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Isla de Creta, Grecia, II milenio a.C.: nos encontramos con una sociedad, la minoica, en pleno auge. Organizados en rededor de complejos arquitectónicos laberínticos, comúnmente llamados «palacios», residían monarcas legendarios, como el famoso Minos, rey de Cnosos, que le dará nombre a esta antigua civilización y que, gracias a la tradición oral y escrita del mito, llegará a nuestros días a través de la conocida leyenda de Teseo y el laberinto del Minotauro, entre otras. Pero, ¿qué componentes convierten a esta leyenda en una prueba de cierto rigor histórico o suerte de juego de analogías? La figura cultural del toro y su arquitectura serán el foco de cómo mito y realidad, en ocasiones, están estrechamente ligados.

Minos, según la mitología griega, era hijo del olímpico Zeus y Europa («la de la cara ancha» en su sentido etimológico, lo que dará nombre al continente). La historia del rey cretense ya tiene sus antecedentes en relación con los toros: Zeus, metamorfoseado como un toro blanco, rapta a Europa, princesa fenicia de Tiro. Ambos marchan a la isla de Creta, donde tendrán tres hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón. El propio Zeus, pasó su infancia criado y amamantado en la isla de Creta por la cabra Amaltea, por lo que el dios olímpico está muy ligado a la tradición de la isla.

Según Heródoto, en una visión más realista del asunto a través del conocimiento persa, nos dice: «Los doctos de los persas siguen contando que después [del rapto de los fenicios a Ío y otras doncellas helenas] algunos griegos, de los cuales no pueden indicarnos los nombres, arribaron a Tiro de Fenicia y secuestraron a la hija del rey, Europa. Estos griegos podrían ser cretenses.» (Her. I, 2). Hay varias hipótesis que señalan a «Minos», no como un único rey legendario, sino como un título real cretense equivalente al faraón egipcio o al lugal mesopotámico.

Así pues, siguiendo la línea mitológica, Minos se hará rey de Cnosos tras la muerte de su padre adoptivo, Asterio. Tras dicho acontecimiento, se disputó el trono con sus dos hermanos, a los cuales se superpuso gracias al favor divino con el que contaba. Este favor fue demostrado al construir un altar a Posidón y pedirle que éste hiciese emerger un toro, prometiéndole que lo sacrificaría ulteriormente en su honor. De esta manera, tomará el poder de Cnosos. Asimismo, aconsejado por su divino padre, alcanzará la inmortalidad en la tradición por su forma de gobernar y por dominar los mares del Egeo (talasocracia). Heródoto, tras hablar sobre Polícrates, primero de los griegos durante su “período histórico” en concebir el proyecto de dominar el mar, asegura que sería así en caso de que se prescindiese de lo que Minos de Cnosos consiguió previamente (Her. III, 122).

No obstante, no sólo Minos es un factor importante dentro del mito, sino también su familia. Se casó con Pasífae, hija del dios Helios, con la que tuvo numerosos vástagos, entre ellos Ariadna, Glauco, Androgeo y Fedra. Tras el episodio de la emersión del toro, Minos traicionó la palabra que dio al dios de los mares, por lo que éste se cobró su venganza enloqueciendo a Pasífae, haciendo que se enamorase del toro con el que yacerá y fruto del que nacerá el monstruo Minotauro, con cabeza de toro y cuerpo humano (véase ilustración 4). Aparte, Androgeo, el primogénito y famoso atleta, que había acudido a Atenas para participar en los juegos de las fiestas Panateneas, venció en todas las modalidades. Allí se vinculó con un grupo de rebeldes posicionados en contra del rey Egeo, padre de Teseo, el cual dará nombre al mar heleno tras suicidarse arrojándose a él desde un acantilado, debido al desarrollo fatal del mito de su hijo. Egeo, temiendo que Minos apoyase a los rebeldes, decidió acabar con la vida del joven atleta, lo que enfureció al monarca cretense tras acudir a Atenas en busca de explicaciones y en la que nadie confesó el crimen. A causa de la afrenta, declaró la guerra a la ciudad-estado (pues las ciudades helenas eran sus propios “países” dentro del colectivo cultural griego). Esto se saldó con la imposición de Cnosos sobre Atenas, a la que obligó pagar con un oneroso tributo anual, durante nueve años, de siete doncellas y siete jóvenes con los que daría de alimentar al Minotauro en el famoso laberinto donde se encontraba encerrado. Dicho laberinto fue ordenado construir a Dédalo, el arquitecto y artista ateniense.

Nos preguntamos, pues, ¿qué reminiscencias de la tradición podríamos sacar con los datos científicos de que disponemos, tanto lingüísticos y cronológicos, como históricos y, sobre todo, arqueológicos y simbológicos?

Comenzaremos por la palabra «laberinto»:

Su origen está en duda; no obstante, la palabra labyrínthos griega (que luego daría paso al latín y a las lenguas romances como el castellano) apunta directamente al término labrys, la Doble Hacha cretense, uno de los símbolos por excelencia minoicos y de la que hace referencia Plutarco (II, 302a) explicando que así denominan los lidios al «hacha». Gracias a los textos micénicos de Lineal B, que, a diferencia del Lineal A (escritura empleada por la cultura minoica), descifrados con éxito por Ventris, contamos con varios supuestos que nos indicarían este origen de la palabra. Entre estos supuestos está el conjunto de daburinthoyo potnia[1], es decir, «la sacerdotisa del laberinto». En su forma arcaica, la dabrys o labrys, podría ser el edificio donde se albergaría dicho símbolo, pues este hacha tendría una función votiva y cultual más que de arma per se, lo que nos señalaría al artefacto como un objeto cargado de pleno sentido religioso.

Tampoco es patrimonio único de la cultura minoica la Doble Hacha, ya que, en Oriente Próximo, el dios hitita de las tormentas, Tesub, gira alrededor de este símbolo, aunque con una carga religiosa distinta, simbolizando más bien los cielos y el trueno, la violencia y la agresividad. Mientras que en el caso hitita esta herramienta es portada por una divinidad masculina, en la cultura minoica se relaciona con la figura femenina, lo que aúna con un significado de destrucción y creación, muerte y vida.

Entroncando con la última sentencia, es imposible no establecer una relación con el toro. Los minoicos son conocidos, no sólo por las continuas representaciones del toro en sí mismo, sino por un rito o juego ritual conocido por taurocatapsia (véase ilustración 1). El ritual, que aparece representado en un fresco del Ala Este del palacio de Cnosos, consistiría en un salto acrobático por encima del animal. En el fresco se contemplan representadas dos mujeres (pintadas en blanco) ataviadas con botas altas y torso desnudo (véase figura de «Sacerdotisa de las serpientes»); entretanto, una parece que sujeta la cornamenta del animal, mientras que la otra espera con los brazos abiertos al acróbata (al que podría identificarse como un varón representado en color rojizo), encontrándose en una posición de salto atlético apoyado sobre el lomo del animal. Luego, se trataría de un juego o representación, aunque posiblemente tuviese una especial función cultual y/o ritual, incluso hay hipótesis que señalan a un rito de maduración.

Este sentido del ritual y de la relación de la mujer con el toro podría confirmar las conexiones frecuentes de simbología que se dan en las antiguas religiones. Así pues, la mujer sería el arca de la vida, representada como una Diosa Madre en la simbología femenina, y su conexión directa con el toro, símbolo viril y potencia genésica, lo que se traduciría en una alegoría de la fecundidad (Revilla, 2012).

Empero, aparte de lo mentado de forma previa, no es el último caso de la aparición simbológica y arqueológica de vital importancia en el mundo minoico en concomitancia con el bóvido.  En este caso encontramos los conocidos como «cuernos de consagración». El cuerno per se, se entendería como la fuerza genesíaca enlazada a la figura de la Diosa Madre y su iconografía. También están estrechamente relacionados con la luna que, curiosamente, está emparentada, a su vez, con la figura de la Pasífae. Estos cuernos, por ende, cumplirían una función de protección y de llamamiento a la fecundidad, los cuales ornamentaban los sectores superiores del palacio y todo aquello que implicase una idiosincrasia sacra. Apenas se conservan estos cuernos, posiblemente debido a la confección de estos en materiales poco perdurables, principalmente arcillosos; no obstante, se han conservado abundantes representaciones como, por ejemplo, en los larnakes (véase ilustración 2).

Ahora bien, ¿en qué años debió de acontecer todo lo expuesto? Hemos establecido el marco cronológico que comprendería desde el 2000  hasta el 1000 a.C.; sin embargo,  la normalización de los textos mitológicos griegos no se dará hasta época arcaica, es decir, hasta la creación de la Ilíada de Homero en el s. VIII a.C. Los helenos popularizaron la imagen de estas historias dotándolas de una contemporaneidad de época arcaica y clásica, con anacronías tales como los usos de las panoplias hoplitas, armamento, arquitectura, etc., muy bien reflejadas en el arte en general de los períodos históricos señalados.

Es posible que la datación de la obra homérica referente a la guerra de Troya nos ubique en torno al siglo octavo, si bien es innegable que todas estas leyendas habían ido de boca en boca, de un aedo a otro de forma secular, pues la tradición oral era el principal medio de comunicación con el que estas tradiciones se mantenían vivas en el colectivo pelasgo, antes de que la escritura literaria se estableciese de forma férrea.

Según la tradición, Minos vivió tres generaciones antes de la famosa guerra de Troya. Esta legendaria ciudad, descubierta gracias a Schliemann, se le ha podido otorgar una datación absoluta: el 1200 a.C. aproximadamente (fase de ocupación del yacimiento de Troya VII-A).  En un cálculo muy hipotético, podríamos situar a Minos, según la tradición, en el s. XII-XI a.C., momento en el que Cnosos se convertiría en una potencia dentro del Mediterráneo, principalmente por la talasocracia y su posición ventajosa como núcleo comercial entre las Cícladas, Oriente Próximo y Egipto. Si nos guiamos por estos datos de carácter tradicional, incurriríamos en el error, pues la época del auge minoico habría acaecido en su etapa conocida como «Segundos Palacios» (1600 – 1450 a.C.).

En este período minoico, el palacio toma máximo esplendor. Tras el nivel de destrucción sufrido en la edificación en su etapa anterior, «Primeros Palacios» (1900 – 1600 a.C.), por lo que se cree como causa algún tipo de desastre natural (pues Creta está la franja de la placa tectónica que une la Euroasiática y la Africana), el complejo arquitectónico se amplia. A pesar de esto, el déficit pragmático a la hora de proceder con la excavación en su día por el arqueólogo Sir Arthur Evans, oportuno para la época en la que se desenterró el palacio de Cnosos (1900 – 1906), ha dificultado y dificulta la tarea a la hora de diferenciar los niveles pertenecientes a cada época, lo que complica a su vez la tarea de datación.

Antes de comenzar con la planimetría del palacio, es necesario contestar a una pregunta: ¿son realmente palacios en la concepción que tenemos nosotros del término? No todo el mundo acepta que, lo que habitualmente llamamos palacios, lo sean; de hecho, sugieren que no podemos hablar de palacios sino de centros ceremoniales sin habitantes en los que se concentrarían grupos de poder para festejar, pero sin que fuera un lugar de residencia específico. Otros expertos aseguran que sí lo son, ya que un palacio es un espacio donde reside un gobernante desde donde éste ejerce un poder sobre el territorio que controla, lo que es más plausible. Además, para dotarse de un poder es necesaria una administración que está en el mismo complejo arquitectónico, una redistribución de lo que acumula, por lo que requiere espacios de almacenamiento y lugares para festejar (banquete). La riqueza del mismo se hace circular dando de comer y beber a los que forman parte de la élite, y se hace circular lo que ha reunido, aportando raciones de alimentos a esas personas que ejercen funciones al servicio del rey. También se muestra el favor de los dioses con lugares puntuales de festejo y culto. Por ende, el palacio minoico se trataría del hogar de sus clases dirigentes, pero a la vez de un lugar sacro (lo que legitimaría el poder de los residentes), con lugares de culto, de celebración, almacenes, bibliotecas donde se guardaría todo lo correspondiente con la administración y la parte económica, en la que artesanos especializados se dedicarían a manufacturar y crear todo el arte del que el palacio poseía.

Tenemos la circunstancia de que en el Próximo Oriente las estructuras de poder se ejercen desde los palacios; los estados se organizan a partir de estas estructuras y estos realizan las mismas funciones que el análisis de la documentación que se nos permite observar en los palacios minoicos. Parece claro que a principios del II milenio, cuando el mundo cretense está en esta dinámica de desarrollo y aumento, inician un proceso inspirado en sus vecinos de oriente: el modelo palacial. No interesa si hay una igualdad arquitectónica, sino si hay una semejanza funcional, lo que parece evidente.

Así pues, el palacio de Cnosos (ver ilustración 3) es el más grande de los encontrados en Creta. Cuenta con una extensión de 13.000 m². Se trata de un plano engañoso, porque, como bien hemos subrayado, no se distinguen las distintas etapas, problemas derivados de su excavación. El patio central es el núcleo del complejo, articulando los distintos espacios del mismo. El palacio se adapta a la topografía del terreno, adecuándose a sus desniveles. Contaría con dos plantas, encontrándose en el piso superior todas las pinturas murales que posteriormente se encontrarían abajo por la caída del segundo piso. En ella es posible que estuviesen las habitaciones de residencia, de carácter privado, mientras que las inferiores serían, en su mayoría, de carácter público. A su vez, el palacio estaría cargado de simbología y estaría en estrecha relación con los santuarios naturales fuera del mismo, del que es posible que surgirían procesiones y ceremonias religiosas que acabarían y/o empezarían en el propio patio, donde también se celebraría la taurocatapsia.

Pues bien, si observamos el plano, a simple vista nos lleva a pensar en la organización planimétrica del edificio semejante a la de un laberinto, en el que su estructura “arbitraria” nos ocasionaría la confusión, por lo que posiblemente nos perderíamos en él, a pesar de que las zonas y funciones de cada habitación estuvieran bien definidas.

En síntesis, ¿podríamos afirmar la existencia de paralelismos entre mito y realidad? Hay ciertas pruebas, como hemos visto en el texto, que apuntarían a la distorsión propia de la herencia secular en la tradición oral, pero que nos hacen establecer ese juego de analogías del que hablábamos en la sinopsis. No se puede probar fehacientemente que el plano del palacio corresponda al laberinto del mito, ni que las ceremonias en las que los toros estarían presentes se vinculen de forma directa al monstruo mitológico del Minotauro; sin embargo, contaríamos con referencias, como la importancia de la Diosa Madre, del toro, del dominio marítimo y del auge minoico; también de la complejidad de los grandes palacios, en este caso el de Cnosos, y de las pruebas lingüísticas y símbolos sacros que ornamentaban el paisaje cretense.

No, no podemos enclavar de forma científica estos paralelismos, pero, desde luego, sí que queda patente el vínculo entre mito y realidad y, obviamente, la inexistencia del Minotauro.

Álex Negro

Referencias

Dickinson, O.: La Edad del Bronce Egea. Ed. Akal, Madrid, 2000.

Falcón, C.; Fernández-Galiano, E., y López Melero, R.: Diccionario de mitología clásica. Ed. Alianza, Madrid, 2013.

Heródoto: Historia, edición y traducción por Balasch, M. Ed. Cátedra, Madrid, 2011.

Humbert, J.: Mitología griega y romana. Ed. Gustavo Gili, Madrid, 1988.

Ovidio: Metamorfosis, traducción y notas por Leonetti Jungl, E. Ed. Austral, Madrid, 2011.

Revilla, F.: Diccionario de iconografía y simbología. Ed. Cátedra, Madrid, 2012.

Para referencias mitológicas: http://www.theoi.com/

Para consultar fuentes antiguas: http://www.perseus.tufts.edu/hopper/

Imágenes: https://commons.wikimedia.org/wiki/Main_Page

[1] Da-bu-rin-tho-yo po-ti-ni-ya transcrito directamente desde el silabario micénico. Tenemos que tener en cuenta que se mantiene la vieja alternancia indoeuropea que no diferencia entre los sonidos consonánticos /d/ y /l/. También hay que destacar el origen indoeuropeo del griego micénico perteneciente a la división de lenguas quentum, aunque se encuentra en la “frontera divisoria” con las lenguas satem o de origen oriental no-indoeuropeo a la cual podría pertenecer el minoico.

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