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Le manchaba los dedos de harina cada mañana al entregarle la barra de pan correspondiente. Quizá él ni si quiera se diera cuenta, pero a ella le alegraba el día cada vez que descubría esos pequeños restos en su mano o sus pantalones cuando volvían a cruzarse.

Él le había dicho que el café, en las montañas, sabía mejor. Incluso le había dado una larga explicación científica sobre los cambios químicos en la altitud y cómo en la ciudad el sabor cambiaba por efecto de la contaminación. Ella le escuchó atentamente, aun sabiendo que simplemente era efecto de la saliva mezclada antes de cada sorbo.

Aquella tarde escribió un cartel reivindicativo que rezaba ABAJO LOS HUMANOS, queriendo transmitir la poca esperanza que nuestra especie le dejaba tras los últimos acontecimientos, lo que no sabía es que acabaría siendo parte de la organización de los edificios tras la invasión extraterrestre.

De siempre le habían dicho que las malas noticias vuelan, por eso él siempre caminaba agachado levantando lo mínimo posible la cabeza.

La muerte renombra las cosas. Rodrigo pasó a ser mi ex novio, Alejandro pasó a ser aborto y yo pasé de ser Paqui a ser Francisca Monedero Pérez en la placa del tanatorio.

Sabía que el cuadrado destinado a la firma tenía una hoja de calco simbólica; a la vez que firmaba la denuncia por malos tratos estaba firmando su sentencia de muerte.

Hay gente que está muerta y no lo sabe, que su corazón siga latiendo les parece suficiente prueba de vida ¡ignorantes!

Azalí Macías

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anthropologies
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