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Su Histoire du Chocolat sigue siendo, veinticuatro años después de su primera publicación, un referente mundial en la materia. Con su Encyclopédie du Chocolat et de la Confiserie, creada bajo su dirección después de doce años de intenso trabajo, vino su definitiva consagración como uno de los investigadores más interesantes a la hora de descubrir las múltiples facetas de este versátil producto. El investigador y profesor franco-venezolano Nikita Harwich, estudioso incansable y polifacético, visitó hace unos meses Madrid para presentar su Encyclopédie. Con este motivo, y tras la dificultad de encontrar un hueco en su apretada agenda, entrevisté a Nikita Harwich a la antigua usanza: mediante un intercambio epistolar. Cual Sherezade, Harwich fue contestando a mis preguntas pausada y reflexivamente y mantuvo mi interés intacto durante semanas. El resultado es esta entrevista con la que Nikita Harwich me ha llevado de la mano por la apasionante historia de uno de los productos más codiciados y llenos de connotaciones. Una entrevista hecha a fuego lento y al calor del conocimiento erudito, como los mejores chocolates.

¿Qué usos culinarios y no culinarios (económicos, rituales…) tenía el cacao/chocolate en las civilizaciones que primero lo cultivaron y consumieron?

En el mundo pre-colombino –particularmente en Mesoamérica– el cacao, bajo la forma de su producto derivado el chocolate, tuvo un uso culinario limitado: exclusivamente el de una bebida, preparada a partir de la pasta, obtenida por  trituración en la superficie de un metate, de las almendras de cacao fermentadas, secadas y tostadas. A esa pasta, antes de mezclarla con agua y atole de maíz, se le podían agregar especias como vainilla o el ají picante, una sustancia emulsionante para producir espuma (polvo de pepa de zapote o flor de chupipe) y, a veces, un colorante natural rojo, a partir de la semilla del achiote.

Las virtudes alimenticias y reconstituyentes del chocolate fueron particularmente apreciadas por los viajeros y mercaderes ambulantes del mundo maya, lo cual explica el porqué el dios maya Ek Chuah, el dios de los mercaderes, era también el dios titular del chocolate. Otro elemento derivado esta vez de la pasta de cacao propiamente dicha fue ese aceite (o manteca, como se le denomina en la actualidad) contenido en la almendra cuyas propiedades terapéuticas (particularmente para la cicatrización de heridas en el cuerpo) fueron tempranamente identificadas y le confirieron un acrecentado prestigio al fruto.

Y es que, como fruto, el cacao no podía menos que llamar la atención: crece a partir del tronco y no de las ramas del cacaotero. Su almendra, al romper la corteza de la mazorca, está cubierta de un mucílago blanco, de sabor acidulado y refrescante que contrasta con el gusto amargo que tiene la almendra si se le muerde. Utilizado primero bajo su ocurrencia silvestre, el cacao pasó gradualmente a ser cultivado y a ser objeto de una asociación con el mundo mitológico de la divinidad. A ello contribuía la relativa dificultad de su cultivo y, por ende, su escasez. Objeto “natural”, por así decirlo, de una forma de veneración, el cacao y el chocolate eran consumidos en homenaje a los dioses y, muchas veces, formaban parte de ofrendas privilegiadas en ceremonias vinculadas con momentos importantes de la vida humana.

La almendra de cacao fue, además, utilizada como moneda en toda el área de influencia maya y como pago de tributo hacia los señores aztecas, una vez que estos últimos hubieron extendido su dominación sobre lo que hoy es toda la parte sur del México actual. A los españoles no dejó de llamarles poderosamente la atención esa práctica que mantuvieron vigente, al elaborar una tabla de valor para productos y servicios expresada en una cantidad equivalente de almendras.

 

entrev-choc-1El chocolate llega a España poco después de la conquista de los primeros territorios y goza de casi un inmediato prestigio. ¿Cuáles son a su parecer los factores que pudieron influir en esa prestigiosa imagen del chocolate? ¿Su escasez, lo costoso de su obtención, una transferencia de los valores que ya tenía en su lugar de origen…?

Para ser adoptada por los paladares europeos, la bebida de chocolate tuvo que ser adaptada, en particular agregándole azúcar para endulzarla. Evidentemente que la escasez de la materia prima –pues el cacao, contrariamente al tabaco o al maíz, no se podía cultivar en clima templado – hizo del chocolate un lujo, más aún si se le agregaba azúcar, producto igualmente lujoso. Y, en consecuencia, el chocolate podía gozar del prestigio que se le asocia a todo producto de lujo. Pero, muy pronto, se supo también que el chocolate tenía virtudes nutritivas, que era sabroso y adictivo, algo que planteaba ya en 1590 el padre jesuita José de Acosta. Y, como era el caso con todos los productos antes desconocidos, se le atribuyeron al chocolate virtudes terapéuticas, algunas reales como el poder cicatrizante de la manteca de cacao, otras totalmente imaginarias como la de ser un afrodisíaco. Pero en todo caso, ese factor medicinal, ahora íntimamente asociado con su consumo, contribuyó en conferirle al producto un aura de misterioso prestigio, similar al que tenía en su tierra de origen. Aunque ya no se consideraba un tributo hacia los dioses, el chocolate no dejaba de der una “bebida de los dioses”. De ahí el nombre de theobroma cacao que Linneo le dio al cacao.

Durante la Edad Moderna, ¿qué peso económico llegó a tener el cacao tanto en Europa como en los lugares de origen? ¿Quién controlaba el proceso de transformación, la distribución, la comercialización: los Estados, iniciativas privadas…?

Cabe precisar, en un primer lugar que, hasta fines del siglo XVIII, el primer mercado mundial consumidor de chocolate es Nueva España y no Europa. Ahora, dentro de Europa, España y sus posesiones europeas (Nápoles, Sicilia, parte de los Países Bajos), obviamente ocupan un lugar privilegiado. Pero, a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII y del siglo XVIII, aparecen y se desarrollan otros “centros chocolateros”: Francia, particularmente en el Suroeste (País Vasco y Languedoc); Italia, particularmente en Piamonte y en Venecia; Austria, particularmente en Viena y sus alrededores; Inglaterra, particularmente en la ciudad de Londres.

Como ocurrió con todos los productos americanos, España intentó, en un primer momento, establecer un monopolio de las exportaciones de cacao hacia Europa a través de su Casa de Contratación. Pero ya desde inicios del siglo XVII, el contrabando y la piratería se apoderaron del cacao y Ámsterdam pronto apareció como el principal mercado de redistribución del cacao para gran parte de Europa.

La transformación, distribución y comercialización del cacao variaban de país a país. En Francia, la venta de cacao y chocolate fue objeto de privilegio real, otorgado, en un primer momento, al gremio de los “limonaderos” para pasar, luego, a manos de los especieros y, finalmente, de los boticarios. En Inglaterra, el producto es libremente vendido; lo mismo en Italia o en Austria. Aunque, en todos estos casos, la venta queda sujeta al pago de unos aranceles relativamente altos.

Cabe señalar que existen, hasta entrado el siglo XVIII, dos circuitos importantes en términos de la distribución y comercialización del cacao en Europa. El primero tiene que ver con la red de conventos y monasterios, particularmente de la orden franciscana, que son los primeros en “conocer” las virtudes del chocolate y en pasarse los “secretos” de su preparación de unos a otros. No debemos olvidar que gran parte de la farmacopea entonces existente sale de los huertos monásticos. Al lado de esta primera red, existe otra, en parte clandestina pues producto del contrabando con América, que tiene que ver con la red de comerciantes judíos, confesos o marranos, que operan de ambos lados del Atlántico y participan en este lucrativo negocio que involucra también el cultivo de la caña de azúcar y el tráfico de esclavos. Ello explica la importancia que irán tomando Ámsterdam para el comercio cacaotero y el suroeste de Francia para la elaboración y difusión del chocolate.

Con el auge de la producción de cacao, sobre todo en Venezuela y en Brasil, las coronas de España y de Portugal favorecieron en el siglo XVIII el establecimiento de compañías privadas de monopolio como –respectivamente– la  Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, la Real Compañía de Barcelona, o la Compahnia Geral do Grão Pará e Maranhão. A pesar del relativo éxito que tuvieron estas empresas, nunca lograron acabar o disminuir sustancialmente el contrabando hacia Europa.

Ahora bien, si se analizan las cantidades involucradas –una estimación bastante difícil de establecer por el peso del contrabando–, el cacao no representaba gran cosa a nivel de las economías europeas en comparación con el comercio de los metales preciosos, o del azúcar. Era un producto exótico, de gran demanda y de un valor agregado sustancioso. Según los juicios de la Inquisición incoados a mercaderes marranos en Nueva España – hubo varios casos sonados– la tasa de utilidad sobre una exportación de cacao sobrepasaba el 100%. Y, al mismo tiempo, aseguró un lucrativo comercio dentro de los límites del imperio español en América. Le aseguró gran prosperidad a la Provincia de Venezuela o al puerto de Guayaquil, en el virreinato del Perú. Y ha perdurado hasta hoy la expresión “gran cacao” para designar una persona pudiente y con fortuna.

 

Paralelamente a su consumo en Europa a lo largo de la Edad Moderna y Contemporánea, ¿cómo continuó siendo el consumo en los lugares de origen (Venezuela, Brasil…)? ¿Se modificó la forma de consumo en aquellas zonas o el tipo de personas que lo consumía, se adoptaron las costumbres y rituales de Europa…?

Como dije anteriormente, hasta finales del siglo XVIII, el principal mercado consumidor de chocolate siguió siendo el de Nueva España. El aumento en la producción de cacao, unido a la predilección por la bebida de chocolate desarrollada por la sociedad criolla de origen europeo, explica que haya habido, de hecho, una relativa democratización de su consumo, inclusive en el seno de la población indígena. Ya no sólo se tomaba chocolate en las celebraciones que marcaban los grandes hitos de una vida (nacimiento, boda, velorio), sino de manera frecuente, cuando no cotidiana.

En todos los casos, se adaptó la bebida al gusto europeo, agregándole azúcar de caña. Nuevas especias, como la canela, también se le agregaron, mientras la cantidad de ají picante, característico de la bebida pre-hispana, tendió a disminuir. También se mantuvo la utilización, aupada por las propias autoridades españolas, de las almendras de cacao como moneda, sobre todo para el pago de pequeños montos: una práctica que perduraría hasta entrado el siglo XIX, particularmente en el sur de Nueva España y en Guatemala.

En el modo de preparación del chocolate, el molinillo que permitía batir el espeso líquido y levantar la espuma que aseguraba la calidad de la preparación fue probablemente un aporte europeo, exitosamente adoptado por la población novohispana en su conjunto. Elemento importante de mestizaje cultural fue también el “coco chocolatero”, elaborado a partir del endocarpio de una nuez de coco transformado en vaso para tomar chocolate, al cual se le agregaron elementos de orfebrería (asas, cáliz para servir de base), generalmente de plata.  De uso corriente en toda América, el “coco chocolatero” lo fue también en Europa, hasta ser reemplazado durante el siglo XVIII por las tazas especiales para chocolate como la mancerina o la taza “tembladora”. Finalmente, tal como seguía siendo el caso en el Nuevo Mundo, el chocolate como bebida –debido a sus propiedades, reales o supuestas– se mantuvo exclusivamente en el mundo de los adultos, sin que los niños tuvieran acceso a ella, salvo en caso de enfermedad y sólo en pequeñas dosis.

La tradición del chocolate como bebida ha perdurado en América donde, al igual que en España, su consumo bajo esa forma todavía supera el de bombones o tabletas. Pero, al igual que en resto de Europa, el chocolate ha integrado el arte culinario a nivel de postres, helados y golosinas. Pero, a diferencia de Europa, se ha incorporado también al arte culinario americano a través de salsas como el mole, elaborado en Nueva España en el siglo XVII, también producto emblemático de un mestizaje gastronómico.

entrev-choc-2De producto de élites a producto de masas a partir del siglo XIX. ¿Qué factores históricos, económicos y sociológicos cree que fueron decisivos para ese cambio en el “estatus” del chocolate?

La “democratización” del chocolate acompaña, en primer lugar, la expansión de la producción de cacao en la primera mitad del siglo XIX, particularmente en Ecuador que se convierte, hasta entrado el siglo XX, en el primer productor mundial de la “pepa de oro”. Otro elemento fundamental tiene que ver con la democratización del azúcar, gracias a la extensión del cultivo del azúcar de remolacha en Europa y en la zona templada de Estados Unidos, y con la baja del precio de las demás especias que sazonan la bebida de chocolate (canela, clavos, etc.) producto de la expansión exponencial del comercio internacional. Finalmente, los adelantos técnicos, iniciados desde el último tercio del siglo XVIII con el uso de la energía del vapor aplicada a la maquinaria utilizada, logran incrementar las cantidades de pasta de cacao producida, dándole una dimensión propiamente industrial. Pero sólo será en los primeros años del siglo XX que el chocolate –ahora esencialmente convertido en golosina– adquiere el “estatus” de producto de consumo masivo.

 

Actualmente en Europa hay dos “mecas” del chocolate: Suiza por su gran producción y Bélgica por la calidad de su chocolate. ¿Qué factores han hecho de estos dos países a priori sin relación con las zonas productoras hayan podido alzarse con ese papel? ¿Por qué España sin embargo no lo ha logrado, pese a ser pionera en su consumo en Europa y haber mantenido un estrecho contacto con las zonas productoras?

Permítame aportarle un importante y necesario correctivo a su pregunta. En la actualidad, no hay dos, sino al menos tres “mecas” del chocolate en Europa: Suiza, Bélgica y Francia. Quizás también se podría agregar Italia que tuvo un papel histórico primordial en la difusión y elaboración del chocolate desde su llegada a Europa a fines del siglo XVI.

Suiza, ciertamente, posee empresas chocolateras importantes y se ha especializado en la producción de chocolate con leche. Es, además, el país que tecnológicamente logró perfeccionar a fines del siglo XIX la elaboración del producto hasta lograr la tableta de chocolate tal como la conocemos en la actualidad. Es, finalmente, el país líder mundial en el consumo anual de chocolate per cápita (aunque dicen ellos que ello se debe a la cantidad de turistas que vienen a Suiza a comprar chocolates).

Bélgica se especializa más bien en la elaboración de bombones de chocolate, en particular de bombones rellenos con crema fresca. Ha creado un estilo propio de bombonería de chocolate y, sobre todo, fue el primer país en considerar la imagen del chocolate desde el punto de vista de un mercadeo sistemático como producto de lujo. Es eso lo que le ha conferido a la bombonería de chocolate belga su reputación y su imagen internacional.

Francia, desde comienzos de los años 1970, ha operado lo que me parece es una revolución fundamental en el arte del chocolate: con la elaboración de un estilo específico de bombonería con base en unos rellenos de ganache y de praliné; con la promoción sistemática de unos cacaos de origen (cosa que antes sólo se hacía en forma episódica); y con una “intelectualización” del consumo del chocolate que ha contribuido de manera fundamental en convertir el chocolate en lo que es actualmente : un auténtico fenómeno de sociedad.

Ahora bien ¿por qué esos tres países? En el caso de Suiza, es indudable que la utilización de la leche en polvo contribuyó de manera significativa en darle un toque de originalidad al chocolate producido ahí que se confundiría con una forma de proceso identitario y con algunos productos claves como el famoso Toblerone. Por lo demás, Suiza es una vía natural de paso entre Francia, el norte de Italia y Alemania y gozó de una tradición chocolatera desde el siglo XVII, aunque realmente sólo se vino a desarrollar en los siglos XIX y XX.

Bélgica, no lo olvidemos, fue posesión española hasta mediados del siglo XVII. Se supone que fue desde Bruselas que el alcalde de Zúrich, en 1697, se llevó a su ciudad una “tabla” de chocolate. La cercanía con Francia y con Holanda, así como la importancia en el siglo XIX del puerto de Amberes explican el porqué la industria del chocolate se desarrolla en Bélgica tempranamente en el siglo XIX. Lo demás fue esencialmente asunto de mercadeo.

Al igual que Bélgica, Francia siempre mantuvo contacto con importantes zonas productoras de cacao. Burdeos fue durante todo el siglo XIX uno de los principales puertos cacaoteros de Europa. Pero fue, probablemente, como una forma de reacción hacia sus vecinos, Suiza y Bélgica, que Francia trató –con éxito– explorar una vía chocolatera original, basada más bien en una tradición artesanal e innovadora del producto. La tradición gastronómica francesa, sobre todo en el ámbito pastelero, facilitó esta transformación.

España fue ciertamente el país pionero del consumo de chocolate en Europa, pero mantuvo (y mantiene) ese consumo esencialmente como el de una bebida. Sólo en Cataluña se ha desarrollado desde fines del siglo XVIII una tradición de bombonería. Cabe señalar también que desde las guerras de Independencia en América, la relación de España con los productos antes importados desde “las Indias” ya no tenía la importancia de antaño. La existencia de otras tradiciones dulceras, en particular las del turrón y del mazapán, tampoco animaron mucho las iniciativas de hacer del chocolate una golosina popular, aunque sí se inició, en la segunda mitad del siglo XIX, una naciente industria chocolatera en España, lo que le permitía al país mantener hasta comienzos del siglo XX el mayor consumo de chocolate por habitante en el mundo – siempre tomando en cuenta que se trataba de la bebida. Pero los avatares políticos del siglo XX, particularmente entre 1936 y mediados de los años 1950, hicieron muy difícil el desarrollo de una industria que, a fin de cuentas, no era prioritaria. Quizás haya influido también el carácter decididamente tradicional de la gastronomía española que dejaba poco lugar a la innovación. Pareciera, sin embargo, desde hace unos años, que las cosas empiezan a cambiar y que el chocolate puede ser oportunamente “redescubierto” en todas sus facetas por la península que lo llevó al resto del mundo.

 

Vanessa Quintanar Cabello

Fotografía: Cristina Jiménez Noblejas

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