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Un escenario donde predominan los verdes. Una calle vacía, muerta y oscura de no ser por las luces de un local, grandes ventanales a modo de pared. Encima, un anuncio de puros Phillies. En su interior vemos cuatro personas, tres clientes y un camarero. Cada uno está a lo suyo, como si fueran elementos aislados y no se percataran de la existencia del otro. Quizás nos sorprenda la figura del individuo que nos da la espalda, entre sombras. Los demás tienen la mirada perdida, concentrados en a saber qué. Es de noche, en un mundo vacío. Da la impresión que no hay forma de salir de allí… ¿Hay mejor forma de representar la soledad?

El arte tiene muchas cualidades. Para el que lo hace es una catarsis, una forma de expresar y desprenderse de su mundo interior al tiempo que quedan plasmadas en un lienzo, una partitura o una hoja en blanco. Para el que lo disfruta es motivo de emoción, una puerta abierta a la imaginación. En muchos casos, para identificarse con una pintura, una melodía o los versos de un poema.

Hopper tenía esa cualidad. En sus cuadros intuimos melancolía, soledad.

Antes he descrito Noctámbulos, un cuadro nocturno, pero en sus obras vemos que esas emociones, que asociamos a un paisaje de oscuridad, se pueden ver también en el día, con sol y personas solitarias mirando por la ventana. Como el realismo sucio en literatura, Hopper nos enseña una cara muy distinta del sueño americano, sin amabilidad ni paliativos a los dramas individuales.

Para hablar de Hopper hay que diferenciar dos términos: voyeur y flâneur.

El voyeur es una persona que observa, convirtiéndose en partícipe de la vida de otras personas que no saben que las miran. El flâneur observa, sí, pero no por el placer de observar, sino como alguien que, deambulando, se pierde en las calles y descubre a la gente. Hopper «tenía la costumbre de mirar desde las vías del tren elevadas a la gente en sus apartamentos, especialmente cuando noche, las lámparas estaban encendidas y podía verse el interior de las casas a través de las ventanas» (Rodríguez, 2005).

Después de esto… ¿Hopper era un voyeur o un flâneur?

En sus cuadros se diferencian los dos conceptos y, además, nos obliga a nosotros a ocupar su lugar como observador por placer o transeúnte que se topa en su camino a gente que observar, porque al tiempo que espiamos sin que los protagonistas nos descubran también nos introducimos en su mundo de gasolineras, moteles, autovías, bares, teatros… Nos envuelve en un halo de intimidad que transciende las fronteras de lo que asumimos como correcto o incorrecto.

 

En el caso de Night Windows vemos un bloque, presumiblemente alto, con unas ventanas abiertas. En el interior, una mujer de espaldas. Lleva su vida, tranquila, creyendo que nadie la mira. Nosotros, ante esa escena, nos formulamos preguntas, sobre ella, pero también sobre quién la dibuja. Aquí no hay labor de flâneur por parte del artista, pues el piso está alto y para ver su interior hay que situarse a su misma altura, adrede. No nos encontramos la imagen de la mujer por casualidad, somos observadores intencionales.

En Room in New York cambia el plano. Nos encontramos, una vez más, con un gran ventanal en el que vemos el interior, pero de una forma más casual. El artista no necesita esconderse. La sensación que tiene el espectador es la de caminar por la calle y encontrarse esa imagen como podría ser cualquier otra. Una pareja, cada cual ensimismada en sus asuntos. Ella toca el piano sentada de medio lado sobre la butaca mientras él lee el periódico en un sillón, inclinado sobre la mesa. Ninguno se hace caso. De nuevo, la indiferencia, el vacío, la soledad, la menlancolía…

Noctámbulos, La autómata, Oficina por la noche, Eleven AM… En todos vemos una corriente realista que se enfrenta a los artistas coetáneos que hacían una crítica a la realidad sin que pudiera ser tomada como una nimiedad. Hopper, por el contrario, nos muestra escenas cotidianas, sencillas, sin los rascacielos de su Manhattan natal. Escenas de personas normales, tristes, solitarias. Sin más monstruos que los individuales.

¿Cómo se puede conseguir que una escena cotidiana resulte inquietante a nuestros ojos? Con la luz.

Hopper era un maestro del dominio de la luz, ya fuera para crear paisajes anaranjados de un atardecer sobre acuarela, como sus primeros trabajos, para reflejar la luz del mediodía o para arrojar sombras sobre personajes y edificios, dotando de protagonismo a los elementos a los que debemos prestar atención. Hopper aprendió a usar la luz durante su viaje a Francia, inspirándose en el impresionismo y llevándolo hasta su minimalismo en la representación de escenarios realistas y desolados.

En el arte hay dos planos interpretativos, el del propio artista y el del espectador, y no tienen por qué coincidir. El primero crea desde su perspectiva y los segundos miramos desde la nuestra, dando y encontrando significados diferentes, símbolos que no son menos válidos por el hecho de ser ajenos a la intención inicial, sino que enriquecen la obra. El propio Hopper se sentía indeciso al explicar el por qué de sus cuadros. Quizás por eso le resultaba más fácil expresarse mediante en un lienzo que con palabras. Así se lo decía a Charles H. Sawer (director de la Addison Gallery of American Art) en una carta del 29 de octubre de 1939:

Mi deseo al pintar es siempre, utilizando la naturaleza como medio, intentar proyectar en el lienzo mi reacción más íntima hacia el tema tal como aparece cuando más me gusta […] Por qué elijo ciertos temas mejor que otros, no lo sé exactamente, a menos que sea porque creo que son el mejor medio para hacer una síntesis de mi experiencia interior.

El cine influyó también en las representaciones hopperianas. Sus escenas cobraron más teatralidad al tiempo que naturalidad. Esta influencia se confirma cuando tras ver Los niños del paraíso (1945) y Los primos (1959) decide pintar People in the sun. Al mismo tiempo, Alfred Hitchcock se inspiró en un cuadro de Hopper, House by the Railroad para representar la mansión de Psicosis (1960).

Por otro lado, la mujer juega un papel fundamental en toda la obra de Hopper, siendo protagonista indiscutible en la mayoría de sus cuadros en un contexto histórico-cultural en el que el movimiento feminista se muestra activo y cobra cada vez más fuerza.

La Historia del Arte ha usado siempre la figura de la mujer para representar aspectos morales, tanto negativos como positivos, como vemos en la Edad Media con la representación de Eva (el pecado) y la Virgen María (la pureza), o como en períodos posteriores encarnando personajes mitológicos. Se desarrollaría también la cotidianeidad expresada en el desnudo como acto privado y doméstico, en estos casos sin buscar la belleza, la proporción o la sensualidad, sino con fines psicológicos.

El matrimonio Hopper, Edward y Josephine, se dedicaba en exclusiva a la pintura. En el caso de ella, era la encargada de llevar la contabilidad de los cuadros vendidos y realizados por Hopper, además de ser la modelo para casi todos los personajes femeninos de él. En la obra hopperiana se aprecia, no solo la madurez técnica del artista, sino también la de su musa.

Siguiendo su línea, Hopper representa a estos personajes femeninos solitarios, en ocasiones dentro de espacios públicos en los que un foco centra la atención en ellas, embargando al que lo mira de la soledad que se puede sentir aun estando rodeados de gente. Cuando se representan en el ámbito privado, la soledad contrasta con su desnudez física y la libertad de prejuicios, como si tuvieran en la cabeza las dudas que la sociedad inyecta en su cabeza, como juicios que conducen a un vacío existencial. Las mujeres son representadas dentro de una sociedad en movimiento que las dota de ciertas libertades, pero en la que todavía se intuye el límite que existe entre hombres y mujeres. Hopper pretende romper esos horizontes a través de mujeres decididas en un espacio de carácter mixto. Esto se puede apreciar en Noctámbulos, donde la mujer tiene un rostro más confiado, más seguro de sí mismo, vistiendo de colores vivos, mientras el hombre a su lado tiene un gesto largo, más inclinado sobre la barra o el desconocido de espaldas, en las sombras. Los personajes masculinos en estos casos parecen apesadumbrados, oscuros, mientras la mujer refleja más luz, siendo en parte la protagonista.

 

Hopper fue, en fin, como un gran cineasta del Nueva York de la Gran Depresión. Él no contaba con cámaras, ni actores, sino con pinceles, óleos, un lienzo y su labor de voyeur y de flâneur. Nos hace entender que el sueño americano se construye con soledad, individualismo y un profundo vacío existencial, haciéndonos partícipes de su melancolía en un mundo, sin embargo, en movimiento donde la mujer cobra poco a poco protagonismo.

 

Sus temas son comunes, sino a nosotros, a un período de nuestra vida, en el que nos hemos sentido como “halcones en la noche” formando parte de un lugar en el que no hay puerta de salida.

Rodolfo Padilla Sánchez

Referenicas 

Bonnefoy, Y. (2007). Edward Hopper: la fotosíntesis del ser.

Pons, J. D. P. (2005). La pintura y su influencia en el cine. Una aproximación pedagógica a la obra de Edward Hopper. Enseñanza, 23(200S), 103-114.

Méndez, I. M. P. (2017). Miradas desde el umbral: el voyeurismo en la obra de Edward Hopper y Alfred Hitchcock. ASRI: Arte y sociedad. Revista de investigación, (13), 1.

Onofri, S. R. (2015). Edward Hopper: la cinematografía de lo pictórico. Revista Latente: Revista de Historia y Estética del Audiovisual, (13), 81-100.

Balduque Méndez, G. (2013). Representaciones de mujeres en la obra de Edward Hopper

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