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Derrumbes

Estoy aquí, todavía, detenida por la materia helada del tiempo y el paisaje vacío que dejaste al partir. Te vi como un gigante, sentado sobre el piano rugoso del glaciar; así tu rastro me invade, tensa la cuerda fría del aire y a punto de desmoronarse. Y luego van tus dedos a escarbar el estruendo de su entraña blanca. Todavía lo escucho romper en el silencio. Lo que fuimos, este paisaje desbaratado, el derrumbe repetido y cuatro bancos que ya nadie ocupa.

MARIA EUGENIA RAPP ILUSTRACION DERRUMBE

 Como si no supiera que lo tengo visto

Cuando uno lee en el subte se pasa del gesto moribundo de la gente que viaja como granos de muchedumbre. Voy enroscado como un feto en la cinta que vacila bajo la ciudad y me dejo tomar por esa familiaridad obligada del contacto con lo ajeno: el vello de un brazo, el muslo comprimido por una pierna arrogante, un codo en las costillas, la pelea por el piso con el zapato de al lado. Estoy cerca pero no es que yo quiera leer la sopa que se traga la lectora vecina, no es que yo quiera espiar con la miga del ojo y mojarlo en el caldo abierto de las hojas, pero ella parece tan entretenida que no puede sentir el insecto que le camina entre las ropas y el pecho ¿De dónde habrá venido ese bicho? La mujer está cerca del viento negro que nos mancha la nuca desde la ventana y es de suponer allí en lo negro, tramando un asalto en el túnel que el subte perfora nuevamente, la comunidad más sórdida y abundante de insectos y de ratas. Pero éste no proviene del túnel ni de alguna suciedad fermentada en el mecanismo del tren. Aparece de pronto, se inventa a sí mismo. Sale de la mujer, como si ella fuera sólo un envase relleno de piojos y estopa, o quizás proviene de adentro del libro.

Me pica todo, pero la mujer no se inquieta con la travesía del insecto…estira las antenas para pescar las florcitas estampadas en la blusa y después inicia un descenso por el escote que tiene marcas de almohada, rieles de perfume y astillas de un hombre barbudo. Así desaparece de mi vista, mientras la lectora se acomoda un poco y da vuelta una hoja; me apuro hasta el pie de página antes de que me corten la frase y por el pie de ella asoma de nuevo el bicho, ahora sobre el lustre del negro zapato como una joya en exhibición. Y entonces el subte se detiene en la estación Tribunales y ella salta o mas bien resbala de la butaca tratando de capturar la cartera entre las tenazas para no pasar de largo su destino, pero me deja el libro en el apuro, abierto en la hoja indicada para seguir leyendo, donde se posa el bicho, que ahora camina por mi camisa rayada como si no supiera que lo tengo visto, como si no supiera que el libro no es mío. El vagón se mueve abruptamente y yo me agarro de las solapas de cuero porque la historia me chupa, me caigo por el túnel abierto entre sus piernas blancas, allí donde se cosen las hojas y se adivina un espacio finito que sujeta la melena de la historia. Hacia abajo, con una fuerza de succión que la velocidad del subte ayuda a imaginar. El bicho se prende a mis dedos y comienza a deslizarse bajo la uña del dedo gordo; lo veo traslucirse mientras avanza sin dolor, a través de las nervaduras de calcio y la media luna que siempre tuve marcada en la base.

Cuando uno lee en el subte se deja tomar al fin por esa intimidad con el insecto hasta detener la caída en la estación terminal.

MARIA EUGENIA RAPP ILUSTRACION COMO SI NO SUPIERA QUE LO TENGO VISTO - LUCIO CANTINI

Dibujo de Lucio Cantini

María Eugenia Rapp

Incluido en Lengua de sopa

Editorial El Mono Armado

© M. E. Rapp

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