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Tal vez se haya acostumbrado mal, a cobrar antes de escribir, o a tener asegurado un pago. O el halago antes del merecimiento. Lo cierto es que a Javier Marías Franco (Madrid, 1951) se le ha indigestado la entrada de Internet a su mercado, el editorial.

En su artículo Las bandas de la banda, publicado en El País de Madrid y en su propio blog hace unos días, confiesa su amargura por el descenso de ventas de Ken Follet, Dan Brown o Paulo Coelho, “y unos cuantos españoles cuyos nombres omitiré para no darles “mala prensa””. Al parecer, y de acuerdo a los informes que declara tener Marías, las últimas obras de los autores citados han vendido unos 52, 62 y un 70 por ciento menos que las anteriores en papel. Semejante debacle, indeseada por cualquier ciudadano de bien, el escritor la atribuye a dos factores: la irrupción con cierta fuerza hace dos anos del e-book en España, y el carácter jaranero y poco dado a pagar por lo que se puede bajar gratis de sus conciudadanos. Los españoles compran una media de 0,6 libros electrónicos al año, mientras que los italianos 4,4 y los franceses 4,6. Finalmente, Javier Marías se lamenta a cuenta de una eventual bajada de ventas de su próxima novela -unas quinientas páginas, no antes de septiembre, si le da el visto bueno- finalmente iguale a las de los nombrados Follet, Coelho y Brown. En su peor previsión, recibiría por un trabajo de dos años, en general, el escritor no menciona las horas empleadas, unos 20000 euros de recompensa. En la mejor, diez veces más.

el cristal turbio del senor mariasTal vez Marías haya cierta parte de la perspectiva de la realidad. España soporta su sexto año de crisis económica, social y moral, con unos 300 desahucios por día, perdida permanente de fuentes de trabajo, comas en comedores sociales, éxodo. Como marco de este cuadro, la sociedad se entera de que los que condujeron el país a las sucesivas ruinas han participado en hechos de corrupción casi sin excepción, desde sus altos o medios puestos políticos, por los que disfrutan de jubilaciones de privilegio. Es decir, los responsables, premiados. Los criminales, libres. Los estafadores, rescatados. En esta circunstancia, ¿cabe quejarse de quienes bajan un libro en pdf para leer en su e-book o en su ordenador? ¿Cabe suponer que 110.000 euros –la media entre su peor y su mejor previsión de ventas de su próxima novela- es una paga insuficiente para dos años de trabajo? ¿Piensa acaso Marías que el trabajo los escritores per se vale siete veces más que el de la mayoría de los trabajadores? Si como bien dice, la recompensa de un escritor depende de la respuesta de sus lectores, ¿Por qué se queja a priori de una eventual derrota en las librerías? ¿Y por qué le parece injusta?

El oficio de escritor, muy humilde es mi opinión, está sobrevalorado si las cosas tienen este rumbo. Y desde luego lo está desde la soberbia que genera en ciertos personajes que, por haberse hecho un nombre, creen tener derechos diferentes del resto de la humanidad. No son pocos, no crean. Incluso sin demasiado éxito, escritoras y escritores son capaces de mirar por encima del hombro de su dudoso renombre a los demás, otorgándose unas prerrogativas que ni siquiera deberían existir. Más prescindible es un escritor que un cocinero, un arquitecto o un conductor de bus, desde que menos útil a los hombres es su trabajo. Una cura de humildad para el sector no sobraría.

 Es posible que el talento y el reconocimiento, verdaderos en el caso de Marías, terminen por velar la lucidez del beneficiado, al menos eso es lo que puede deducirse del cabreo a priori de Marías. Porque  a través de la mención de las empresas de telefonía en realidad se queja de sus lectores, al fin y al cabo, que lo privan de su 10% del precio de venta, pero no menciona ni siquiera de soslayo a la editorial que lo publica, ni a los distribuidores que lo transportan, y que se quedan con el casi total del resto de su trabajo. Tampoco menciona sus otros ingresos, las conferencias, los artículos, las entrevistas y demás recursos que, si de ellos dispone, es debido a sus lectores, al número total de ellos, sin distinguir si han pasado o no por caja.

No cuestionan estas líneas el derecho de los creadores a vivir de su trabajo, no lee su esencia quien eso entiende. Y no me extenderé en estos detalles. Se trata antes de poner en su sitio las reivindicaciones.

En tiempos de derrumbe, los escritores, los intelectuales en general, están llamados a ser testimonio y luz, pensamiento que nos aclare a los mortales el panorama y nos despeje dudas y confusiones. De otra manera, no sirve. Los grandes, que tienen la capacidad de mirar por encima de lo cotidiano y vislumbrar de qué va la cosa. No los mezquinos, incapaces de levantar la mirada de su propio bolsillo.

 

Fernando Blasco

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