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-1.500 y no se hable más.

-Mi cliente ofrece 1.200.

-Dile que mis hijos tienen que comer.

-También los suyos.

-De acuerdo, 1.300.

-1.200.

-Ayer vino un chino y me ofreció 1.350. No acepté. No me fío de una comunidad que come de todo.

-Los cristianos también comen de todo y el mes pasado le alquilaste un local a uno de ellos.

-Es diferente, los cristianos son un mal menor en este distrito, al menos mientras no sigan sus preceptos al pie de la letra. ¿1.300 entonces?

– Mi cliente es shaiva y no ofrecerá más de 1.200. No juega con la comida de sus hijos.

– ¿No sabía que los amish negociaran con productos manufacturados?

-No he dicho «amish», sino shaiva. De la Bahía de Bengal. Es la rama del hinduismo más antigua y extendida. Ellos consideran sus negocios una forma de servir a Dios y a la humanidad. No cederá.

En ese instante suena la campanilla de la puerta en el pequeño taller. En el umbral, sin llegar a entrar del todo, aparece un hombre joven de complexión fuerte, vestido con un traje de lino francés, corbata de Brioni y gafas de sol de Zegna. Sujeta la puerta con una mano y en la otra lleva un móvil que no deja de sonar.

-Eh, tú, judía de las narices, tu furgoneta está obstaculizando la salida de mi garaje. Te dije que a la próxima avisaba a la poli.

-Mi esposo vendrá en seguida, señor Spinelli.

-Sí, ya me conozco yo vuestros «en seguidas». Llevo hora y media reunido con mi socio en el hotel de en frente y la puta furgoneta no se ha movido de ahí. Ya no me jodéis más. Voy a llamar a la poli.

-No vendrán, señor Spinelli, llegará antes mi esposo. Disculpe Jayin, ¿habíamos quedado en 1.350 entonces?

-1.200 es la última oferta de mi cliente.

-Si acepto esa cantidad mi marido me rapa la cabeza otra vez.

-Si acepto la suya mi cliente no volverá a confiarme un negocio.

-Le entiendo. Yo puedo prescindir de mi pelo, siempre lo he llevado rapado, aunque estos últimos años han sido duros para Chaim, su mala salud casi le mata. Así que dejamos que creciera. Ni nos dimos cuenta. Yo no he tenido tiempo de pensar en nada, pero quiero que mis hijos vayan a la universidad.

  • ¿A qué universidad?

-Albany. El mayor tiene un trabajo a tiempo parcial desde hace un par de años. Quiere estudiar medicina.

-Su familia es prácticamente rica, su hijo podría estudiar en la universidad que quiera, en Penn, por ejemplo.

-No tanto, pero, aunque así fuera Pensilvania no es posible, estaría lejos de nosotros. Queremos que sea médico y ejerza aquí o en Europa, donde pensamos mudarnos si todo va bien.

La campanilla de la puerta vuelve a sonar. Entra una mujer embarazada. Es muy joven, casi parece una niña. Lleva el pelo sujeto en dos largas trenzas morenas que le caen sobre los hombros.

  • La atenderé en un segundo, señorita.

  • ¿Está Samuel? – pregunta la chica en un rudimentario inglés.

  • La atenderé enseguida. Disculpe Jayin, tiene que decirme si me da los 1350 o no. Tengo trabajo.

-Hablo con mi cliente y vuelvo mañana.

-No le prometo que la mercancía vaya a estar aquí mañana, pero como usted prefiera.

-Quiero ver a Samuel, este hijo es suyo – dice la muchacha en español señalando su barriga.

-No entiendo lo que dice, señorita, ¿necesita un médico?

  • Quiero ver a Samuel.

  • ¿Samuel? ¿Samuel mi hijo?

  • Samuel –repite la muchacha.

La campanilla vuelve a sonar y entra un agente de policía.

-Señora, nos llevamos la furgoneta, acompáñeme fuera.

-Tendrá que esperar a que regrese mi esposo, yo no puedo dejar la tienda.

-Como quiera, ahí le dejo la multa.

Vuelve a salir.

  • No me iré de aquí hasta que venga el pendejo ese.

  • ¿No tiene usted nadie a quién acudir señorita?

  • No sé qué me dice, vieja.

  • No la entiendo ¿habla usted mi idioma?

La campanilla vuelve a sonar.

Susana R. Sousa

@exploralmas.bsky.social

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