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La gran masa del pueblo puede caer más fácilmente víctima de una gran mentira que de una pequeña.”―Adolf Hitler

¿Hoy en día es posible un régimen totalitario en Occidente? A muchos de nosotros nos parecerá una idea descabellada y responderíamos con un rotundo “no”. Pensamos quizá que se han superado ciertos momentos históricos, que se ha aprendido de ellos, que la historia forma parte de una secuencia lineal por la que se evoluciona sin repetir capítulos. Ahora manejamos mucha más información que antes. ¡Estamos en el s. XXI! Muchos nos negamos a admitir y reconocer que todo es posible en cualquier momento y en cualquier parte si se reúnen las condiciones necesarias para que ocurra.

 

De esto trata “La Ola”, de demostrar que se sigue pudiendo dominar a las masas; de que otra dictadura como la que vivió Alemania a mediados del siglo pasado es posible hoy en día. Esta película se basa en un experimento real llevado a cabo en 1967 en California, por el profesor de historia Ron Jones y sus alumnos de secundaria, para demostrarles cómo pudo ser posible el régimen nazi. En cada clase proponía una serie de conceptos que iban definiendo al grupo: fuerza a través de la disciplina, fuerza a través de la comunidad, fuerza a través de la acción y fuerza a través del orgullo. Este hincapié en “la fuerza” alimentó el sentimiento de pertenencia al grupo de ciertas personas fácilmente manipulables, con cierto desarraigo familiar y/o social; personas carentes de personalidad, incomprendidas, con muchas inseguridades, personas frustradas, que se sienten discriminadas o inferiores, o incluso algunas personas que se sienten aburridas, desorientadas y necesitan algún tipo de incentivo para motivarse. Al profesor le sorprendió cómo estas órdenes fueron adquiridas rápidamente por sus alumnos y cómo el movimiento se extendió a gran velocidad por la escuela. Antes de que la situación se le fuera completamente de las manos, anunció a sus alumnos que “La Ola” era parte de un movimiento nacional y los convocó a una reunión al día siguiente. En la reunión les anunció que habían sido parte de un experimento para que pudieran sentir en carne propia, la superioridad que habían experimentado los ciudadanos alemanes durante los años del nazismo.

“La Ola”, rodada en el año 2008, viene a demostrar que el totalitarismo y un régimen autocrático podrían volver a instalarse en Occidente en la actualidad.

(¡aviso spoiler!)

Durante una semana de proyectos del Instituto dedicada a los sistemas de gobierno, se distribuyeron determinados temas entre algunos profesores. Al profesor protagonista de la película, Rainer Wenger, le tocó explicar la autocracia. Decidió adoptar una serie de métodos más empíricos que teóricos en sus clases para que los alumnos pudieran comprender mejor cómo funciona un régimen totalitario. Se trataba de un profesor muy popular en el Instituto, tanto entre los miembros del equipo docente como entre los propios alumnos del centro. Y aquí juega un papel muy importante el factor “confianza”. Nadie se hubiera esperado el fatal desenlace del experimento en la película. Otro profesor menos “popular” impartiría el proyecto de “Anarquía”. Los alumnos decidieron seguir a Rainer Wenger, a pesar de que el proyecto de “Autocracia” no les atraía tanto.

En un primer momento, los alumnos admitieron que era imposible que un régimen totalitario pudiera volver a repetirse. En cada encuentro, el profesor hacía participar a la gran mayoría confiando en la capacidad y potencial de sus estudiantes. En ninguna circunstancia se despreció a ninguno de ellos por no responder en tiempo y forma. Un halo de respeto cubría el aula, mientras las personas de carácter débil e inseguro se sentían cada vez más protegidas e integradas.

Logra convencerlos (muy fácilmente, de hecho) de que deben alzar la mano para hablar y levantarse al hacerlo. Lo argumenta haciendo referencia a motivos beneficiosos de salud: “si os levantáis, la circulación sanguínea mejora y os sentís menos cansados.” Los alumnos obedecen sin pensar e incluso hay quien dice que respira mejor. Aprehenden la importancia del orden, la disciplina y el buen comportamiento a través de motivos beneficiosos para ellos en el sentido físico.

Por otro lado, la confianza y visión de potencial que tenía el maestro, en sus alumnos, se puede observar claramente en la escena en la que cambia a todos de lugar y los hace sentarse con aquellos con quienes probablemente jamás hubieran elegido. La justificación que les da por dicho acto es que mezcló alumnos de notas buenas con alumnos de notas malas para que ambos pudieran sacar provecho de la facilidad del otro y así mejorar sus calificaciones. Esto se funda en implementar una pauta básica del totalitarismo: el soporte entre uno y otro.

Dominamos al mundo mediante signos, y a nosotros mismos, mediante símbolos”, Víctor Turner. Toda conducta social está expresada en formas simbólicas. Los símbolos son esenciales para el grupo, ya que refuerzan ese sentido de pertenencia.  Pronto consensuaron el uso de un nombre, un saludo, un logo y un uniforme que los identificara y distinguiera de los demás. Se resaltó la importancia del uniforme: conlleva a eliminar las diferencias sociales, elimina la individualidad. Claramente, es un rasgo que fomenta el sentimiento de pertenencia al grupo, elimina diferencias individuales y difumina la capacidad crítica y racional. Usando un uniforme, no necesitamos pensar qué ponernos cada día. Así es más sencillo. No hay que pensar.

Posteriormente se decidió el nombre (no sin discusiones y diferencias de opinión que acabaron aislando a dos alumnas del grupo), el saludo y el logo distintivo. Todo fue propuesto por los propios alumnos, aprobado por Rainer y elegido por mayoría de votos, disfrazando estas acciones y este movimiento con la vestimenta de una falsa democracia. Y es que, siguiendo a Foucault, “el poder no es algo que funcione sólo negativamente, negando, restringiendo, prohibiendo y reprimiendo, sino también positivamente, produciendo formas de placer, sistemas de conocimiento, bienes y discursos”. El poder político se filtra mediante los símbolos, recordando constantemente que nadie externo al grupo, que quisiera presenciar una reunión del mismo, podría participar a menos que portara los mismos distintivos. De esta manera, comenzó a difundirse su carácter dictatorial por establecer los comportamientos que serán considerados aceptables y los que no.

Otro inconveniente surgió una vez que todos los miembros del grupo decidieron salir durante la noche para “adornar” la ciudad con su símbolo. Principalmente no tuvieron en cuenta que estas acciones se consideran vandalismo, y por otro lado, por pintar su logo por encima del de los anarquistas, desencadenaron una pelea callejera. Se había encontrado al enemigo común.

El sentimiento de pertenencia a un grupo cada vez más numeroso (la unión hace la fuerza), la puesta en común de sus deseos, valores, símbolos y puntos de vista, les dio seguridad para seguir adelante y transmitir su entusiasmo a otros alumnos en busca de más seguidores. Cada vez más alumnos querían asistir a las clases de “Autocracia” de Rainer. Llegó un momento en el que no quedaba espacio físico en clase para nadie más, lo cual hizo que el grupo adquiriera un estatus de exclusividad, despertando sentimientos de admiración y curiosidad.

En oposición a los intereses e ideas compartidas, se podía fácilmente detectar quiénes en la clase no estaban de acuerdo con la ideología vigente. La no utilización de los símbolos por miembros del grupo fue causa de repudio y discriminación. Específicamente, dos alumnas afirmaron no estar dispuestas a continuar con el proyecto y lo abandonaron. Comenzaron a organizarse para tratar de acabar con “La Ola”, incluso a través de la impresión de panfletos, ya que participaban en el periódico del Instituto. Y es que, donde hay poder, hay resistencia. Desde ese momento, los miembros del grupo consideraron que las mismas no serían dignas de ningún tipo de permiso ni reconocimiento a nivel escolar. En una sociedad en la que sólo se concibe al sujeto como tal por formar parte de una identidad colectiva, la individualidad no está bien vista. “El hombre no puede verse a sí mismo. Necesita del otro como su espejo y su guía” (Da Matta, 1998). “La Ola” discriminaba a determinados individuos por no pensar como el resto de miembros del grupo, donde se aprecia claramente una prohibición de libertad y de derechos propios de un régimen totalitario como el nazi. “Cada dictador es un enemigo de la libertad, un opositor de la ley” (Demóstenes). Todo lo que tenía que ver con “La Ola” no era objeto de discusión o crítica. Las reglas, los convencionalismos, los símbolos, la “cultura” de “La Ola” se asumían de forma acrítica e indiscutible.

En el film se da justo lo opuesto al siguiente postulado de Ariel Gravano: “Vivir en la cultura implica vivir en un mundo de significados en construcción permanente y no en un mundo de ideas fijas”. Por pertenecer a un estado en democracia, o al menos así debería entenderse nuestra actualidad política, consideramos que todas las pautas de estado y leyes deben ser revisadas con cierta frecuencia y adaptadas a las necesidades de la sociedad dependiendo del contexto. Sin embargo, lo que muestra la película es que este grupo tuvo en cuenta sólo sus propios intereses y deseos dejando a un lado la comunidad como medio de sostén y como un todo en el que el consenso juega un papel fundamental para evitar conflictos y desigualdad social.

Llama mucho la atención la permisividad de las autoridades escolares que, ante la aparente mejora en el comportamiento y disciplina de los adolescentes, prefirieron callar y no cuestionar los métodos del profesor. No obstante el profesor empezó a sentirse desplazado por su pareja, maestra también del centro, a quien no le encajaban los comportamientos de Rainer. A pesar de ello, el profesor continuó con sus prácticas, cada vez más descontroladas. Se encontraba sumido en una espiral de liderazgo, dominación y poder de la que no era capaz de salir, movido por la positiva demostración empírica de sus propias teorías sobre la autocracia.

Lévi-Strauss sugiere que “el hombre se mueve entre lo real (máscara) y lo imaginario (espejos) en su búsqueda de la identidad. Los individuos son portadores de diversas identidades porque cada sujeto tiene relaciones más intensas con determinados grupos”. Esto se detecta claramente en la película, ya que cada alumno que se une al grupo adopta una identidad determinada que lo incluye pero a la vez lo diferencia del resto. Por esta razón, el concepto de identidad es simultáneamente pertenencia a un nosotros y diferencia de los otros.
La idea de una identidad grupal es la de marcar fronteras, una territorialidad. Con esta identidad ponemos un límite entre nosotros y el otro.

Hay una pérdida del espíritu crítico y reflexivo por parte del individuo, el cual es absorbido por el grupo que en forma de movimiento en masa acata las órdenes de una forma desinteresada.

Los individuos inmersos en este movimiento actúan sin reflexionar, sin la suficiente conciencia como para guiar sus acciones en base a sus propias convicciones. Actúan acríticamente cegados por la posibilidad de pertenecer a algo supremo que genere un cambio radical en sus vidas. “Hegemonía es el consentimiento “espontáneo” que las masas de población dan a la dirección general impuesta a la vida social por el grupo fundamental dominante” (Antonio Gramsci). En la práctica, se trata de fuerza y consentimiento: “fuerza” contra los adversarios que han de eliminarse y “consentimiento” para los aliados o los que pueden serlo. Las pautas de un régimen totalitario hacen que el hombre pierda cualquier posibilidad de encontrarse en el mundo formando parte activa de él. Está preso en una realidad ajena e idealizada.

Porque no hay finalidad, no hay una “esfera pública” en la que actuar o a la que pertenecer; hay individuos atomizados, aislados, no se instaura una comunidad: esa es la sociedad del Uno, un falso “entre-todos”. Como mencionó Hannah Arendt, las circunstancias socio-políticas o culturales que permiten el advenimiento de los regímenes totalitarios están directamente vinculados con las sociedades de masas, que se definen como la “sociedad del Uno” y que están caracterizadas por una solidaridad negativa, (Arendt, 2004) que surge como consecuencia de una experiencia de fracaso, tanto individual como colectiva: El término masa se aplica sólo cuando nos referimos a personas que no pueden ser integradas en ninguna organización basada en el bien común.

¿Por qué es tan fácil dominar y por qué los individuos se aferran tanto a un líder fuerte? Los sujetos que buscan dominar, siempre hallarán una mente más débil, más joven, ignorante, posible de ser maleable y utilizable para el fin deseado. Lo que sí, esta mente debe estar acompañada de un carácter sumiso y desorientado. Por esta razón son los jóvenes y adolescentes, considerados perdidos por los adultos, quienes son más viables de ser dominados. Por otro lado, los individuos inseguros suelen apegarse a un líder fuerte ya que lo idealizan. Lo utilizan para resguardar sus acciones y también para corregir sus errores. Se sienten parte de algo, parte de él, al seguir sus órdenes y convicciones.

El profesor consigue, a través de su figura de líder (con el poder intrínseco que esto conlleva), convencer a los alumnos de que ciertos comportamientos van dirigidos a objetivos beneficiosos para ellos como individuos y, posteriormente, para el grupo. Manipula a su antojo su conducta haciéndolos sentir parte de una comunidad ficticia, parte de algo importante, dando un sentido nuevo a sus vidas por algo que merece la pena. Sienten la fuerza del grupo frente al individuo, con una meta común. El grupo es fuerte, garantiza la supervivencia, el individuo aislado no tiene sentido de pertenencia a algo mayor, se le considera inferior, un perdedor, alguien que no sobrevivirá. Adaptarse o morir, como postularía un darwinista social. La unión de muchos cuerpos individuales conforma el cuerpo social y el cuerpo político orientado a lograr fines. En la autocracia, las masas tienden a ser homogeneizadas, dirigidas, uniformadas, haciendo desaparecer la diferencia y la desigualdad. No hay nadie más que otro dentro del grupo, pero sí sobre los otros, los que no forman parte del grupo por cuestiones políticas, raciales, económicas, sociales, etc. Todo forma parte de una maquinaria que se alimenta de fetiches para dar sentido de fuerza, unidad y poder a sus miembros. Quien no pertenece al grupo acaba convirtiéndose en un enemigo, se le considera diferente, un ser individual, y por lo tanto, débil e inferior.

Es relativamente fácil apuntar hacia un enemigo común. Sólo falta que se vayan reuniendo las condiciones necesarias para que la bola de nieve vaya haciéndose cada vez más grande. En la clase de autocracia se dieron todos los ingredientes para construir una política totalitaria en una semana. También se apuntó a un enemigo contra el que verter los odios y frustraciones: los anarquistas o los que no acataban las normas de “La Ola”. Un enemigo común para unir entre sí a los miembros del grupo, para evitar que surgieran tensiones dentro de la comunidad que provocara fisuras en su interior. La figura del enemigo común es necesaria.

Las redes imaginarias del poder político de Roger Bartra son un ejemplo de ello: “Se construye un escenario omnipresente donde se enfrentan, por un lado, la civilización occidental democrática avanzada y, por otro lado, un amplio espectro maligno de otredades amenazantes. (…) Ésa es una paradoja de la cultura occidental: la extrema dificultad para conocer al Otro junto a la extrema creatividad para inventarlo«. Los líderes nos hacen ver la existencia de cualquier enemigo, el que sea, para mantener nuestra mente y nuestra energía focalizada en un punto externo y así no dirigir nuestro punto de mira al interior del grupo o al propio líder. La unidad hace la fuerza, y cuanto mayor número, más imparable, más aterrador, más temible. Un enemigo común moldeado y formado incluso a través de informaciones sesgadas y falacias. Un enemigo creado para manipular a las masas. Y es precisamente la cita que abre este artículo la que demuestra que las masas son fácilmente manipulables incluso a través de argumentos falsos. Incluso a través de un experimento como  “La Ola”, donde algunos alumnos no soportaban la idea de que hubiera sido una mentira. Una mentira tan incorporada que se había convertido en su verdad y en el sentido de su vida.

Quizá hoy sí sea posible la emergencia de un país autocrático en Occidente y no sea una idea tan descabellada. Quizá en ciertos países se estén dando algunas de esas condiciones necesarias sin que se las aprecie demasiado o sin que les demos la importancia que merecen. Vivimos en un mundo globalizado y tenemos acceso a una gran cantidad de información, pero lógicamente no a toda. La manipulación a través de los medios de comunicación sigue existiendo, aunque en menor medida que en el pasado. Dicen que se debe conocer la historia para no caer de nuevo en los mismos errores. Pero dicen también que la historia se repite. Lo que ocurre en casos como el de “La Ola” es la anulación de la actualidad en pos de un tiempo futuro. La ausencia de determinación espacio-temporal no niega que los regímenes totalitarios estén inscritos en un contexto socio-histórico determinado, sino que pone en evidencia que se piensan a sí mismos como divorciados de cualquier circunstancia.

 Susana Callizo Fernández

Referencias

Imagen: http://www.cinemaofchange.com/die-welle-and-lesson-plan-a-story-told-two-ways/

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LEWELLEN, T. (2009) Introducción a la Antropología política. Nueva edición ampliada y puesta al día. Barcelona: Bellaterra.

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CANETTI, E. (2000) Masa y poder. Madrid: Alianza.

GRAVANO, A. (2006) La cultura como concepto central de la Antropología

DA MATTA, R. (1998) El oficio del etnólogo o cómo tener Anthropological blues

ARENDT, H. (2004[1955]) Los orígenes del totalitarismo.

http://redh-udemm.blogspot.com.es/2011/03/ensayo-sobre-el-film-la-ola.html

https://sociopsicologia.files.wordpress.com/2009/10/ensayo-iii_cayupan-guajardo.pdf

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