Son solo dos conjuntos de piezas de porcelana y sin embargo su estilo, los elementos que las conforman o cómo se presentan ambas vajillas ante nosotros dicen mucho más que el retrato de sus dueños.
Bajo el retrato de familia de Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, se despliega en el comedor de su casa la vajilla familiar. Son tantas las piezas que la conforman, que a duras penas caben en la mesa y en el aparador principal de la sala. Parece como si en aquel lugar se hubiera detenido el tiempo. Como si Benigno y su familia fueran a aparecer en cualquier instante por la puerta cerrada al fondo del comedor para degustar el opíparo almuerzo que los cocineros llevan preparando desde primera hora de la mañana. Pero Benigno de la Vega murió en 1942 y su casa ya no es una casa, sino un museo. El Museo del Romanticismo de Madrid.
Y su comedor, ese espacio cotidiano y familiar por definición, se ha convertido en un recinto clausurado al que el visitante solo puede asomarse sin traspasar el umbral de la puerta. Inalcanzable a la mano, la vajilla que preside la sala se erige como una protagonista inalcanzable, mucho más inaccesible que Las Meninas o Los fusilamientos de Goya en el Museo del Prado. Las decenas de piezas de la vajilla, presentadas de esta forma, ya no parecen sólo una parte más o menos valiosa del ajuar familiar, sino toda una metáfora de una forma de entender el mundo.
Corría el año 1829. En el número 20 del parisino Boulevard des Italiens, François Antoine Monginot poseía uno de los varios talleres de porcelana que surtían desde la capital francesa a buena parte de la aristocracia europea. Sus piezas no sólo cumplían con una estética y una calidad acorde a sus destinatarios sino que pretendía ajustarse a un modo de vida en el que la alimentación jugaba un papel crucial. Los aristócratas, en franca minoría y en desventaja frente al estilo de vida de la pujante burguesía, encontraron en la alimentación una forma de mantener su identidad de clase. Frente al creciente gusto por comer en restaurantes y salones de la burguesía, la aristocracia seguía celebrando sus propios y exclusivos banquetes. Frente al concepto más sencillo y lúdico de entender la comida que iba ganando adeptos entre los burgueses, la aristocracia seguía teniendo como referencia en el siglo XIX la comida palaciega, tanto en forma como en fondo. Y de allí se tomaron no solo recetas o las cantidades absolutamente desproporcionadas de comida que se servían en cada servicio. También se tomó la nueva forma de servir los alimentos que se impuso durante el reinado de Isabel II: el llamado servicio a la rusa que, en síntesis, consistía en un menú cerrado de varios platos que los criados servían sucesivamente a cada comensal, frente al ya demodé servicio a la francesa que presentaba en varias tandas todos los platos para que fuera el comensal el que se sirviera. Esto trajo una inevitable consecuencia: la multiplicación de las piezas de las vajillas y de instrumentos relacionados con el servicio de los alimentos. La vajilla del comedor del Museo del Romanticismo es un buen testimonio de ello. Platos, soperas, salseras, compoteras, escurrideras, fruteros, jarras… Todo un universo de porcelana que refleja un modo de entender la comida y el mundo, un mundo lleno de reglas y protocolo. Un mundo en inevitable decadencia.
Cien años después de que Monginot creara su aristocrática vajilla, un maestro anónimo, en un taller de nombre desconocido y en algún lugar de Alemania ideó una bella vajilla para pescado. Sin embargo, algo no salió como estaba planeado. Un fallo en el proceso de fabricación provocó que los colores salieran movidos y que los peces que decoraban las piezas aparecieran descentrados. Sin dudarlo, Monginot habría hecho añicos esta vajilla y habría empezado de cero. Pero en la Alemania de los años 30 este tipo de vajillas tenían compradores asegurados: las jóvenes parejas judías que, al casarse, eran obligadas a adquirir estas piezas defectuosas. Se trataba de una especie de impuesto encubierto y de una forma de dar salida a mercancías que no podían venderse en el mercado.
Fue así como la joven Else adquirió esta vajilla que, poco después, comenzó una odisea paralela a la de su dueña. De Palestina a Etiopía y de allí a Ámsterdam, la vajilla de pescado viajó con la familia y milagrosamente logró sobrevivir intacta. A lo largo de este periplo familiar en los platos de esta vajilla se sirvieron “zander en Berlín, Gefille Fish en Israel, perca del Nilo en Etiopía y rodaballo en Ámsterdam”. Cuando Else murió, su nieto Eric recopiló todos aquellos documentos que daban testimonio no solo de la vida de su abuela sino de millones de judíos en todo el mundo. Cartas, fotografías, retratos y, cómo no, la vajilla de pescado. Y decidió que realizara su último viaje con destino, curiosamente, a la ciudad en la que fue adquirida, Berlín, para formar parte de la colección del Museo Judío de la capital alemana. Allí reside actualmente, inalcanzable a la mano del visitante, como la pomposa vajilla del Museo del Romanticismo.
Paradójico destino el de estas dos vajillas que fueron creadas y usadas en contextos diferentes, pero que tuvieron como destino final las salas de un museo. Contrariamente a lo que señala C
haro Crego, autora del libro Lo que no te conté de Francis Bacon donde se encuentra el relato de las peripecias de la vajilla de Else, los museos en los que se conservan ambas no han tenido un “efecto amortajante” sobre ellas. Sus piezas, colocadas para ser contempladas, cobran una nueva vida a la luz de los focos del museo. Su uso ya no es el primigenio, es decir, el ser meros contenedores de comida, sino servir como símbolo de una época, de unos sucesos históricos que cambiaron para siempre a Europa. No son piezas únicas ni obras de arte. Su fuerza, su “aura” reside precisamente en su cotidianidad, en el factor humano con el que cualquier visitante sensible puede con facilidad identificarse.
Referencias
Crego, Charo, “La vajilla de Eric”, en Lo que no te conté de Francis Bacon. Madrid, Abada, 2015: 49-56.
Sobre las peripecias de la vajilla de Eric y su familia, hay disponible un vídeo realizado por el propio nieto de la dueña primigenia disponible en https://vimeo.com/69689524
Quintanar Cabello, Vanessa, “Vajilla principal del comedor del Museo del Romanticismo”, en Pieza del Mes del Museo Nacional del Romanticismo de Madrid. Octubre de 2013. Disponible en http://www.mecd.gob.es/dms/museos/mromanticismo/colecciones/pieza-trimestre/2013/piezames-octubre-2013/piezames-octubre-2013.pdf
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