Tal vez su único delito fue el de buscar una vida mejor en un lugar en el que no había nacido, también podría considerarse delito el tener la desfachatez de acudir a un país cuya población mayoritaria es blanca, el tratar de ganarse la vida como mantero en lugar de robar, o de recurrir a tretas tributarias para convertirse en un ladrón de corbata y guante blanco. El querer ser considerado una persona, como otra cualquiera, con sus deseos, anhelos, amigos y miedos.
¿Fue asesinado por la policía, fue un ataque fulminante al corazón, tal vez un infarto? Aún no lo sabemos, o lo tenemos muy claro, pero tal vez su respuesta sea muy subjetiva y haya que recurrir al quién provocó el qué (¿qué fue antes el huevo o la gallina?).
Lo que si está claro es que a Mmame Mbage lo asesinó el norte opulento, el discurso que justifica el vivir en un mundo en el cual las mercancías tienen más libertad de tránsito que las personas, la persecución al diferente (¿o tal vez al pobre?).
Cuando el viento comienza a hacer girar el molino satánico, sus aspas se encargan de ajusticiar.
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