Microrrelatos Juanma II

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Más de 3 años tocando el piano y no conseguía tocar ni la canción de la alegría. 2 años en la escuela de arte intentado aprender a dibujar y seguía haciendo las caras con un 6 y un 4. Toda la vida fumando y todavía tenía que pedir ayuda a algún colega para que le liase los porros. Meses intentando barajar como un crupier y lo único que conseguía es que la sota de copas tuviera ganas de vomitar. Años intentando hacer aviones de papel que volasen y todos se estampaban contra el suelo como si fueran pilotados por kamikazes japoneses.  Era un puto desastre haciendo manualidades y tenía que aguantar que todos se rieran de él, todos, que no todas, porque la que había tenido sus manos en el coño no se reía cuando le veía fracasar en sus intentos, solo esbozaba una sonrisa picaruela mientras pensaba en lo irónica que es la vida.


Había sido la noche más surrealista de toda su vida y solo por no soportar las bromas y chascarrillos de sus amigos, los planes de conquista alienígena y aquellos experimentos, sonda anal incluida, iban a irse con él a la tumba.


Él tenía muchas razones para estar jodido. Los 18 años de condena eran demasiados, las palizas que le habían propinado sus compañeros habían sido exageradamente duras, el escarnio público al que había sido sometido le parecía obsceno, la excomulgación forzosa y la retirada de todos los poderes eclesiásticos dolía todavía, pero había una cosa que le jodía por encima de todo. Esa adolescente a la que había violado y dejado embarazada había abortado y eso, eso sí que le jodía.


Sopló las velas mientras pedía el correspondiente deseo de cumpleañero.

Todo eran risas y felicidad a su alrededor, pero mientras todos lo pasaban bien, él solo podía pensar en aquel deseo, ese que llevaba deseando un par de años con todas sus fuerzas y que, ni él por cobarde, ni la vida por injusta, se le había concedido,

Él nunca había creído en esas supersticiones estúpidas, pero la casualidad hizo que al día siguiente apareciese muerto en su cama.

Por una vez la suerte le había sonreído y su deseo se había cumplido.


En su familia las tradiciones se cumplían al pie de la letra: Se pedía un deseo cuando se soplaban las velas, no se comía carne en semana santa, se partía el cochinillo con un plato, se metía la alianza en la copa de champán al brindar en Nochevieja, se decía Jesús si alguien estornudaba y por supuesto, al que le tocaba el haba en el roscón de reyes, lo pagaba.
Esta vez le había tocado a él. Ese dichoso haba le ponía en jaque. Aquella farsa en la que vivía desde hacía un tiempo y con la que había conseguido ocultar a su familia que estaba en bancarrota se tambaleaba por culpa de un haba. Su mala suerte de nuevo estaba ahí, desafiándole.
Preparó su siguiente bocado y mientras se lo acercaba a la boca, tragó una mezcla de saliva y dignidad para acto seguido, tragarse un trozo de roscón y el maldito haba.
No estaba preparado para ser sincero, tampoco para ser juzgado y muchísimo menos para ser descubierto por un pequeño haba.


Cuando se cierra una puerta siempre se abre una ventana. Eso le había dicho su madre cuando su mujer le había dejado por otro y efectivamente había ocurrido. Pero la ventana que se había abierto era la de su casa y daba a la acera donde acabó su cadáver.


Juanma Vázquez

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