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Los años 90’ acababan de arrancar y el panorama televisivo para los más pequeños estaba lleno de competitividad. Algunas de las series infantiles más emblemáticas daban sus primeros pasos y otras lo harían a lo largo de la década. Si bien las series animadas eran muy populares en la época, el legado de Jim Henson seguía dando de qué hablar, pues Barrio Sésamo o Los Muppets seguían emitiéndose en televisiones de todo el mundo. Por si esto fuera poco, la productora del fallecido Henson, en colaboración con Michael Jacobs Productions y Touchstone estrenaba una nueva serie que se convertiría en un icono de la buena televisión infantil: Dinosaurios.

La serie partía de una divertida premisa: retratar el modo de vida de la familia de clase media americana utilizado marionetas prehistóricas para ello. Los personajes principales eran Earl Sinclair, cabeza de familia y empleado en una empresa dedicada a la deforestación cuya rutina se basaba en ir a trabajar, regresar y ver la televisión; su esposa Fran, ama de casa, dedicada al cuidado de su marido y sus hijos a tiempo completo; Robbie, el hijo adolescente que lidia con esa etapa en la que ya no es un niño pero tampoco es todavía un adulto; Charlene, la hija que se encuentra atravesando la pubertad y tiene prisa por crecer; y el Peque, el bebé consentido que hace las delicias del público infantil con sus travesuras.

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Con divertidas caracterizaciones, un sano sentido del humor y algo más de 20 minutos de duración para cada episodio, Dinosaurios constituía una comedia apta para todas las edades cuyo encanto residía en la habilidad con la que parodiaba la sociedad occidental de la época, llamada en la serie Pangea en honor al único continente del planeta. Desde los primeros episodios podemos encontrar conflictos maritales porque Earl considera que le corresponde a él ser el sustentador principal de la familia, encontrándose con serios problemas al enfrentarse a las tareas del hogar cuando su esposa decide aceptar un empleo.

Los roles atribuidos tradicionalmente a los distintos sexos es un tema tratado varias veces a lo largo de los distintos capítulos, por ejemplo con la aparición de Mónica, una dinosauria divorciada objeto de comentarios despectivos en un vecindario donde prima el modelo familiar de matrimonio con hijos. En esta línea es también interesante observar cómo se establece un símil entre la cola de los dinosaurios hembra y los pechos de las mujeres, siendo un atributo muy atractivo para los dinosaurios macho que Charlene, en su ansia de convertirse en una mujer, llega a simular con una cola postiza, en una clara alusión a los sostenes con relleno. En esta línea, se aborda también la sexualidad, entendiendo el coito como una danza de cortejo por parte del macho hacia la hembra –la homosexualidad sería abordada más adelante de un modo sutil, ya que mostrar abiertamente actitudes homosexuales era todavía impensable en un producto dirigido a la infancia – que es importante practicar utilizando calzado profiláctico. Para advertir a los adolescentes de los riesgos de llevar a cabo dicha danza sin precauciones, se proyectan películas didácticas en los institutos.

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A propósito de contenidos audiovisuales, la programación televisiva que los protagonistas siguen cuando encienden la “cajatonta” es una sátira de los canales reales de Norteamérica, con la DTV en lugar de la MTV y sus videoclips a imitación de la moda del momento; el retrato de la CNN a través de la DNN como un telediario en el que su principal locutor, Howard Marioneta, tan sólo lee la información que le llega, redactada sin ningún tipo de rigor periodístico; spots publicitarios de dudosa recomendación para todas las edades en las franjas horarias de mayor audiencia; series y películas de acción al más puro estilo de los grandes éxitos de los 90’ como “Triceracop”, un implacable policía cuya única ley es su revólver; programas didácticos enfocados a niños que necesitan explosiones para ser divertidos –el ya mítico “vamos a necesitar otro Timmy” – y un sinfín de guiños ingeniosamente llevados a cabo.

Dinosaurios trata también la discriminación por diversos motivos. La primera que encontramos es la segregación entre bípedos y cuadrúpedos. Los bípedos vendrían a ser el grupo considerado por sí mismo superior por ser capaz de caminar sobre dos patas en lugar de hacerlo sobre cuatro, motivo por el cual tachan de inferiores a los cuadrúpedos y asisten a instituciones diferenciadas. Con la aparición de Mónica, la dinosauria divorciada de la que hablaba anteriormente, veríamos que ella es cuadrúpeda, por lo que sus vecinos encuentran otra razón para distanciarse de ella. Fran la esposa de Earl, ve en Mónica a una buena amiga y gracias a su trato, poco a poco el resto de bípedos cercanos a la familia Sinclair acaban concienciándose de que todos son iguales en realidad. Roy, el mejor amigo de Earl, llega incluso a enamorarse de ella más allá de los prejuicios sociales, aunque nunca asistiríamos a una completa integración de los cuadrúpedos en la sociedad de Pangea,  tal y como sucedía –y sigue sucediendo –en Estados Unidos con las personas de raza diferente a la blanca caucásica.

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Encontramos otra muestra de discriminación cuando la familia Sinclair tiene contacto con humanos y otros pequeños mamíferos. En la sociedad recreada en la serie, estas formas de vida son consideradas inferiores y bien son adiestradas como mascotas o bien pasan a formar parte de la dieta de los carnívoros, el grupo predominante. Cuando Robbie, el hijo mayor de la familia Sinclair, trata de dar otro valor a la existencia de los mamíferos, es repudiado por sus iguales y duramente reprendido por su núcleo familiar, aunque ellos acaban aceptando las ideas de su hijo y abriendo los ojos a que otras formas de pensar son posibles.

Robbie juega un papel vital en la serie por su cuestionamiento del orden establecido, cualidad atribuida a su juventud y ante la que su entorno responde tratando de hacerle ver que en algún momento madurará y su idealismo habrá sido tan sólo una fase de rebeldía sin causa; gracias a este personaje, conoceremos la realidad de los ancianos en Pangea, pues el sistema imperante considera que a cierta edad, éstos deben ser arrojados a un pozo de brea porque han dejado de ser útiles a la sociedad. Esto se vive como un evento especial en el que los yernos de los dinosaurios más longevos son los encargados de lanzarlos, pero Robbie plantea la posibilidad de cambiar esta tradición. También de su mano conoceremos la realidad de grupos marginales como son los herbívoros, de quienes los carnívoros se burlan constantemente por considerarles más débiles y afeminados. “Son unos herbicas”, dice en un momento dado el  Peque, quien desde su más tierna infancia está repitiendo lo que oye decir a sus padres. Los herbívoros son una minoría en la sociedad de Pangea, y pertenecer a su comunidad se considera motivo de vergüenza, por lo que muchos se esconden y fingen ser carnívoros. En el momento en el que un dinosaurio decide declararse abiertamente herbívoro, pierde el estatus del que hubiese gozado hasta entonces, por lo que para Earl y Fran supone un gran disgusto enfrentarse a la posibilidad de que su hijo decida ser herbívoro. Los guionistas reflejaron de esta forma tan original la homosexualidad, camuflándola ante los ojos de la censura pero ofreciendo una visión reconocible por los espectadores adultos.

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La censura en televisión fue, a propósito, otro tema tratado en las últimas temporadas de forma brillante y realmente cómica: madres y padres se unen para obligar a las distintas cadenas de televisión a dejar de utilizar palabras malsonantes en sus programas y terminan haciendo que todos los contenidos sean completamente modificados. Las series y películas de acción siguen siendo emitidas, pero toda violencia ha sido sustituida por el planteamiento de dilemas éticos, propiciando un descenso de audiencia ya que el público, mayoritariamente adulto y masculino, es incapaz de encontrar entretenimiento en esto –e incluso le cuesta comprenderlo –. Ante esta situación, los malhumorados espectadores se rebelan para recuperar la televisión tal y como les gustaba verla y aprenden a entretener a sus hijos y a diferenciar los programas recomendables para ellos de los que no lo son, dejando así de basar el ocio infantil y el tiempo dedicado a la educación en valores de los más niños en lo que la pequeña pantalla les ofrezca.

Pasar tiempo con los pequeños de la casa, escucharles, comprenderles, disfrutar de su compañía y acompañarles en los momentos difíciles son algunos de los valores que la serie trata de transmitir al público adulto con niños a su cargo. En sendos episodios encontramos dificultades comunicativas entre Earl y sus hijos, cosa especialmente notoria en el caso del bebé, considerado una responsabilidad única y exclusiva de Fran. Ignorar a los niños propicia que exploren más allá de lo saludable para ellos, como vemos habitualmente en el Peque, quien en más de una ocasión lleva a cabo acciones peligrosas como clavarse un tenedor o electrocutarse. También conlleva una falta de confianza en los progenitores por parte de jóvenes en edades difíciles. Tal es el caso de Robbie, que en su afán por experimentar sin tener en cuenta la opinión de sus padres, quienes para él sólo tienen intención de impedirle ser feliz, prueba las drogas –aquí presentadas como unas hojas cuyo consumo genera una sensación de felicidad que puede derivar en pérdida de capacidades mentales –o entra en el mundo de las pandillas callejeras –y llega a sufrir una violencia que amenaza a su propia familia –. Charlene llega a robarle la tarjeta de crédito a Earl para comprar ropa cara en un intento de mejorar su estatus ante las chicas de su edad, cosa que podría haberse evitado con una sana educación en casa para mejorar su autoestima. En cualquier caso, estas situaciones tienen siempre final feliz en la serie que ponen de manifiesto que todos podemos equivocarnos y arreglar las cosas con el apoyo adecuado.

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La importancia de quererse a uno mismo es tratada con frecuencia en Dinosaurios. Por ejemplo, cuando Earl trata de aleccionar a Robbie en lo mucho que éste vale y se ve siguiendo sus propias palabras para intentar plantarle cara a su jefe, B.P. Richfield, quien da un trato denigrante a todos sus empleados;  o cuando Fran aconseja a Charlene que en lugar de preocuparse por cuándo le crecerá la cola, piense en su preciosa cabeza y aprenda a utilizarla. La idea de que todos podemos tener momentos bajos o movernos en entornos donde nos sintamos menospreciados es una constante en la serie, siempre tratada con optimismo para servir de guía a jóvenes y no tan jóvenes. Una idea a menudo olvidada en la sociedad de consumo que constituye Pangea, donde la empresa con mayores beneficios, “Porque yo lo digo”, monopoliza todos los valores que se transmiten a los ciudadanos y se les adoctrina en que la televisión por cable es un bien necesario y derribar árboles, el mejor trabajo al que se puede aspirar. Aun cuando esta empresa lleva a conflictos bélicos y crisis económicas, su palabra es defendida por sus empleados, quienes ven peligrar su modo de vida pero temen perder su puesto de trabajo y se preocupan por mantener una buena reputación. Dicha reputación se basa en mantener la sonrisa incluso cuando B.P. Richfield les humilla públicamente, y en invitarle a cenar al hogar yendo todos de etiqueta y comportándose como una familia modelo cuyas intervenciones están guionizadas mediante tarjetas.

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“Porque yo lo digo” es responsable además de graves problemas ecológicos, como el vertido de residuos contaminantes en aguas potables o la extinción de especies muy importantes para el ciclo vital del continente. Esto último lleva a los dinosaurios, en el último capítulo de la serie, a provocar su propio declive como especie. Incluso en los últimos días de vida en Pangea, la empresa se enriquece a costa de ciudadanos desesperados que compran productos para mantener su casa caliente ante la inminente llegada de la era de glaciación a la que han dado lugar. Visiblemente abrigados, los integrantes de la familia Sinclair se despiden tras cuatro temporadas de enseñanzas, dejándonos como última lección una advertencia: nosotros aún estamos a tiempo de salvarnos.

 

María Valhallen

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