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 Bio

Hilda Gonzalez nació en Rawson (Chubut), Argentina, en 1964. Es Maestra en Artes Visuales; Bibliotecaria y desarrolla un trabajo intenso dedicado a las Letras. Reside en Badalona, donde se dedica a escribir y a leer, especialmente autores catalanes como: Imma Monsó, Núria Esponellà, Sílvia Alcàntara, Sílvia Soler, Rafael Nadal, Monserrat Roig, Ferrán Torrent etc.

  

Relatos

 “Somos nuestra memoria. Ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.”

– Jorge Luis Borges

Puertas desconocidas

Ahí estaba ella desafiando a la gravedad. Intentaba mantener el equilibrio y sacudía los brazos y las piernas con el afán de impulsarse y no caer. De pronto sin saber cómo ni cuándo se encontró volando suavemente y mirando hacia abajo. Era un mundo desconocido para ella. Se dio cuenta que ese no era su país. Era una tierra lejana de otro continente. Eran casas de adobe vacías la mayoría de ellas. Al verse dentro de una habitación contempló a sus ocupantes que dormían en un catre. Vestían túnicas blancas.

Ella se dio cuenta en ese momento que podía transportarse de un lugar a otro sin caminar. Levitaba y observaba el conjunto del paisaje y sus pocos habitantes. Luego, se elevó aún más cuando estuvo fuera y contempló los caminos y las irregularidades de la tierra. Todo el conjunto era de color terracota. Se olía a tierra y se percibía una paz inmensa. Intentaba ver algo más mundano pero en este viaje sólo veía barro, piedra y tierra. Y la sugerencia de la mano del hombre en aquellos muros simples.

De pronto se encontró a unos diez metros de altura mirando hacia abajo. Lo que veía era una cueva trasformada en local turístico. Hizo fuerza para poder bajar y no llevarse por delante las estanterías con postales del lugar. Intentó acomodarse lo más que pudo hasta que por fin lo consiguió. Logró bajar hasta cerca de un metro y medio del suelo. Ya con eso se conformaba. Deseaba ver lo mismo que veían esos pocos visitantes. Al poco rato se percató que no podría llevarse nada. Que regresaría con las manos vacías. En ese preciso momento ella seguía pensando en cómo mejorar su técnica de vuelo.

Ya casi se estaba acostumbrando a ese estado de poder volar sin ser vista ni oída por nadie. Era algo agradable y sentía que ya le había pasado otras veces y que hoy debía estar en ese lugar y no en otro. Hasta que algo la despertó del sueño y al recordarlo sintió una enorme sensación de placer inimaginable. Recordó la velocidad del vuelo sobre esas pequeñas casitas de barro prácticamente en ruinas pero aún habitadas. Y pensó: “Gracias a quién sea, este es el mejor regalo que he recibido”.

Sus sueños siempre eran un viaje y regresaba con la sensación de estar limpia y haber vivido algo de sus vidas ya pasadas que le recordaban el concepto de lo circular.

Cámara cambiada

En un barrio bastante importante de Buenos Aires en plena época de disturbios vivían dos personas mayores en una casa muy amplia. Habían tomado la decisión de no volver a salir a la calle hasta que todo cambiara. Como esa situación se prolongaba no tuvieron más remedio que pensar en un plan. Y así fue como conocieron a Laura. Era una estudiante de periodismo que necesitaba trabajar y la situación cada día era más complicada para poder conseguir un trabajo que al menos le alcanzara para pagar la pieza pequeña que alquilaba en el 7mo. piso de un edificio en ruinas y en un barrio peligroso.

Mirando en los paneles de la universidad donde cada mañana colocaban las hojas donde aparecían los anuncios clasificados del diario el Clarín se detuvo en un anuncio pequeño que decía: “Se busca persona con cámara filmadora”. Laura en ese momento vio la oportunidad de su vida. Tomó nota de la dirección y partió hacia el lugar. Al llamar a la puerta, la puerta se abrió y salió el matrimonio de ancianos. Habló él, le comento que quería que le filmara lo que pasaba ahí afuera y que por cada película tendría una paga del valor de 500 Pesos Argentinos.

Laura salió feliz y sintiéndose capaz de lograr esa misión. Cargó la cámara y salió a la calle. Filmó a la gente  buscando basura en los contenedores; durmiendo en las calles; pidiendo limosna; mujeres con niños llorando en brazos; manifestaciones; peleas; atracos; sirenas; choques; disparos; etc. Creyó que eso era lo que la pareja de ancianos deseaba. Estaba contenta con su trabajo sabía que si quedaban conformes la contratarían para más filmaciones.

Se presento al día siguiente y esperó a que vieran la filmación. Pero la cara de enfado de la pareja sorprendió a Laura. El hombre se paró y gritó: “Esto no es lo que pasa ahí afuera. Le doy una oportunidad más para que me traiga algo que justifique los 500 Pesos que le voy a pagar”. Laura obviamente salía dispuesta a satisfacer al matrimonio aunque como periodista no podía cerrar los ojos a esa realidad tan cruda.

¿Qué hizo?. Algo ilógico, se colgó la cámara en la espalda y se subió a los techos de los edificios más altos cosa que así no pudiera filmar a la gente de la calle ni nada que tuviera relación con la realidad. De esa filmación salieron techos de distintos estilos, antenas, cables, pájaros, sonidos de la calle como bocinas, sirenas, baldazos de agua por algún sitio,   algunas copas de árboles pero nada más. Cuando llegó y les presentó la película, la pareja estuvo feliz con Laura. El segundo encargo fue similar sólo que esta vez consistiría en filmar la muerte de ellos dos dentro de la casa y le pagarían muy bien, una cifra que triplicaba el primer pago. Laura los miró con ojos desorbitados y se fue corriendo de la casa.

Al encontrarse en la calle pensó en tirar la cámara pero no pudo. Antes pensó que esos viejos podrían ser el tema de su primer trabajo como periodista. Todas las tardes Laura se daba una vuelta por el bar que estaba frente a la casa de los viejos. Pero nunca veía señales de vida. Todo cerrado. Cartas en la entrada de la puerta. Nada que indicara vida. Las plantas secas crecían en las partes rotas de las paredes. Hasta que se le ocurre preguntarle al camarero del bar si ahí vivía alguien. Y el camarero la mira y dice: –¿Dónde? Ahí, y señala con la mano. No, no, hace tiempo que el matrimonio se marchó en busca de su hijo al norte del país y nadie sabe de ellos. Esa casa está vacía y dudo mucho que regresen.

Laura pensó algo pero después se arrepintió. ¿Y si la casa estaba vigilada? ¿y si ella entraba a vivir y alguien pedía explicaciones?. Por la noche sin más que su bolso de siempre y su cámara en el cuello algo tapada por un abrigo entró a la casa por una de las ventanas del dormitorio principal. Se le ocurrió pensar que la experiencia con los dueños no era fortuita y que como forma de pago le haría filmaciones artísticas así cuando volvieran les entregaría las cintas a cambio del alquiler de la casa. La casa se veía vieja y algo gris por dentro con mobiliario medio anticuado para su gusto. Lo que hizo fue llevar a una de las habitaciones vacías todo lo que no le gustaba. Y sólo dejó un sillón muy cómodo, una lámpara de pie y una mesita ratona.

Día tras día iba haciendo cambios que necesitaba. Como por ejemplo hacerse de luz eléctrica. Esperó al domingo en que el bar cerraba por falta de clientela y realizó la conexión ilegal a la red general que pasaba por ahí cerca. De aquí a que lo descubrieran ella ya se habría marchado. Cuando tuvo luz trajo los libros que tenía en la pensión donde estaba y ya no apareció más por allá. Los dejó en una caja esperando encontrarles un sitio adecuado. Pensó en pintar las paredes de blanco (estaban de un color gris tétrico) y poner cortinas de colores.

Al final se sentó en el sillón, se colocó una manta de lana tejida a mano sobre sus rodillas y se puso a leer una novela: Fundación, de Isaac Asimov esperando que se le ocurriera algún cambio más en la nueva estancia.

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