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En estos días, decenas de mandatarios de los más diversos países del planeta se han reunido, en Johannesburgo, para despedir al primer presidente negro de Sudáfrica, Mandela.

Los Obama, Hollande, Sarkozy, Cameron,  Blair y demás jefes occidentales, esos que han ordenado invadir y bombardear países africanos al tiempo que saquean sus recursos naturales (gas, minerales, pesca, petróleo, etc), lloran ahora hipócritamente su muerte. Esos gobernantes tan demócratas, son los que hasta hace bien poco, tenían a Mandela en sus listas de terroristas más buscados. Pero como es tristemente habitual, ‘’los que nos dominan’’ tienen una habilidad y cintura política increíble, y son capaces de apropiarse de los mitos y figuras más variados, aún los de las antípodas de sus posturas.

¿Es el caso de Mandela? Lo cierto es que no se han podido borrar décadas de lucha contra un sistema opresivo –que ellos sostienen económicamente- a favor de la igualdad racial y sobretodo, en pos de los ideales comunistas. Porque, aunque mucho les pese, Mandela era comunista. Repasar su trayectoria es obligado, si queremos aproximarnos sin preconceptos a una persona, -no sólo a una figura-, del siglo XX.

En 1942, con 24 años, ingresó al Congreso Nacional Africano (ANC) , partido nacionalista que desde 1912 defendía los derechos de la mayoría negra, dominada por los blancos. En 1944, confundó la Liga de la Juventud de la ANC.  Cuando ya era integrante del Comité Ejecutivo Nacional del partido, en 1952, impulsó la ‘’Campaña de Desafío a las Leyes Injustas’’, una movilización nacional pacífica que buscaba sumar apoyos incluso fuera de la comunidad negra. Esa actividad fue la que le obligó a continuar ejerciendo su acción política en la clandestinidad, porque a partir de entonces comenzaron sus problemas con la Justicia y las autoridades.

Fue condenado a nueve meses de trabajo forzado por violar la ‘’Ley de Supresión del Comunismo’’, pero la condena quedó suspendida con la condición de que renunciara a cualquier actividad política. En 1961, Mandela llegó a la conclusión de que la lucha pacífica por la igualdad racial que hasta entonces había mantenido no arrojaba resultados, por lo que fundó y asumió el liderazgo del brazo armado de la ACN, Umkhonto we Sizwe, que significa ‘’Lanza de la nación’’. Su opción por la lucha armada cobró fuerza después de la matanza de Sharpeville, en la provincia de Transvaal, el 21 de Marzo de 1960, en la que las fuerzas de seguridad dispararon contra una manifestación anti-apartheid y mataron a 69 personas. Después de esto, la represión contra los dirigentes de la ACN se hizo aún más dura y el partido fue ilegalizado. En 1962, luego de varias detenciones, fugas y condenas, Mandela fue definitivamente detenido y condenado en 1964 a prisión perpetua por ‘’sabotaje, terrorismo y conspiración para derrocar al gobierno con una revolución interna e invasión de fuerzas extranjeras’’. Reconoció ser responsable de sabotajes, pero negó los otros dos cargos. Así comienza una etapa vital, que no por conocida es menos dura, la del preso 46664; casi 30 años en condiciones infrahumanas, durante las cuales se van produciendo cambios lentos, casi imperceptibles en la sociedad sudafricana. Cambios debidos a la tenaz lucha de las mujeres y hombres de los guetos, quienes diariamente se enfrentan, no solo a las fuerzas represivas, sino a la pobreza, miseria y segregación.

madiba 2¿Qué hacía la comunidad internacional mientras tanto? Pues una de cal, y otra de arena. Oficialmente se declaraban a favor de de la reconciliación nacional ente las dos comunidades, y por detrás seguían teniendo jugosos contratos de explotaciones mineras y energéticas. Solo con la enorme presión interna e internacional, al régimen de Pretoria le resultó imposible seguir adelante y se avino a negociar una salida poética.

El 11 de febrero de 1990, durante la presidencia del reformista Frederik de Klerk, quien había sustituido a Pieter Botha, Mandela fue liberado. Lo recibieron miles de seguidores en el estadio de Soweto, dos días después de su celebración, celebrada, ahora sí, en todo el mundo.

Y así, quizás, es cuando nace el Mandela del premio Nobel. El del hombre que fue capaz de convencer a sus compatriotas de ‘’tirar los machetes al mar’’, de la viabilidad de la vía democrática y conciliadora, del primer presidente negro elegido por sufragio universal, no censitario. Aquí sí está el símbolo apropiado, de quien elige dejar las armas y luchar por los canales democráticos.

La presidencia de Mandela fue una constante lucha, con un país diezmado y con una gran crisis económica, donde las desigualdades de riqueza no dejan de aumentar. Y dentro de su propio partido, por las cada vez más voces que le acusaban de ser ‘’una nueva élite’’, que reproducía su poder.

Al final, Mandela se retira, son su salud ya deteriorada, pero la lucha por la apropiación de su figura y legado político no hace más que crecer.  La legitimidad de su lucha, su coraje y entrega le hacen trascender su propia realidad material, erigiéndose en símbolo de lucha y honestidad.

Beatriz Lamas Pereyra

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