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Cada vez que nacemos llegamos a un mundo anterior, hecho por otros. Como en el cuento: mala suerte, buena suerte, se verá. Lo cierto es que cada nacimiento (parto, caída, gol, vocación, adolescencia, nuevo amor, nueva casa, nueva ciudad) nos coloca en el medio de antiguas novedades. Y poco a poco vamos descubriendo la dimensión que tienen, la historia que han ido haciendo y a la que no tuvimos acceso. Pero también hay famas (cronopios, a menudo) que exceden los limites de su lugar, trascienden y nos llegan alli donde estemos, antes de que las descubramos.

Esta semana presenta su nuevo disco Bernard Lavilliers, un músico que podría entrar en lo que en español se denomina cantautor. Una institución, sobre todo entre los franceses por encima del medio siglo de vida, una especie de resistente del rock y sus aledaños. Camina hacia los setenta con algo más que dignidad, y se le nota que su lugar es el escenario. Los que estaban alrededor de mi eran seguidores de varias décadas, para mí, ojos nuevos, era un debutante. Y sin embargo percibí en cierta medida su dimensión artística y sentimental entre los franceses.

El caso es que Lavilliers se presenta en el Olympia -teloneros: Scoth et Sofa, muy recomendables-, mítico teatro de Paris, confirmación artística y social a la que aspirar. El Olympia es la joya que todos desean prender de su trayectoria, un certificado de trascendencia; es Paris; eso, el Olympia es Paris.

¿Quién puede dudar del valor de los fundadores? El teatro Olympia nació en 1888, hijo buscado del catalán Josep Oller, que también había creado otro a la larga mítico espacio de la ciudad, el Moulin Rouge. El Olympia fue inaugurado con una actuación de La Goulue, conocida como La Reina de Montmartre, una de las bailarinas de can-can más populares en su época, amiga de Renoir y personaje ineludible de la noche bohemia.

Durante mas de medio siglo el teatro recibió espectáculos de lo mas diversos, desde ballet hasta circo, con el cine y la opereta en el camino. A principios de la década del cincuenta, el Olympia fue reconstruido por iniciativa de monsieur Haïk, un renombrado empresario de espectáculos de Paris, quien se había propuesto mejorar la acústica de la sala hasta hacerla de las mejores del continente. Lo consiguió, y sesenta años después, el Olympia sigue teniendo una acústica prodigiosa. Para firmar su obra, contrató para dirigir el teatro al compositor Bruno Coquatrix, que le daría la personalidad que perdura y lo dirigiría hasta su muerte en 1979. Fue Coquatrix, cuyo nombre acompaña al del teatro en casi cada mención, quien en 1961 convenció a Edith Piaf para que diera una serie de conciertos que serian el pináculo de su carrera y que salvarían al Olympia de un cierre bastante más que posible, gracias al éxito y a la generosidad de la Piaf, que donó a la sala parte de su recaudación para evitar su final.

El bueno de Coquatrix era, al parecer, audaz al punto de  contratar cantantes casi desconocidos, que alcanzarían la fama y luego la grandeza a partir de su actuación en el Olympia, los dos ejemlpos que piden ser mencionados son Georges Brassens y Jacques Brel. Pero también traía al teatro artistas consagrados, y es muy larga la lista, asi que vamos a elegir como representante a The Voice, Frank Sinatra.

olympia-scene-300x300Desde la perspectiva de los años, se pierde en la niebla quien prestigió a quien. Lo cierto es que el currículo del Olympia impresiona, como para no achicarse ante ningún teatro del mundo: Amalia Rodrigues, fadista portuguesa, The Beatles, fundadores ingleses de varias generaciones, The Rolling Stones, milagrosos rockeros, Charles Aznavour, Al Jarreau, Paco Ibáñez, Astor Piazzolla, Leonard Cohen, Camarón de la Isla, Chuck Berry, Judy Garland, Louis Armstrong, Janis Joplin, Chavela, Vinicius, Santana, Hendrix, Llach… son muchos años y la lista es muy larga. Se jacta oficialmente el teatro de haber albergado a 1483 artistas y casi 17000 representaciones contadas.

Y ahí sigue l’Olympia, recibiendo artistas, buscando la belleza de lo perdurable. Y después de Lavilliers seguirá, y eso es lo bueno.

Fernando Blasco

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