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Vaciar de contenido las palabras es la nueva manera de mantener los espíritus quietos. Nuevos términos vacios reemplazan las palabras combativas, y la insatisfacción se queda sola. El terreno a reconquistar es el lenguaje.

Ya pasaron los tiempos en los que el periodismo corría tras los hechos para relatar y a veces explicar la realidad, bajo el pomposo nombre de verdad. Eso es el Medioevo, pasado lejano y superado, al que casi nadie quiere regresar.  Ahora el periodismo ya no corre, sencillamente porque está muerto. Su hábitat natural ha sido desnaturalizado, saqueado y vendido. En los diarios ya no hay oxigeno para que el periodismo sobreviva,  en la televisión y la radio sucede lo mismo. Los medios de comunicación se han transformado en medios de emisión de consignas generales y particulares, dictadas desde y que favorecen a los grupos empresariales a los que pertenecen. Actualmente, quien escribe en un medio más o menos importante no puede sacar los pies del tiesto y esperar continuar, debe hacerlo ciñéndose a los dicterios del directorio y sus sucesivos representantes descendentes, y esperar el ingreso a fin de mes. El mensaje es uno y todos bailan a su ritmo.

Pero en las últimas dos décadas se está dando un fenómeno más cínico aun –y sin embargo con connotaciones similares- en referencia al manejo del pensamiento colectivo, y afecta directamente al lenguaje.  Se trata de la eufemización del idioma cotidiano, según propone Erik Hazan en su libro LQR : La propagande du quotidien.

Es un hecho que de un tiempo a esta parte fuimos cambiando nuestra forma de nombrar las cosas –algunas cosas, las que convienen-, apenas reparando en eso, tal vez una sonrisa irónica ante un caso flagrante, que después terminamos adoptando. En el transcurso de veinte años palabras que tenían una presencia notable en nuestro día a día fueron desapareciendo a favor de otras maneras de decir, nunca inocentes.

Un eufemismo es un término que se utiliza para evitar otro, que se considera ofensivo o demasiado duro. Pero también tiene un efecto contrario: la palabra no dicha recrudece su significado por mor de la ocultación, y de paso la idea se vacía de contenido. Tomemos un ejemplo.

mascara lenguaje-origen- iuestadilla

Sin hacer ruido, o haciendo mucho menos que el que hacia cuando estaba presente, la palabra ‘pobre’ desapareció de nuestro lenguaje cotidiano. ¿Desapareció la pobreza? Es evidente que no, pero al desaparecer su nombre, de alguna manera se hace invisible a aquellos que no conviven con ella. Ya no hay pobres, ni orgullo de una pobreza a veces elegida, otras veces compañera necesaria de la honestidad, de acuerdo a las circunstancias. Ahora existe gente de condiciones humildes, denominación tan cínica como snob, que ni siquiera le deja la posibilidad de vivir con orgullo la vida, porque no somos pobres, sino humildes. ¿Tiene relación la humildad y la pobreza? Otra muestra del cinismo que en muchas ocasiones oculta el eufemismo son las operaciones preventivas. Es decir, la guerra, supuestamente destinada a prevenir algo, una situación indeseable e indeseada, que no es otra que la propia guerra.

De las fabricas desaparecieron los obreros, y con ellos todas las connotaciones de explotación, lucha por condiciones de vida dignas, y explotación –con lo que, de paso, desaparecen los explotadores-, y se han ocupado con técnicos especializados. Señores y señoras que pasan ocho horas cada día pegados a una cadena de montaje, repitiendo el mismo gesto sin la posibilidad de detenerse, peligro latente de parar la producción, repitiendo un trabajo que no necesita especialización ninguna, encuentran su lugar de dignidad en el lenguaje socialmente vigente como técnicos especializados. De la misma manera, la quita de derechos se llama ahora reforma; el despido masivo, reajuste de plantilla; el jefe de personal, Director de Recursos Humanos. En otra oportunidad hablaremos de la apropiación de las palabras de la izquierda por parte de la derecha, pero basta esperar a las próximas elecciones para verificarlo. Por lo pronto, la libertad comienza  a parecerse a la seguridad.

Eufemizar el lenguaje es utilizar las palabras como máscara. Palabras máscara en función de ocultar el racismo latente en la sociedad (nosotros, en fin), que imponen formas inverosímiles de mencionar un grupo étnico (gente de color, persona de etnia gitana, etc.), que presupone que la utilización de la palabra que se evita resulta ofensiva. En realidad, el efecto es la carga de sentido peyorativo al término oculto, que no se quiere mencionar por respeto. ¿Respeto hacia quién?

Si el origen de la eufemizacion del lenguaje cotidiano es difuso, para acercarnos deberíamos reflexionar sobre a quién sirve. Sin embargo, el papel de los mass media en la instalación de esa manera nunca inocente de snobismo en la gente es clara y necesaria. El idioma del neoliberalismo se instala en telediarios, periódicos, publicidad, transporte público, y a fuerza de escuchar una y otra vez las nuevas denominaciones, se van quedando en nuestro oído primero, luego en nuestro lenguaje cotidiano, y finalmente vacían de significado la idea y ocupan el lugar de la palabra original. Una técnica a medio camino entre Goebbels y la publicidad moderna, que consigue una inquietante unanimidad: la domesticación del pensamiento a través del lenguaje. El idioma neoliberal se ha transformado, en definitiva, en el arma más eficaz de mantenimiento del orden.

 

Fernando Blasco

Imágenes

dueloliterae.blogspot.com

iuestadilla.blogspot.com

 

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