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La muerte de su hijo, el Infante Don Carlos

Felipe II comenzó a reinar en el año 1561, dejando la ciudad de Toledo como capital para asentarse en la Villa de Madrid en el mismo año, la cual  se convertiría  en la nueva capital de un vasto territorio. A diferencia de su padre, Carlos I y V de Alemania, él era un rey de palacio y poco batallador (sólo participó en la batalla de San Quintín en 1557 con la victoria española); en cambio, tenía mayor simpatía por las tareas burocráticas y las cuestiones escritas. Era trabajador y profundamente católico ortodoxo (en su época tuvo que luchar contra el islam y el protestantismo), esta última cuestión lo llevó a rimar con el fanatismo, dando lugar a la toma de drásticas decisiones, como en el caso de su hijo, que no hizo más que acrecentar su leyenda negra junto con otros sucesos, como el de Antonio Pérez, secretario real o la misma inquisición y sus autos de fe.

En esta época, la cuestión de heredar el trono se podía tornar compleja debido entre otros factores al alto nivel de mortalidad existente. Si no se tenía un heredero varón preparado para el recambio, aparecerían problemas políticos, y por tanto periodo de inestabilidad. Felipe contrajo matrimonio con María Manuela de Portugal en 1543. De este matrimonio nacería el Infante Don Carlos. María Manuela murió durante el parto debido a complicaciones.

Don Carlos tenía una apariencia anormal y enfermiza, con un color de piel blanquecino y pálido, la cabeza algo desproporcionada en relación a su frágil cuerpo, algo jorobado, pecho hundido, extremidades desiguales y, por si fuera poco, tartamudo. Este aspecto se debe a una clara endogamia, muy común entre los Habsburgo. Sus padres eran primos hermanos, siendo los dos, nietos de Juana la Loca. A su abuelo, Carlos I, le producía miedo su apariencia y comportamiento, siendo este uno de tantos relatos que nos muestra que Don Carlos era anormal, tanto en físico, como en comportamiento. Todo esto no fue óbice para que en el año 1560 fuera reconocido como heredero al trono por las Cortes de Castilla.

Como futuro heredero, y aunque atendió a cómo lo hacía su padre, se le tenía que preparar como tal. Para ello se le envió a Estudiar a la universidad de Alcalá de Henares, pero allí poco se pudo hacer por su intelecto. En su estancia universitaria sólo le preocupaba asuntos de poca relevancia para su persona y mantener relaciones sexuales con cortesanas, motivo que le llevó a tener una caída con grabes consecuencias en la cabeza, que no se pudo solucionar con la trepanación. Ya en Madrid, se le dejó varias responsabilidades políticas, como ser el presidente del Consejo de Estado, pero mostraba un comportamiento totalmente ajeno al esperado por parte de todos. Tenía gran pasión por insultar e hizo uso de ello siendo muy cruel con familiares y criados, además de animales. María Estuardo era la propuesta de su padre para contraer matrimonio, pero no le mostró ninguna simpatía y la abandonó al poco tiempo. Mostró interés por gobernar en los Países Bajos, promesa que le había hecho su padre, pero atendiendo a las circunstancias políticas en las que se encontraban estos territorios, y viendo sus intereses políticos y condiciones como dirigente, sería el último lugar donde se le enviaría.  Esta decisión le afectó bastante, dando lugar a duras críticas hacia el rey. Toda esta frustración hizo aún más estragos en él, que desarrollo unas conductas sádicas y aún más violentas, sobre todo enfocadas al plano sexual, donde el golpear a muchachas jóvenes se le hacía algo placentero.

Todos estos hechos quedaban en el interior de palacio, pero Carlos llegó aún más lejos, colocándose en contra de su propio padre, formulando conjuras, no con mucho sentido, en contra de él, que rápidamente fueron sofocadas, incluso con intento de matar al Duque de Alba públicamente cuando se enteró que éste había sido designado como Capitán General en Flandes. La decisión fue rotunda por parte de su padre, estaba incapacitado para gobernar. En la noche del 18 de enero de 1568, se le detuvo por mandato del rey. Esa noche sería la última vez que vería a su hijo. Don Carlos moriría el 25 de julio del mismo año en la pequeña prisión del Alcázar de Madrid a los 23 años de edad.

Vemos en estos hechos, el carácter absolutista que representa la figura de Felipe II, ya que al ver que la monarquía se encontraba en peligro, tomo una dura decisión frente a las posibles críticas. Además, el control que quería ejercer sobre todos los asuntos de la monarquía se puede ver en el afán del rey por ocultar las más que evidentes deficiencias del infante, como se puede ver en los diferentes retratos hechos a éste. Hay muchas versiones de cómo se terminó con la vida del infante, como que fue decapitado, envenenado, estrangulado, ahorcado, etc…otras hipótesis dicen que murió a consecuencia de su comportamiento en la cárcel, debido a los excesos. Otras causas que se contemplan son las huelgas de hambre o que comía hielo en grandes cantidades para solventar los efectos de las altas fiebres que sufría (¿malaria?), pero no se tienen pruebas certeras del motivo de su muerte.

Don Carlos había sido nombrado heredero al reino por las Cortes de Castilla, y esto hizo que Felipe II tuviera que dar cuentas sobre su muerte. El 22 de enero envió varias cartas a las personas más destacadas, pero también a las personas más cercanas a él e influyentes explicándoles el porqué de la encarcelación de su hijo. En ellas está claro el motivo, y no es otro que no estaba en condiciones de gobernar, ya que su padre nunca utilizaría la palabra demente para referirse a él. Fue acusado por muchos de ser el artífice de la muerte, sobre todo acusaciones procedentes de los Países Bajos, dando lugar a rumores que recorrerían todo el mundo, acrecentando la leyenda negra de su persona, atendiendo a los diversos problemas que atravesaba en aquellos momentos, junto con la mentalidad de la época,  y por tanto, de la monarquía española.

Juan Gabriel Rodríguez Laguna

Referencias

Historia de España en la Edad Moderna, Barcelona, Ariel, 2004.

Don Carlos, el príncipe de la leyenda negra. Madrid, Marcial Pons, 2006.

Fotografía: Juan Gabriel Rodríguez Laguna

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