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Mirad a esos superfluos, se hacen ricos y sin embargo, empobrece.

F. Nieztsche

Cuando se trata de analizar el capitalismo desde un punto de vista social, casi de forma automática, tu cerebro te devuelve la imagen de un hombre con barba y pelo blanco, bigote ennegrecido y mirada intensa, que fue capaz de ver la relevancia que un sistema económico libre tiene, ya no sólo sobre la forma de organizar las relaciones, si no también sobre los seres humanos como individuos aislados. El ser social determina la conciencia, reza su eslogan resumen, o en otras palabras: el capitalismo nos empuja silenciosamente hacia una determinada forma de actuar y ver el mundo.

Y lo siguiente que tu cerebro te plantea es una pregunta: ¿la sociedad crea un sistema económico como el capitalismo o es el capitalismo en sí lo que acaba por generar un determinado tipo de sociedad? Yo todavía no he sabido darle una respuesta satisfactoria a mi órgano más importante. Intento consolarle exponiéndole que se trata de una relación simbiótica, en la que unas circunstancias históricas convergen en una forma de organizar la economía muy concreta, y desde entonces, pagamos socialmente las consecuencias por la deformación de nuestras relaciones y racionalidad. Sería imposible entender una cosa sin la otra.

Pero, en el capitalismo actual, el poder no es tanto económico o represivo como lo era anteriormente, cuando las jornadas y condiciones de trabajo de la revolución industrial se encargaban de grabar la huella capitalista en el físico del proletariado; si no que actúa de una manera directa en la conciencia, mediante estructuras creadas por este sistema, como puede ser la escuela (u su efectivo poder de adoctrinamiento), los medios de comunicación (que tanta narcotización provocan en el ciudadano medio) o las afirmaciones del poder social (por medio de la propaganda política por ejemplo); y en general, todos aquellos procesos donde la conciencia se convierte en mercancía, tal y como defendía el gran Althusser.

Y es que hoy en día, podemos afirmar que la conciencia es la mercancía de las mercancías. Ha surgido un modelo de cultura que influye de manera directa sobre la psicología social, creando tipos de hombre y mujeres adaptados a las imposiciones del sistema económico predomínate. Con un poco de observación, podemos darnos cuenta de que existe todo un modelo cultural, creado de manera industrial, que ha clasificado la sociedad de masas, transformando deseos en necesidades. Y es que, cuando se es capaz de modificar la conciencia general y colectiva de forma que atienda a los intereses económicos de las élites, se puede dominar cualquier parcela de la sociedad. Producto de todo ello, se ha desarrollado lo que Adorno llamaba la razón instrumental, que es aquel tipo de racionalidad en la que vemos a los demás como simples instrumentos para conseguir nuestros fines, y no como personas en si mismas.

Desde un punto de vista macrosociológico, el capitalismo también ha tenido consecuencias notables, como lo es la transformación del concepto Estado que ha tenido lugar. El Estado paterna del que la sociedad disfrutaba tras la conquista del Estado del Bienestar, se ha convertido en un mecanismo dependiente del mercado, en el que los beneficios que se obtienen estatalmente acaban revirtiendo en el sistema bancario privado, y por lo tanto mercantil; mientras que las indemnizaciones y problemas son acarreados por el Estado, o lo que es lo mismo, por las contribuciones vía sistema impositivo de los ciudadanos.

Y este ciudadano que paga impuestos, también se ha visto modificado por el sistema económico. Marcuse lo bautizó como el ciudadano unidimensional y nos los esclareció que se trata de un sujeto que se interesa acríticamente en la sociedad, en la cual se planifica la vida de los individuos de forma administrativa, lo que no deja a los ciudadanos un poder de decisión real.

Este ciudadano unidimensional, se adapta pues a los intereses del poder, haciendo suyas las intenciones de los grupos que gobiernan, y así, asume los intereses que no son suyos, perdiendo la capacidad de juzgar.

A modo de conclusión, el denominador común de todo lo expuesto, es el hecho de que en el sistema económico en el que nos encontramos las élites se hayan tremendamente cohesionadas y persiguiendo objetivos concretos, mientras que la población está en una situación de total desorganización, en la que además, acaba luchando por las mismas metas que los más poderosos, sin ni si quiera ser consciente de ello. El capitalismo ha calado hasta lo más hondo de nosotros mismos y no somos capaces de distinguir totalmente sus efectos. De hecho, casi podríamos afirmar que no existe ninguna sociedad no-capitalista, ya que, incluso las que así se auto-denominan, lo hacen en un entorno mundial capitalista que inevitablemente las contamina.

Pero mi cerebro me sigue bombardeando con otras muchas cosas como la globalización y sus consecuencias, las relaciones distorsionadas a causa del dinero, el capital como justificación de la guerra… y se me hace tremendamente complicado contestarle cuando lo que me rodea me arrastra a que me ponga la tele y consuma…

 Azalí Macías

 

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