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Perdóname, Roberto, la tentación es grande, por supuesto, mucho más por compartir lengua, barrio, mitos, lenguaje. Aun mas porque tus aguafuertes y tus novelas fueron mis primeros asombros literarios, y provocaron lo que luego quise provocar. Podés sumarle a eso el periodismo compartido, el afán de reflejar el latido de las calles de Buenos Aires, las caras y las caretas. La tentación como te decía es grande, pero yo no quiero ser Roberto Arlt, aun admirándote rabiosamente. Tus voces, la periodística y la literaria, son tan personales, que a lo largo de los años te han salido seguidores, digamos homenajeadores hasta la imitación; y te siguen saliendo.  Recreando un estilo, repitiendo tus novedades, tradicionando una forma de escribir que es más fácil que buscar la propia voz. Ecos. Pereza. Y mirá que los hay que han logrado un nombre, y hasta quienes se lo han terminado creyendo. He leído y releído tus textos, y he deseado escribir como vos, pero no formalmente como vos, sino ser capaz de lograr en un lector eventual lo que lograbas en mí. Imágenes, pensamiento, desacuerdo, admiración, critica, reflejo. Los valores de tu literatura son muchos, pero el que la hace trascender es que sea tuya, personal, que sea tu pensamiento el que aparece dibujado en tus textos.

El trabajo más arduo del escritor no es delinear personajes verosímiles, ni encontrar una historia sorprendente, ni evitar el subjuntivo y el exceso de adjetivos; el trabajo fundamental de un escritor es finalmente ser, encontrar su propia voz. Es un trabajo involuntario que requiere la más férrea voluntad, que lleva años de días de escribir, leer, releer, corregir, defender los textos, aceptar a veces su derrota.  Con el correr de las líneas, de los cientos de líneas, quien escribe se va formando a sí mismo, al encontrar esa manera propia de ver las cosas y de decirlas, abandona el redactor y deviene en escritora, en escritor. No es un titulo, desde luego, no es una meta al final de un año académico, no es una etiqueta que vaya a colgarle alguien por haber aprobado un curso. Es un destino que del que se es parte, una manera de ser en el mundo.

Seguramente en esa voz habrá ecos, todo lo que somos lo aprendemos por imitación, y desde luego que hay influencias de todo lo que escuchamos, leemos, miramos, vivimos. De eso se nutre nuestro trabajo, del poso de lo que vivimos. Y nuestro trabajo es encontrar la manera de expresarlo. La voz de un escritor (creador, creadora) es el resultado del trabajo fundamental: buscarse a si mismo. Los que lo consigan dormirán tranquilos, en sus propias sábanas, libres.

Yo no quiero ser vos, Roberto, como tampoco quiero ser Bioy, ni García Márquez (mucho menos Vargas Llosa), ni Unamuno, ni Kundera, ni Celaya, ni Brassens, ni León Felipe (pero quien pudiera ser León Felipe), ni Hemingway, ni Pennac, ni Whitman, ni uno que se llama Ishiguro, ni Camus, ni Andahazi ni, sobre todo, Dolina. Cada palabra, cada frase, cada imagen más o menos feliz las escribo con la intención, tal vez vana, de algún día llegar a ser

                                                                                                                                             Fernando Blasco

Roberto Arlt

 (Buenos Aires, 1900 – 1942) Periodista y escritor argentino, una de las figuras más personales de la literatura americana.

Arlt es uno de los escritores más representativos del llamado Grupo de Boedo, reunión de artistas vanguardistas (Elías Castelnuovo, Álvaro Yunque, Catulo Castillo, entre otros) que tomó su nombre de una calle de los por entonces suburbios obreros, hoy barrio bohemio de Buenos Aires, donde funcionaba la sede de la Editorial Claridad. El Grupo de Boedo fue el origen de una corriente literaria popular, crítica y hasta combativa con una sociedad en formación desequilibrada como la argentina de principios del siglo XX, con Dostoievski como feliz coincidencia estética y temática, que creció contra las formas más clásicas del Grupo Florida, cuya figura más destacada es Jorge Luis Borges.

Roberto Arlt nació en una familia de inmigrantes, en el barrio de Flores: su padre era alemán y su madre italiana. Adolescente, y a causa de los frecuentes desentendimientos con el alemán, dejo el hogar y comenzó la vida. No supero los estudios primarios, pero transformoo la lectura en su afición y su placer, lo que lo llevó a frecuentar las bibliotecas populares de Buenos Aires en un descubrimiento caótico de escritores, Verne, Salgari y Stevenson, entre muchos otros. La otra parte de su formación la realizo ejerciendo oficios diversos, como mecánico, peón en una fabrica de ladrillos y vendedor en una librería. Luego de una breve estancia en Córdoba, trabajó como periodista a su regreso a la capital en la revista Popular, luego en Patria, y más tarde en Ultima Hora.

Aunque había publicado ya algunos cuentos, su primer triunfo literario fue en 1926 conseguir publicar en la revista Proa, la más importante de la época, dos capítulos de El juguete rabioso, novela de Arlt que llegaría a ser una referencia imprescindible de la literatura argentina.

Colaboró con periódicos más importantes como Critica, donde escribía para la sección de policiales, y luego El Mundo, donde aparecieron sus cuentos Pequeños Propietarios y El jorobadito. Con las Aguafuertes Porteñas, una serie de artículos irónicos sobre los hábitos de la ciudad, alcanzó la popularidad, y comenzó a publicar adelantos de sus trabajos en revistas como Claridad, Azul y El Hogar. Eco de las Aguafuertes porteñas fueron las Aguafuertes Españolas, nacidas durante su etapa de corresponsal en España y Africa.

A partir de 1929 publica sus obras mas solidas, la novela Los siete locos ese mismo año, Los lanzallamas en 1931 y El amor Brujo en 1932, constituyendo las dos primeras el núcleo de su obra narrativa. Arlt escribió también teatro, entre sus obras destaca Saverio el cruel, Escenas de un grotesco y El fabricante de fantasmas.

Roberto Arlt murió el 26 de julio de 1942, a causa de un infarto. El reconocimiento de su obra no llegaría hasta la década siguiente.

 

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