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“El sexo es básico en la vida de las personas, tanto cuando se produce como cuando se reprime”

Terenci Moix

Sociedad y sexo, sexo y sociedad, dos de nuestras raíces más profundas y arraigadas. El hombre es un ser social por naturaleza, como ya nos advertía Aristóteles, pero seguramente, también sabía que el ser humano es tremendamente sexual, y que el contacto carnal constituye una de las formas de interacción más intensas que conocemos. Parece prácticamente imposible separar estos dos instintos, es como si ambos nacieran de nuestra parte más instintiva y estable. De hecho ambos forman parte de una relación bastante simbiótica, en la que la sociedad se desarrolla y continúa gracias al sexo reproductivo y el sexo forma parte de nuestra relación con los demás.

Tendemos a pensar en el sexo como algo muy primario, casi primitivo, que tenemos que moldear y controlar para alejarnos de nuestra parte animal,  pero, acaso ¿no nos pasa lo mismo con las relaciones sociales? ¿No son necesidades muy profundas de las personas? Y es por eso precisamente por lo que existen continuos choques y ajustes entre ellas. La sexualidad acaba siendo el resultado del cruce de la naturaleza con la estructura social, y responde, por lo tanto, a condiciones sociales determinadas por el contexto.

Es indiscutible, por un lado, que nuestra psicología influye de una forma determinante en nuestra sexualidad, hay quien dice que el órgano sexual más potente es el cerebro, y las causas psicológicas son las principales causantes de disfunciones y placeres; y por otro, nuestra psique está tremendamente condicionada por la sociedad. Así, las normas sociales nos señalan incluso con quien acostarnos, aun que no seamos demasiado conscientes de ello; pero el sexo gay no está bien visto en todas las sociedades, si un occidental si acuesta con una persona fuera de los cánones de belleza la presión de sus círculos más cercanos cae sobre él, el sexo entre personas con edades muy diferentes se ve como algo enfermizo, y un largo etcétera de prácticas que la sociedad castiga aun tratándose de encuentros consentidos entre personas plenamente capacitadas.

Del mismo modo, la sociedad es una invitada más en cualquier encuentro sexual, que nos vigila diciéndonos qué prácticas sexuales son las adecuadas, y cuáles debemos silenciar y ahogar dentro de nosotros. Nuestra parte social ni siquiera nos deja solos a la hora de acostarnos con otros, es una madre indiscreta que nos sigue hasta nuestra más profunda intimidad. Consecuencia de ello surgen las perversiones y parafilias, que no son más que nuestra parte sexual que la sociedad no acepta, aquello que nos llama pero que no podemos confesar, y todo aquello que los demás no pueden apoyar públicamente. Como en otros tiempos ocurriera con las personas homosexuales, aquellos que cruzan la línea de lo socialmente aceptado en la parcela sexual, son tratadas siguiendo el mismo patrón que aquellos que tienen alguna enfermedad mental, cuando no señalados y ridiculizados. Sin embargo, nos vanagloriamos de pertenecer a una sociedad muy liberal ¿seguro?

Y debido a esta presión surge el erotismo, como válvula de escape sexual socialmente aceptada. Podríamos considerarlo como una forma de escapar del tabú y del mundo secreto y oculto que supone el sexo.  Haciendo una metáfora bastante explosiva, el erotismo podría ser el pequeño cráter del volcán por el que se desahoga parte de la gran masa de lava oculta en nuestros interiores.

En consecuencia, el erotismo se crea como algo inmensamente social y condicionado por la estructura y la moral de cada grupo humano. Esto se aprecia en el hecho de que cada colectividad acaba desarrollando sus propios fetiches y representaciones sexuales, así, en occidente los pechos femeninos se han convertido en uno de los mayores exponentes del mundo erótico, sin embargo, en numerosas tribus africanas e indonesias, no tienen ninguna conexión con el mundo del sexo, ni están ocultos; si no que forman parte de la vida cotidiana. Sólo el tabú del incesto (que se manifiesta de formas matizadas) está presente en todas las culturas y poblaciones.

Centrándonos en lo más cercano, el erotismo en nuestra cultura se ha convertido en uno de los factores más importantes de nuestra relación con el sexo, ya que, tenemos cuerpos desnudos al alcance de la mano en cualquier momento, la pornografía explícita nos rodea más que nunca y ya no tenemos la recompensa de encontrar, porque no tenemos la necesidad de buscar. El erotismo y la insinuación se han convertido en los vehículos que utilizamos para seguir jugando con el misterio y la curiosidad.

Podríamos concluir que, existe una gran paradoja entre los dos instintos que nos atañen, ya que, el sexo es tomado como algo oculto, de lo que no se habla naturalmente y, sin embargo, está en todas partes, y muchas veces de forma explícita. Y para complicar aún más la ecuación, el sexo más público es prácticamente impensable en privado, es como si nuestras manifestaciones sexuales acabaran siendo un telón que cubre nuestra verdadera sexualidad. Y el erotismo como consecuencia social de todo este entramado, como construcción de nuestra sexualidad dentro de unos marcos que determinan el mínimo y el máximo en el sexo.

En palabras del propio Foucault: es posible que occidente no haya sido capaz de inventar placeres nuevos, y  sin duda, no descubrió vicios inéditos. Pero definió nuevas reglas para el juego de los poderes y los placeres, allí se dibujó el rostro fijo de las perversiones.

 

Azalí Macías

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