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El arte moderno puede encontrar dificultades para crear una experiencia a una vez placentera, comprensible y que ofrezca sentido. En ocasiones, resulta más bien escandalizadora, y es que, en la creación artística actual, lo feo y lo perturbador se alternan y funden con la belleza y la reafirmación ética. Es entonces cuando un pequeño ejercicio de contextualización y análisis social puede ayudarnos a comprender, por ejemplo, una pieza artística nacida del culo.

Shangay, autodefinida como “la marca gay más importante de España, líderes en información, ocio, moda y estilo de vida para para el colectivo gay y lésbico”, anunció[1] el pasado 3 de octubre que, tras su itinerancia por varias capitales europeas, La Juan Gallery de Madrid acogería al colectivo de danza y performance Young Boy Dancing Group, cuya seña de identidad es el cuestionamiento del género y la sexualidad normativas haciendo uso de la danza contemporánea, la cultura pop y las tecnologías digitales. Entre los números que ofrecen, ‘Power Point Presentation[2]’ parece ser el más controvertido, afamado y discutido. Sus sorprendentes imágenes me llevaron a buscar alguna otra información, hasta Thump, el canal sobre cultura y música electrónica de Vice, la compañía multimedia para jóvenes canadiense, convertida en red internacional de creación y difusión de contenidos de interés, en múltiples formatos y soportes. Encontré una reseña[3] de marzo del presente 2017, sobre un espectáculo de la compañía en octubre de 2016, acompañada de una entrevista a unx de lxs cofundadorxs de Young Boy Dancing Group, el suizo Manuel Scheiwiller. En dicha reseña se presenta a la compañía en base a términos tales como ‘tecno-futurismo’ o ‘queerness’ -¿entendido como ‘rareza’, como ‘mariconismo’ o como ambxs?-, y se describe su actuación como el tránsito desde un ‘refinado juego de Twister’ hacia un ‘caos total en el que lxs componentes del grupo se agitan salvajemente’ desde las esquinas de la sala. Dicho tránsito se desata a partir de la inserción en los anos de lxs danzantes de láseres de color verde.

Me llamaron la atención dos cuestiones. Primera, la previsión/constatación de las emociones que pueden aflorar durante la contemplación de este show subversivo “deliberadamente exagerado”, que la comisaria Mette Woller resume en “te hace llorar o te ofende”. Desplegamos así un interesante abanico de reacciones posibles. En un extremo, tenemos el reconocimiento sentido y hondo del valor de una propuesta que, sensorialmente, revienta nuestros corsés y tabúes, libera nuestro imaginario, y nos traslada a otro lugar donde sorprendentemente somos capaces de conceder belleza y sentido al cruce entre obscenidad y fantasía. En el otro extremo, tenemos la desaprobación, la indignación y el asco que se apoderan de nosotrxs cuando unos cuerpos indisciplinados defecan luces que nos apuntan a la cara, como si encarnasen un arma con objetivo láser e intuyésemos la amenaza de un disparo que hiciese tambalear nuestras certezas sobre lo que estimamos deseable, estética e identitariamente. Segunda cuestión, la contundente y apasionada conclusión de la reseña, que se alinea con la primera respuesta emocional que hemos esbozado, y que aproximadamente podríamos traducir como “créeme, no has vivido hasta que hayas visto la luz láser fluorescente reflejada en un millón de direcciones por una bola de espejos, y cuya fuente es el culo de algún tío”, como si se tratase de una experiencia trascendental y literalmente iluminadora.

Esta inaudita forma de utilizar el ano, con una intención creativa y artística -que no deja de ser una experiencia ligada al goce sensitivo, lo que a su vez enlaza con el deseo erótico-, que despierta el ya mencionado contraste de reacciones -recordemos: por un lado, la repulsión, el rechazo y la vergüenza; por otro, la admiración del potencial revolucionario que alberga el culo-, y que tiene lugar en un contexto tecnológico, artificioso y prostético -hablamos de ‘prótesis’ porque la luz es una prolongación del ano, que va más allá de sus limitaciones corporales, que es capaz de rebasar los posicionamientos, significados y creencias cotidianas en torno al placer-, enlaza directamente con las propuestas promovidas desde la filosofía por Paul/Beatriz Preciado en su ‘Manifiesto contra-sexual[4]’, de las cuales otro buen ejemplo podría ser la performance ‘El ano solar’ delx artista Ron Athey. En su espectáculo, proyectó cómo se había tatuado un sol negro alrededor del orificio anal, para después performar a “[…] la esposa cuyo ano virginal, calentado por un sol negro, está dispuesto para una noche de bodas solitaria. A cuatro patas, la reina entrega su ano a su pueblo […] Su ano es bendición y don (Preciado, 2002, p.45)”. Al igual que hacen lxs Young Boy Dancing Group con fulgores iridiscentes, el culo de Ron Athey ofrece un interminable collar de perlas blancas y brillantes, es decir, que genera belleza, es capaz de ‘dar’ algo dotado de cualidades positivas que no imaginamos asociadas a lo que nace de un ano. Su culo también recibe, mediante un ejercicio de auto-penetración en el que los dildos empleados aparecen como secundarios, flácidos, desprovistos de potencia sexual y viril -al igual que los genitales delx performer, deformados por inyecciones salinas-, porque el ano es el protagonista de la escena, y nunca es poseído ni ‘pasivo’ (Preciado, 2002, pp.44-45).

¿Qué sucede con el culo y qué reflexiones suscita su presencia ‘activa’ en estas artes reivindicativas? Siguiendo a Beatriz/Paul Preciado, el ano, considerado sucio y abyecto, es una zona del cuerpo tradicionalmente excluida de la sexualidad heterocentrada (Preciado, 2002, p.30), apartada del campo de lo social -que premia y naturaliza el encuentro entre vagina y pene, donde el culo no tiene lugar-, porque “el sexo es una tecnología de dominación heterosocial que reduce el cuerpo a zonas erógenas en función de una distribución asimétrica del poder entre los géneros (femenino/masculino), haciendo coincidir ciertos afectos con determinados órganos, ciertas sensaciones con determinadas reacciones anatómicas (Preciado, 2002, p.22)”. Más concretamente, “[…] identifica los órganos reproductivos como órganos sexuales, en detrimento de una sexualización de la totalidad del cuerpo (Preciado, 2002, p.20)”. Si la cuestión de fondo es que durante la interacción entre géneros, que ocurre en las zonas corporales que se consideramos sexuales por excelencia, se mantiene una jerarquía de poder, ¿cómo podría atentar contra ello una resexualización generalizada de nuestros cuerpos, y especialmente anal? Precisamente, diluyendo las diferencias anatómicas que amparan nuestros diferentes estatus sexosociales: todxs nosotrxs -sea cual sea nuestro sexo, nuestra identidad de género, nuestro deseo o nuestro rol en el intercambio erótico- tenemos un ano, que no interviene en la reproducción, que es sumamente erógeno aunque no goce de un reconocimiento social como punto orgásmico legítimo, y que posee una apariencia eminentemente pasiva, con el desprecio cultural que ello conlleva.  Así pues, reapropiarnos del culo como eje del placer sexual podría dinamitar nuestras identidades de género y sexuales, y con ello el sistema sexo/género vigente. Por esta razón, “los trabajadores del ano son los nuevos proletarios de una posible revolución contra-sexual (Preciado, 2002, p.27)”.

Más luz sobre el tema arroja la ‘Teoría de los cuerpos agujereados[5]’, obra de la catedrática en estudios de género Marta Segarra. Esta autora nos señala cómo el ano es uno de los orificios corporales con mayor connotación erótica a la vez que escatológica -de lo que se deriva su desprecio-, y subraya cómo pese a tratarse de un agujero compartido por hembras/machos/intersex, tiende a asociarse con la homosexualidad masculina, por nuestra herencia cultural del concepto de ‘sodomía’ -que en realidad ha tenido un significado más amplio que la penetración anal, la cual ni siquiera está limitada a los hombres que mantienen sexo con hombres- (Segarra, 2014, p.87). Numerosos ejemplos, tanto históricos -la pena de hoguera impuesta por los Reyes Católicos- como actuales -los exámenes anales a los que son forzados los HSH egipcios[6]-, dan cuenta de que la sexualidad anal ha sido entendida como “un acto políticamente subversivo, un agujero en la compacidad de la comunidad social (Segarra, 2014, p.88)”. Por ende, existe la expectativa -y la presión- social de que los ‘verdaderos hombres’ experimenten asco y negación como reacciones naturales ante los haceres erótico-anales, por su carácter abyecto. Resulta interesante destacar cómo el origen del vocablo ‘abyecto’ -sinónimo de repugnante, despreciable, vil-, siguiendo a la filósofa feminista francesa Julia Kristeva, alude a las sustancias segregadas en nuestro interior corporal -que provocan fascinación y misterio- y que expulsamos mediante nuestros orificios -lo cual amenaza el hermetismo de nuestros cuerpos, sus límites- (Segarra, 2014, p.89), y que podemos emplear aquí como inmejorable metáfora social.

El culo funciona entonces en nuestra cultura como símbolo limítrofe, como significante fronterizo entre la náusea VS el placer, lo normativo VS la desviación, la posesión VS la democratización de los privilegios sexuales, el mantenimiento VS la deconstrucción de las identidades de género, porque concebimos el cuerpo femenino como “agujereado y penetrable”, por oposición al cuerpo masculino “entero e impermeable”, pero la analidad “difumina la distinción entre ellos” (Segarra, 2014, p.91). Un uso compartido de la actividad anal torcería las distinciones activo-pasivo dentro de la cultura gay, que no dejan de ser un esfuerzo por hacer encajar a estos ‘semihombres’ en una matriz de entendimiento heterosexual (Segarra, 2014, p.93), en la que es obligatorio penetrar y en la que se precisa un sustituto vaginal. También perturbaría las nociones hegemónicas sobre el lesbianismo, aferradas a que dos mujeres no necesitan/desean hacer uso de un orificio secundario/no-sexual/no-reproductivo como el culo. Y por supuesto, estremecería a la sexualidad coitocéntrica normativa en la que hombreàmujer parece la única dirección pensable en la penetración para preservar la zona de confort, el reconocimiento social y los privilegios que supone ser  consideradx heterosexual. Al entrar en juego el poder, el orden social y nuestra capacidad para clasificar a lxs demás en base al uso de su cuerpo, se trata de cuestiones con suficiente importancia como para reclamar atención, agitar conciencias y movilizar a la ciudadanía, bien para arrojar fruta podrida -abyecta- a los condenados por sodomía en el Londres del siglo XIX (Segarra, 2014, p.89), bien para la desestabilización caótica e ilimitada de los cuerpos de lxs Young Boy Dancing Group cuando ‘alumbran’ analmente múltiples nuevas direcciones a las que dirigirnos.

Por último, quienes tienen mucho que aportar al respecto son el sociólogo Javier Sáez y el activista Sejo Carrascosa, que en su interesantísimo estudio ‘Por el culo. Políticas anales[7]’ dan un paso más allá a la hora de analizar el papel del ano en la construcción o destrucción de las identidades sexogenéricas. En la conclusión de su ensayo, subrayan el importante papel que cumple el culo en la comprensión contemporánea de la sexualidad, por estar sometido a fuertes afectos y convicciones en torno a las ideas de hombre y mujer, marica/bollo y hetero, valoradx o abyectx. En este sentido, defienden que la penetrabilidad anal es tanto o más definitoria que tener unos u otros genitales a la hora de establecer categorías sociales de género, y también más significativa que el coito pene-vagina como indicadora de orientaciones afectivosexuales: ser hombre-hetero es mantener el culo cerrado, y un culo abierto solo puede pertenecer a quien es/cumple-el-rol-de mujer (Sáez y Carrascosa, 2011, p.172). Una mujer no penetrable no es mujer y sufrirá las correspondientes sanciones sociales, y un hombre penetrador, hasta cierto punto, sigue disfrutando del reconocimiento público de su hombría independientemente de a quién penetra. Por ello los autores resaltan que a la hora de esculpir subjetividades e inscribir identidades masculinas o femeninas, el punto de vista genital -defendido médica, social y mediáticamente- se solapa con este esquema anal -que se conoce aunque no se exprese, por resultar tabú, insultante y vergonzoso- (Sáez y Carrascosa, 2011, p.173).

Ahora bien, ambos autores sostienen que existen sectores que se han reapropiado y han resignificado los culos para revestirlos de creatividad, orgullo y fuerza: ciertas subculturas sexuales y el mercado pornográfico, las comunidades queer, y determinadas secciones del feminismo y la filosofía (Sáez y Carrascosa, 2011, p.172). Y yo añadiría que, por supuesto, lxs artistas, quienes, como sostenía el filósofo estadounidense John Dewey -siguiendo la interpretación que de él hace la estadounidense Cynthia Freeland en ‘Pero, ¿esto es arte?[8]’-, hacen posible que la gente perciba y lidie de maneras alternativas con la realidad, de lo que se deriva que las artes enriquecen nuestra percepción del mundo, comunican emociones e ideas, resultan fuentes de conocimiento (Freeland, 2001, p.176), y nos plantean desafíos cognitivos y personales. Es más: uno de los sucesores intelectuales de John Dewey, el también filósofo estadounidense Nelson Goodman, defendió “el arte como algo que los seres humanos utilizamos para participar de nuestro entorno: al transformar nuestras percepciones, el arte nos confiere energía (Freeland, 2001, p.178)”. Es así que Cynthia Freeland, en las últimas páginas de su mencionada obra, nos regala una maravillosa reflexión que, finalizando este texto, nos devuelve a lxs Young Boy Dancing Group, al abanico de emociones que desplegaba su performance lumínico-anal ‘Power Point Presentation’, y a lo que de ella podemos extraer. Y es que lxs artistas “seguirán sin duda encontrando medios siempre nuevos de conmocionar y expandir nuestra conciencia, utilizando la sangre y otras secreciones para alertarnos de las complejidades de nuestra vida espiritual y política (Freeland, 2001, p.216)”.

Salmacis Ávila

Referencias

  1. Véase http://shangay.com/musica-y-sexualidad-en-este-espectaculo-que-llega-a-madrid
  2. Para una muestra, véase https://www.youtube.com/watch?v=IuYhQsaUslI
  3. Véase https://thump.vice.com/en_us/article/pg8x3k/young-boy-dancing-group-lasers-butt-queer-art
  4. Preciado, Beatriz (2002): Manifiesto contra-sexual, Opera Prima, Madrid.
  5. Segarra, Marta (2014): Teoría de los cuerpos agujereados, Melusina, pp.87-107.
  6. Véase http://www.dosmanzanas.com/2017/10/egipto-intensifica-la-persecucion-lgtbfobica-de-estado-57-personas-detenidas-por-su-orientacion-sexual-o-identidad-de-genero.html
  7. Sáez, Javier y Carrascosa, Sejo (2011): Por el culo. Políticas anales, Egales, Madrid, 2014.
  8. Freeland, Cynthia (2001): Pero, ¿esto es arte?, Cátedra, Madrid, 2010.

Imágenes

  1. https://pbs.twimg.com/media/C53YAKAWAAEtf_F.jpg
  2. http://www.contemporarycruising.com/wp-content/uploads/2016/01/IMG_2047-1024×694.jpg
  3. http://imageslogotv-a.akamaihd.net//uri/mgid:ao:image:logotv.com:226715?quality=0.8&format=jpg&width=1440&height=810&.jpg
  4. http://www.basisforliveart.com/images/projectartistimages/176/f3/TML20160326_08504.jpg
  5. https://www.contemporarycruising.com/wp-content/uploads/2016/01/IMG_2031-1024×714.jpg
  6. https://artlandapp.com/wp-content/uploads/2017/06/Young-Boy-Dancing-Group-at-The-Curves-in-the-World-Photo-by-David-Stjernholm.jpg

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