagen 6: Ian. En http://shamelesstv.co/2013/11/11/shameless-spotlight-ian-gallagher/
Imagen 7: Ian y Mickey. En http://www.ibtimes.co.in/shameless-season-5-spoilers-will-gallaghers-torture-sammi-snitching-ian-drugs-actually-627336
Imagen 8: Orange is the new black. En: http://articles.bplans.com/how-to-run-a-business-in-prison-orange-is-the-new-black-season-2-minor-spoilers/
Imagen 9: bandera gay. En: http://www.cristianosgays.com/tags/san-francisco/
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