Mi dios, aquel que antaño era considerado una persona importante para los demás, ya no lo es. Crecí con mi dios admirando su trabajo día a día, como lo respetaban, como luchaba por sus sueños… Pero también tuve la desdicha de contemplar impasible como sus venas se iban envenenando por la ponzoña más cruel que abrazan los corazones débiles de voluntad. La droga convirtió a mi dios en mortal, y lo alejó de todas aquellas metas que iban a envolverlo de un halo de divinidad perpetuo entre sus semejantes. Aun recuerdo su vida llena de altibajos, de noches sin día y rodeado de parásitos chupasangre. Como gran admirador suyo, volqué mis esperanzas en aquellos profesionales que trataron de drenar la droga que corroía su sangre. Cambios de actitud, de peso, de imagen…pero yo seguía viendo a aquel ente divino que se agazapaba bajo la decrepitud. Su pasión era mi alegría, el futbol y como vibra con su selección. Disfrutó en esta última ocasión por como el equipo sufrió hasta el último momento para pasar a la siguiente fase… pero algo me decía que nuevamente mi dios seguía consumiendo la cicuta que durante tanto tiempo lo tenían atado de pies y manos. La vergüenza se cebó con él, pero yo… no podía odiarlo, era mi dios.
No puedo abandonar a mi dios, porque solo él sabe lo que he pasado para que su cuerpo estuviese limpio, para que su sangre fuese tan pulcra como la mía… porque, al fin y al cabo, es la misma. El hombre de barrio, el padre de sus hijos, el currante amante del futbol e hincha de su selección … ni Maradona, ni Mutu, ni Higuita… tú me diste la vida y ahora llega de nuevo el momento de devolvértela.
Lucharemos, papa, lucharemos para que regrese tu plenitud, tu amor por la familia, por el futbol, y por la vida.
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