La experiencia vital de ser cooperante internacional

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El mundo de la cooperación internacional, sea del tipo que sea, está plagada de personas interesantes. Un buen ejemplo de ello lo personaliza don Julio Rodríguez de la Rúa Fernández, doctor especialista en cirugía ortopédica y traumatología que ha sabido compatibilizar a la perfección su trabajo como jefe de servicio y profesor universitario con la presidencia de la AACS (Asociación Andaluza de Cooperación Sanitaria). Nos cuenta sus experiencias en terreno en a través de una fructífera entrevista.

Buenas tardes, doctor. Le agradecemos profundamente que nos cuente sus vivencias como cooperante.

Antes de nada quiero decir que soy simplemente un cooperante ocasional, es decir, un voluntario. Mis comentarios son sinceros y fruto de una larga reflexión pero ello no implica que se correspondan con la realidad. Me los habéis pedido y me agrada corresponder a vuestra petición porque, eso sí, África, su magia y sus gentes me han “enganchado”.

¿Cómo fueron los inicios del proyecto de cooperación en Madagascar, bastión principal de la actividad de la AACS?

El proyecto comenzó en 2005 cuando las monjas de la congregación “Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul” transmiten a un médico voluntario la necesidad de mayor colaboración para responder a la precaria situación sanitaria existente en Farafangana (Madagascar), lugar en el que está asentada su misión. Allí, en la “Leprosería Ambatoabo” se ofrece atención sanitaria a la población local, se escolariza a los niños y a las niñas y se cultiva el campo. En un primer momento un destacamento de seis médicos españoles nos desplazamos hasta allí y comprobamos la escasez de medios, la pobreza extrema de la región y la casi absoluta falta de asistencia sanitaria. Nos sentimos “tocados” y nos propusimos colaborar.

 

¿De qué manera se inició esa colaboración?

Lo que hicimos fue formar dos equipos de cooperantes, uno con sede en Madrid, coordinado por el Dr. Manuel Devesa Múgica y otro con sede en Cádiz formado por sanitarios en su mayoría andaluces, aunque también de otras comunidades autónomas. Desde entonces acudimos todos los años, en campañas de dos o tres semanas.

¿Cómo eran las condiciones en esos primeros tiempos?

Las condiciones sanitarias allí son increíblemente malas e impensables en nuestro medio. En 2005 la asistencia corría a cargo de una monja que hacía las veces de enfermera. Nosotros aportamos material quirúrgico, aparato de rayos X, incubadora, ecógrafos, microscopio quirúrgico de oftalmología y medicamentos. Sin embargo, creo que lo más importante fue que reforzamos la ilusión y la confianza en sí mismos de los locales, que comprendieron que podían hacer muchas cosas. A partir de ese momento ampliaron el bloque quirúrgico, construyeron un edificio en el que situar urgencias, consultas, laboratorio, radiología y maternidad y se contrataron médicos y matronas.

 

Un gran cambio…

Efectivamente, lo que era la “Leprosería Ambatoabo” se convirtió en seis años en lo que existe actualmente, la “Clínica Médico-Quirúrgica de San Vicente de Paul”, reconocida oficialmente por el Ministerio de Sanidad de Madagascar.

¿Y cómo pudo mantenerse tan ambicioso proyecto en el tiempo?

Básicamente consiguiendo financiación, material quirúrgico y medicinas. Para todo ello decidimos crear en el año 2007 la Asociación Andaluza de Cooperación Sanitaria. A través de la asociación recibimos apoyo y donativos por parte del Servicio Andaluz de Salud, de nuestro propio hospital, de la farmaindustria y de empresas de otros sectores y estamentos (Fundación de Autobuses COMES, SECOT, Colegio de Médicos de Cádiz, y otros). También se reciben donaciones de particulares, mediante celebración de cenas solidarias, sorteos de viajes y otras ideas similares. En fin… nos las ingeniamos para estar siempre en ese límite económico que nos permite colaborar con Madagascar y también con otros países como Camerún, Chad y Cuba.

 

El tema económico siempre es controvertido…

Por supuesto. Reconozco aquí lo decepcionante que es a veces comprobar que llamas a alguna puerta que podría sobradamente ofrecerte ayuda financiera sin la más mínima repercusión negativa para ellos y sin embargo, ante tu sorpresa, te la niegan.

 

¿Qué es lo hace que una persona se convierta en cooperante?

Yo distingo por una parte al “cooperante profesional”, al que respeto y admiro mucho, que no sabría decir qué le lleva por ese camino, aunque debe haber mucho de generosidad, una parte de aventura y otra de salida profesional… no sé. Por otra parte estamos los “cooperantes ocasionales”, mejor llamados voluntarios.  Como conozco a bastantes voluntarios, sí que puedo opinar respecto a este grupo: aseguro que hay una mezcla de motivos en todos ellos, luego según de quien se trate, predominan unos motivos sobre otros: sentido profesional como sanitario, generosidad (hay quien es “todo corazón”), aventura, afán de conocer otros países y culturas, reto personal, sentir y disfrutar del trabajo en equipo en condiciones a veces difíciles, etc.

¿Tiene mucha importancia la formación de los locales?

Cuando vas a cooperar a países en desarrollo te das cuenta rápidamente de que es mucho más importante la formación de los sanitarios locales que la asistencia puntual que puedas aportar. Por ello intentamos transmitir en el día a día, paciente a paciente y también mediante la realización de cursos. En una ocasión se desplazó hasta Cádiz uno de los médicos malgaches de la misión para una formación en nuestro hospital durante un periodo de tiempo, cuando sus cuando sus circunstancias personales y laborales se lo permitieron. En cualquier caso, dicha formación hay que hacerla desde la humildad y la discreción porque hay que entender que vas a un país con su propia cultura, su concepto nacionalista y su propio orgullo. En Madagascar (no ocurre así en otros países) se nos quiere y se nos recibe con enorme hospitalidad, pero no dejamos de ser los “extranjeros blancos” y a veces cometemos errores. Hay que valorar que ellos son los que se quedan allí todo el tiempo. También nosotros en no pocas ocasiones aprendemos de ellos, viendo cómo se las apañan con mínimos recursos para resolver patologías importantes.

¿Qué opinión tiene de la medicina y de la cirugía en Madagascar?

Hay que partir de la base de que uno de los cuatro principios básicos de la bioética es la universalidad de la sanidad, lo que quiere decir que todo el mundo debe tener derecho a una correcta asistencia sin que en ello influya su raza, su religión o su situación socioeconómica. La medicina pública en Madagascar no es gratuita por lo que muchísimas personas no pueden acceder a ella. Eso para mí es un escándalo que me hiere vocacionalmente como médico y me duele profundamente como persona. Respecto al nivel de la medicina en Madagascar, habría que distinguir entre la urbana y la rural. La medicina urbana apenas la conozco, pero sí sé que los especialistas muchas veces se forman en el extranjero, concretamente en Francia, lo que les da un gran nivel. Ante eso hay dos peligros: uno es que algunos no regresan y se quedan en el país que les formó y otro es que, para los que vuelven, la falta de recursos tecnológicos y la falta de medios para la formación continuada, hace que se vayan quedando rezagados ante los continuos avances. La medicina rural es muy pobre y siento tener que decirlo. La red pública es insuficiente y como dije antes, hay que pagarla. Los pobres, gran mayoría de la población, no pueden acceder a ella. Quiero también puntualizar que seguro que he tenido suerte porque, habrá de todo, pero los sanitarios tanto rurales como urbanos que he tenido la oportunidad de conocer, son ejemplares y excelentes profesionales que se vuelcan con sus pacientes.

¿Son la costumbre y la tradición un freno al buen ejercicio de la medicina?

Realmente sí, ya que la gente confía mucho en la medicina tradicional que, si bien es útil en ocasiones, en muchísimas otras no lo es. Respecto a esto viví un caso en el Chad que puede servir de ejemplo: un paciente, adulto joven, se presentó con una gangrena en una pierna. Precisaba con carácter urgente una amputación para salvar la vida. El paciente consultó con su familia, aceptaron la amputación y se preparó el quirófano. Sin embargo,el jefe tribal impidió la intervención y el paciente falleció. He aprendido, después de algunos errores, que hay que respetar las costumbres y las tradiciones, pero también creo que hay que educar a las poblaciones para que sus habitantes evolucionen respecto a aquellas costumbres y tradiciones que puedan no ser beneficiosas.

 

¿Cómo se mejorarían las cifras de mortalidad?

La Organización Mundial de la Salud proporciona medicamentos para enfermedades como la tuberculosis, la malaria o la lepra, con lo que van mejorando las condiciones de salud. Sin embargo, no es solo cuestión de medicamentos sino también de pobreza, de falta de alimentos, higiene y educación. Muchos de los casos de mortalidad infantil son debidos a la malnutrición. En general podemos decir lo que todos sabemos: hay que evitar la pobreza extrema, educar a la población, repartir los recursos… en definitiva, conseguir autonomía con una buena preparación.

¿Algún comentario final?

Quiero añadir que África es una “inmensa herida” pero que, sin ser demasiado optimista, tengo esperanza en el futuro de Madagascar. Los intereses de los países poderosos del mundo, los gobiernos que no trabajan para el pueblo, la corrupción a múltiples niveles de la sociedad y el conformismo de la gente hacen que todo avance demasiado lento. Pero ojalá me equivoque y todo vaya rápido. Para mí ir rápido es que para ver renacer al país hacen falta dos generaciones: la primera que sea honrada, que trabaje para quien de verdad lo necesita, que eduque a sus gente y que ponga las bases sociales adecuadas. Todo esto generará ilusión, alegría y confianza. La segunda generación es la que verá los resultados. Y hablando de esperanza: Madagascar es una isla maravillosa, con minerales en el subsuelo, con tierras fértiles, con paisajes maravillosos que invitarían al turismo, con un pueblo malgache hospitalario y orgulloso de su identidad. Lo tiene todo para salir hacia adelante. Ante las carencias del país me aferro a que no estoy para nada seguro de que nuestra civilización avanzada aporte la felicidad que tienen ellos… y es que los malgaches son, al menos, tan felices como nosotros.

Marta Valle Carbajo

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